Coincido con el médico y escritor, Ismael Yebra, en que sufrimos de una enfermedad comunitaria que se llama aldeanismo.
Y que nos viene perjudicando, tanto en la imagen que ofrecemos al exterior como en la que implementamos durante el quehacer diario. Se echa en falta, cada vez que nos exhibimos en los distintos círculos en donde solemos hacer valer nuestras opiniones, algo más de compromiso con el resto de los ciudadanos.
No vale el que nos erijamos en paladines de nada, si en nuestros pensamientos lo único que prevalece es el yo por el yo: lo mío es mío y de nadie más. Pues, que prescindimos del sentido de lo público y universal para llevar al terreno de lo privado logros y carencias a un mismo tiempo. Que no es de recibo que un país, que navega hoy por aguas que no son precisamente cristalinas, no tenga la sensatez de remar a una con el fin de quitarse de encima tanta crisis como soporta.
Se remite a la economía todo el desbarajuste que padecemos y, si bien es cierto que en su esencia así es, no es menos cierto que factores adyacentes que orbitan a su alrededor podrían desarrollarse de otra manera si el esfuerzo fuera colectivo. El caso sangrante de la educación es una buena prueba de ello. No contentos con saber que el sistema educativo español cruje por demasiados flancos desde hace ya bastantes años, nos limitamos a aplicar parches cada vez que el poder político cambia de signo y nos atrevemos, inclusive, a realizar piruetas en el aire modificando leyes al gusto de uno y no al de todos, alterando de esta forma esquemas eficaces y consolidados y poniendo en el brete del desconcierto más absoluto a estudiantes y educadores. Que un pilar de tantísima importancia, como es el de la educación –fundamental, básico, dentro de la estructura social- no puede ni debe estar a merced de los caprichos de unos y de otros.
Por ello, es del todo necesario que seamos capaces de abandonar los aislamientos, que no conducen sino a la ineficacia, y ahondemos cada vez más en el convencimiento de que la alteza de miras es obligación de todos y no solamente de unos cuantos.
Cuando uno se atrinchera y no comparte, los pensamientos, las inquietudes, los deseos por lograr el ansiado objetivo se diluyen sin remedio y terminan oxidándose. En cambio, una acción que se antoja participativa y en la que confluyan diversas sensibilidades tendrá todas las garantías del éxito, puesto que ya no estamos hablando de islas en las que el ego se atribuye el carácter de cualquier idea jactándose de la misma, sino que a través de la colectividad, con la mirada siempre puesta en un proyecto de común desarrollo es como dejaremos en la estacada los comportamientos ególatras, alejando definitivamente de nuestro entorno lo que viene a denominarse o a conocerse como el aldeanismo.