El alma no cotiza en bolsa ni vota en urnas
El Sistema capitalista, a la vista de los logros en los terrenos de la ciencia y la evolución tecnológica en los dos últimos siglos conseguidos bajo su protección, pretendía sostener la materia como alternativa del espíritu y lo material como fuente de aprovisionamiento de un único paraíso posible: el Estado del Bienestar. ¿Y quién había de disfrutar del Estado del Bienestar? El cuerpo como referencia de sensaciones de placer.
Disfrutar y tener es el mantra del Sistema. Todo para el cuerpo parece a muchos convencidos el andamiaje central de su vida con algunas pinceladas de barniz cultural y decencia moral aparente, por supuesto. Ante todo, el escaparate.
Hipócritas de todos los tamaños encontraron su paraíso bajo la cobertura moral igualmente hipócrita de la Iglesia para poder explotar sin que les temblara el pulso a los recursos de la Tierra y a sus semejantes.
Materialismo, progreso y bienestar necesitaban, empero, sustentarse en bases sólidas, ya que la materia es muy inestable debido a su propia naturaleza, y, por otro lado, las leyes del mercado y los progresos materiales se hallan sujetos a muchos avatares. El culto al cuerpo, el hedonismo, el “todo vale” lleva implícito el reconocimiento de esa inestabilidad de la materia, empezando por la corporal. Ante esto, la muerte es una amenaza que se quiere desterrar de nuestro pensamiento, camuflarla bajo lo mundano, esconder en los tanatorios, engañar con todos los goces posibles, porque después de todo, el cuerpo tiene fecha de caducidad. Y contra eso, el Sistema se rebela.
Los ricos y poderosos, especialmente ellos, quieren perpetuar sus cuerpos, pero a pesar de todos sus esfuerzos su ciencia no ha encontrado ni encontrará jamás la fórmula de la inmortalidad. En cambio sí aprendió a sacar partido a la muerte, puesto que ha descubierto la manera de hacer negocios con ella y a partir ella y se ha convertido en una máquina de exterminio a gran escala, tanto de los recursos del Planeta como de los pueblos que tienen riquezas apetecibles. Pero no solo eso: su ambición es infinita.
La economía de mercado que dirigen los grupos financieros y sus políticos produce burbujas de diferentes tipos, tsunamis bursátiles y derrumbes de sectores económicos boyantes que de un día para otro ponen en peligro la estabilidad de países enteros y de millones de familias, abocándoles al desempleo, la pobreza, el hambre, el desahucio y toda clase de abusos con la bendición de jueces y obispos. Los políticos que dirigen estos procesos, las amas de llaves de las multinacionales, resultan tan inestables y poco de fiar como los grupos financieros y los ricos que pagan sus campañas electorales y hacen explotar- con el nombre de crisis- las burbujas que crean.
Observen los mensajes tranquilizadores permanentes cada vez que surge alguna grave dificultad, pero todo ciudadano sabe por muy dormido que esté, que si el peligro es extremo sus dirigentes no le sacarán del apuro, si no al contrario, pues no solo originan los problemas sino que se convierten, precisamente, en obstáculos para darles solución.
Para que se pudieran cumplir los deseos de los poderosos, el universo tendría que cambiar todas sus leyes sin dejar alguna, ante lo cual el Sistema, que también conoce algo de sus debilidades, puso en marcha en todas sus actuaciones el principio que vienen aplicando hace siglos todos los chapuceros:”mantente mientras cobro, y mientras tanto, continúo mi política demoníaca del ata, separa y domina”.
El mundo material que nos rodea con su aparente sólida realidad, y todo cuanto en él sucede, es ilusorio: y está cogido con alfileres. Cualquier día un tornado, una inundación, un”corralito” bancario, o una jugada en falso de no se sabe qué circuitos financieros provoca una catástrofe humanitaria colectiva. Y eso es lo que está sucediendo a diario.
No hay nada seguro, no, para quienes pretenden amarrarse a este mundo como naufrago a madero creyendo que es real y objetivo, o que tiene la solución que dicen los gobiernos. Nada es seguro aquí, nada real, excepto dos cosas: que todo lo que puede abarcar cada uno con sus sentidos exteriores es como las dunas de los desiertos movidas por el viento de la vida en incesante cambio, y que solo es real lo que perciben los sentidos internos, los ojos del alma, la mirada del corazón libre. Pero si no hay progreso espiritual no se desarrollan los sentidos internos, que son los que captan la verdadera realidad, siempre más allá de lo material y del pensamiento intelectual sobre la materia. Si no hay progreso espiritual estamos condenados a repetir una y otra vez el mismo género de mundo y el mismo tipo de fracasos dirigidos por el mismo tipo de gentes sin conciencia como las que soportamos a diario. Por tanto, no esperemos que acudiendo a las urnas vamos a cambiar el mundo: solo cambiamos de amos. O para ser más preciso: de capataces del mismo señorío de las sombras.