Desconozco si alguien sugirió que el primer sabor de las cosas se percibe con la vista. He escuchado, sin embargo, una frase que guarda cierto maridaje y además matiza su anterior contenido: “todo lo que no se cata es dulce”. Ambas descubren la gran divergencia, incluso discordia, entre percepción y realidad. Ocurre cuando nos desorientamos a la hora de advertir los atributos por el uso inadecuado del sentido receptor o por avidez irrefrenable. Cualquier motivo de ellos dificulta, obstaculiza, el camino de la mesura, asimismo del entendimiento.
Foto: fabdangoLa sociedad española, jóvenes y longevos, vive una época delicada. Desempleo y penuria se ensañan con el individuo sin entender de edades ni circunstancias personales o familiares. Acumula tanta inquietud, tantos sinsabores, que se ha convertido en la primera preocupación ciudadana, si atendemos las postreras encuestas del CIS. Este marco viene determinado, no obstante, por el vértigo que produce una situación de extrema necesidad. Al hombre, equivocadamente, le mortifica sólo el alimento material. Entiendo la prelación que procede del instinto vital, pero este someterse a lo crematístico adormece el juicio y suele acarrear nefastas consecuencias.
Incomoda oír que padecemos una crisis total y que el aspecto económico no debiera infravalorar otros con enorme trascendencia en la siniestra progresión ¿irremediable? a tremendas etapas históricas. Ahogados por una pavorosa necesidad vital, se nos olvida a menudo aquel aforismo escueto, igualmente esclarecedor:”no sólo de pan vive el hombre”. La frase, cargada de lógica, pierde su eficacia (sentido) al instante mismo en que se la transmitimos a quien busca comida dentro de un contenedor; hoy multitudinaria procesión.
A poco, va disminuyendo el número de españoles que “sufrimos la maldad” del franquismo y “gozamos las virtudes” de la democracia. Aunque se empeñen en resucitar muertos -errónea estrategia para cosechar votos- un alto porcentaje de conciudadanos, lozanos ellos (reconvertidos, como todos, en meros contribuyentes), se muestran saciados ante tanta estulticia, ante tanto fraude. Van identificando mensaje e inanidad, mesianismo e hipocresía, furibundas diatribas al rival e irrelevancia. He aquí las razones del desapego juvenil, pues aquellas tácticas se dan de bruces con una personalidad en ciernes, sin viciar. ¡Qué no juzgaremos quienes ya estamos de vuelta!
Vemos, vivimos, una corrupción generalizada a pesar de las voces que se desgañitan en airear lo contrario, ora por servilismo bien por suculenta subvención. Rascando aun superficialmente, toda institución -sin excepciones- ofrece claros síntomas de envilecimiento directo o cómplice. Esta circunstancia conlleva un deterioro casi irreversible del Estado de Derecho y, por tanto, del sistema democrático. Tal degeneración, atribuible en exclusiva a los recintos de poder, es maligna siempre, con especial gravedad cuando la miseria atenaza a un individuo desdeñado, salvo pugna electoral.
El discurso pretencioso, arrogante, impoluto, de los políticos que han parido la actual democracia de bolsillo (herrumbrosa y al tiempo rentable), con inusual beneplácito o impotencia de una sociedad indolente e inculta, va careciendo por suerte del crédito rutinario. Poco importa si la muchedumbre deploró o no el franquismo; la respuesta conjunta es idéntica. El personal está harto de triquiñuelas, de promesas huecas que esconden una ambición infinita. Quien afronte la vida con sentido común, quien arroje dogmas y verdades fabricadas, puede descubrir un entramado venal que se asienta sobre infundios ignominiosos, ajenos al interés general.
Mención aparte merecen los nacionalistas radicales, escoltados por grupúsculos heterogéneos -pero con idéntico objetivo- que les sirven de eco virulento. Su mayor mérito radica en cortocircuitar el debate político y económico amaestrando, al tiempo, a una sociedad ansiosa por mejorar su situación particular. De ahí, junto al adoctrinamiento identitario a lo largo de treinta años, que incomprensiblemente vayan ganado terreno a posiciones opuestas y ponderadas.
Ahora, los jóvenes saben a ciencia cierta que con esta fórmula los únicos que viven bien son políticos, financieros, sindicalistas y afines. Nosotros, sobrados de años e injusticias, con intensas vivencias, podemos decirles que, comparando, no era el león de antaño tan fiero como lo pintan, ni tan bueno este de hogaño. Añadiremos también que el número de ladrones, aventureros y sinvergÁ¼enzas ha crecido exponencialmente. Nuestra menguada democracia (componenda en realidad) tiene sustento caro y sabor amargo.