Cuando las sombras físicas (que no otras) empiezan a disiparse impulsadas por los primeros rayos solares, inicio estos renglones con la sana intención de un análisis objetivo, sin penas ni alegrías. Enseguida, Rajoy expondrá en rueda de prensa los cimientos que ha ido asentando para salir de la crisis, dice a finales del año venidero. Ejemplarizará el éxito de tales medidas en un equilibrio cierto que apunta la balanza comercial, solitario dato positivo. Sin embargo, tal circunstancia acomoda su lectura a diversos razonamientos, incluso antagónicos. Al estilo Zapatero, nuestro actual presidente fía soluciones a largo plazo. Recrea una nueva manera de mentir sin que haya prueba. Pronto, la justificación y el crédito desaparecen. La mentira fehaciente, en cambio, tiene poco recorrido, no pretende engañar -a lo sumo se viste de soflama- y suele mantener firme el prestigio de su autor.
Mis observaciones se ajustan al sentido común y a la experiencia. Los datos entrañan esa argamasa que permite dar firmeza al análisis. Errores puede haber pero no merecen encajarlos sólo legos o inexpertos. Quien juega con fuego suele quemarse. Asimismo el que realiza ejercicios y predicciones se somete al yerro necesariamente. Con esta contingencia voy a desmenuzar por sectores mi apreciación personal sobre el primer año de legislatura. Afirmo que no me lastran filias ni fobias al personaje o partido que lo sustenta. Cualquier pugna observada, en estos extremos, por el benévolo lector escapa a toda lucidez; menos a un frenesí confortable.
Si bien la famosa herencia recibida no pudo ser más calamitosa en sí y en su rutina, crea intenso aturdimiento utilizar con redundancia esta reseña infractora para el alegato del devenir económico. Un año se estima tiempo suficiente para asentar políticas que minimicen los efectos devastadores de una postrera gestión lamentable. El gobierno con disposiciones cuanto menos paradójicas en relación a propuestas anteriores, ha agravado la realidad ora por cobardía, bien por apremios foráneos o por ambos. Los datos constatan tan tremendo efecto. El déficit alcanzará (quizás supere) el nueve por ciento, los ingresos disminuyen a pesar del incremento arancelario, la deuda pública se aproxima al billón de euros, el paro se disparata, la prima de riesgo ha subido cien puntos y se adueña del panorama una sensación de quiebra absoluta. El equilibrio de la balanza comercial, neto apunte positivo, configura un sueño pasajero que proviene de un descenso salarial, cuyas secuelas se sienten ya letales para el consumo y el rearme económico.
El aspecto político-institucional tiene abiertos dos frentes imprevisibles. El primero se refiere a los pactos con ETA, originarios del antiguo ejecutivo y que Rajoy -desleal- ha contraído. Los acuerdos para que sus rastros externos no exaltaran impaciencias en unos u otros, se estiman vulnerados. Es imposible, suele sentenciarse, hacer una tortilla sin romper huevos. A la izquierda, autodenominada abertzale, lo obtenido le parece poco y el gobierno considera excesivo lo dispensado (reflexionen qué juicio merece a las víctimas semejante escenario). El segundo, no menos peliagudo, versa del camino soberanista -con difícil retorno- emprendido por CiU. Rajoy acaricia una ocasión única para demostrar al pueblo español empeño y firmeza.
Desde la óptica doctrinal tampoco supera un examen mínimo de compromiso. Aquellas lejanas servidumbres de reconducir algunos asuntos que años atrás abandonaron la moderación, siguen impertérritos los pasos marcados sin variar un ápice. Me refiero a la Ley Orgánica 2/2010 de la interrupción voluntaria del embarazo, así como la derogación del Real Decreto 1631/2006 sobre Educación para la Ciudadanía, con augurio de cambio por Educación Cívica Constitucional desde el treinta y uno de enero de dos mil doce, entre otras también incumplidas.
Del optimismo quimérico, lasitud e incoherencia de Rajoy, da muestras su pasaje relativo a la Constitución en el trigésimo cuarto aniversario: “más de tres décadas después, podemos afirmar que la voluntad que entre todos consagramos en nuestro texto constitucional nos ha permitido gozar de la mayor etapa de paz y bienestar que se recuerda en nuestros cinco siglos de Historia”. Si contamos seis millones de parados, el ocaso de la clase media, el hartazgo social, la corrupción desplegada y el flamante anteproyecto de la Ley Orgánica del CGPJ que atribuye al Parlamento la elección de veinte vocales, ¿se puede leer mayor sarcasmo?
A pesar del latoso anuncio de que el PP practicaría una política veraz, cristalina (hasta hacer daño al ciudadano), la falacia y ocultamiento se han practicado a lo largo del año. En resumen, el actual ejecutivo festeja su aniversario no sólo suspendido sino con el personal asqueado. Lo único hecho, la extraordinaria realidad, se limita al aumento grosero y negativo de impuestos. El resto han sido doce meses de buenas palabras, propósitos de enmienda… papel mojado. Como dijo Diógenes de Sínope “el movimiento se demuestra andando”.
¡Ojalá los hados nos sean clementes en dos mil trece! Este es mi deseo para el año que viene.