- El misterio sobre el bólido de Cheliábinsk continúa tres años después
- Centenares de videocámaras captaron el momento
El 15 de febrero de 2013 el mundo estaba pendiente de la aproximación a la Tierra del asteroide (367943) Duende, pero de repente un superbólido cruzó la atmósfera y cayó cerca de la ciudad rusa de Cheliábinsk. Desde entonces se han escrito más de 200 estudios científicos para tratar de explicar la procedencia de este inesperado visitante, que causó daños en edificios y heridas leves a casi 1.500 personas. Conocer de forma precisa su velocidad de entrada en la atmósfera parece la clave para determinar su órbita.
“Han pasado ya tres años desde el susto de Cheliábinsk (Rusia) y en este tiempo se han publicado más de doscientos artículos científicos –unos 50 en el último año– relacionados directa o indirectamente con ese superbólido, de unos 19 metros de diámetro”, explica a Sinc Carlos de la Fuente Marcos, coautor de uno de los trabajos.
Entre todos esos estudios figura un catálogo de grabaciones de 960 videos, publicado en Astronomy & Astrophysics, que recoge multitud de escenas captadas por las cámaras de seguridad, de tráfico, las instaladas en vehículos –muy populares en aquel país– y las de los numerosos testigos del fenómeno que compartieron su experiencia por internet.
Las imágenes y diversos datos científicos han permitido determinar la trayectoria de entrada del meteoroide, que explotó a unos 20 kilómetros de altura liberando una energía de 500 kilotones, unas 30 veces más potente que la bomba atómica de Hiroshima. La onda expansiva provocó daños en edificios, especialmente en ventanas y cristales, así como heridas leves a 1.491 personas. Unos 5.000 kilogramos de fragmentos de meteoritos alcanzaron el suelo, incluido el de 650 kg que se recuperó en el lago Chebarkul.
La entrada del bólido coincidió el mismo día, 15 de febrero de 2013, en que se aproximó a la Tierra el asteroide (367943) Duende. Este pasó a 27.700 km de nuestro planeta –como estaba previsto–, unas 16 horas después de la explosión y la caída del meteoroide de Rusia.
En un principio se pensó que ambos eventos podrían estar relacionados, y que el bólido podría proceder del asteroide Duende o de algún compañero, pero cuando se compararon las órbitas y las características de los dos objetos enseguida se comprobó que no tenían nada que ver. Actualmente se considera que fue una mera coincidencia en el tiempo.
¿De dónde procedía entonces el superbólido de Cheliábinsk? “Durante un tiempo se pensó que el asteroide (86039) 1999 NC43 podría ser un buen candidato, pero tras un estudio internacional que se publicó el año pasado en Icarus ha quedado claro que tampoco puede ser, ya que no hay relación física ni química alguna entre ellos”, responde De la Fuente Marcos.
En los últimos meses se han presentado diferentes propuestas sobre la posible órbita del asteroide que dio lugar al superbólido, entre ellas la que publicaron en The Astrophysical Journal los hermanos Carlos y Raúl de la Fuente Marcos, actualmente astrónomos españoles independientes, junto al investigador Sverre. J. Aarseth de la Universidad de Cambridge (Reino Unido).
Los autores han usado los parámetros registrados durante el impacto del bólido para buscar sus condiciones de partida, de acuerdo con un modelo matemático validado con los datos conocidos del asteroide Duende. “Es como si te dan un color concreto y tienes que hacer todas las mezclas posibles hasta lograr reproducirlo”, compara el astrónomo español.
Un eslabón débil en los datos del superbólido
Los resultados presentan al asteroide 2011 EO40 como un buen “pariente dinámico” del superbólido de Cheliábinsk. Es una posibilidad que no se puede descartar hasta que no se efectúen observaciones espectroscópicas de este asteroide.
A la vista de los datos, también se considera probable que se produjera un encuentro entre el meteoroide ruso y nuestro planeta el 15 de febrero de 1982. Debido a lo que se llama ‘pasar por un ojo de cerradura gravitacional’, eso cambió la órbita del objeto y lo puso en una trayectoria de colisión con la Tierra que se consumó con el impacto tres décadas después.
Pero lo que concluye el estudio, tras las simulaciones y un exhaustivo análisis estadístico, es que hay un eslabón débil a la hora de obtener la órbita del superbólido: el valor de su velocidad de entrada en la atmósfera. Ese parámetro varía según los diversos grupos que lo han estudiado, lo que conduce a orbitas ligeramente diferentes.
De hecho, los investigadores reconocen que es improbable que se llegue a saber algún día de qué asteroide se desprendió realmente el fragmento que finalmente dio lugar al superbólido de Cheliábinsk, ya que en la vecindad de nuestro planeta se solapan múltiples resonancias gravitacionales que confinan asteroides con orígenes heterogéneos en órbitas muy similares.
“Estas resonancias son como las grandes ciudades, capaces de atraer muchos habitantes procedentes de sitios diversos”, compara De la Fuente Marcos, que aclara: “Que dos órbitas sean similares hoy no implica que lo hayan sido en el pasado remoto”.
Este escenario es el que los mismos autores exploran en su último trabajo, que se publicará en marzo en Monthly Notices of the Royal Astronomical Society pero que ya está disponible on line. “Aquí demostramos de forma estadísticamente rigurosa que entre los objetos cercanos a la Tierra (NEO, por sus siglas en inglés) existen grupos de origen dinámico, es decir, objetos con órbitas parecidas pero que pueden no tener composición química o relación física alguna”, explica el astrónomo.
Varios de los asteroides que en los últimos años han colisionado –afortunadamente sin consecuencias– con nuestro planeta, como 2008 TC3 en Sudán o 2014 AA sobre el océano Atlántico, parecen provenir de esos grupos y los investigadores anuncian que esto va a seguir pasando en el futuro. Respecto al bólido de Cheliábinsk, podría pertenecer al grupo de Ptah, llamado así por el nombre del mayor asteroide del grupo.
El caso es que a día de hoy se sigue sin saber el origen del objeto que hace tres años puso en alerta a las agencias espaciales y dejó imágenes que asombraron a todo el planeta, produciendo la explosión más potente desde el suceso de Tunguska en 1908. En lo que sí coinciden todos los expertos es que se trató de un evento muy raro. Impactos de meteoroides con una energía similar a la del de Cheliábinsk se producen en la Tierra solo unas pocas veces por siglo, y cerca de un área urbana tan grande, solo una vez cada 10.000 años. Lo que nadie puede asegurar es dónde y cuándo caerá el siguiente.