Las migas del almuerzo
Para eso se supone que nos hemos vuelto europeos, para lo bueno y para lo malo, para la fiesta y el funeral, para dar y para recibir. Aunque a veces parezca, a ojos del cartón pluma, que el recibir fuera una ignominia, que el pedir por la fuerza de la necesidad resultara una estocada en el orgullo patrio. Los irlandeses andan metidos en esa encrucijada. Sus bancos, aupados en un precario y ficticio castillo de argamasa aguada, amenazan con venirse abajo y de paso, con la última embestida moribunda, cornear y arrastrar a quien se acerque a darle la puntilla. Como esos pueblos medievales de esta vieja España, subidos a sus peñascos, cuyas casas, haciendo función de equilibristas, se adosan unas a otras, a tal punto abrazadas entre sí que si una se viene abajo, a buen seguro que el resto de la calleja, hasta el cortafuegos de la bocacalle, lo haría también en solidaridad.
Es comprensible que Irlanda, otrora el ejemplar “Tigre celta”, ejemplo de economía saludable, oponga resistencia al rescate que se le ofrece desde Europa. Recuérdense las palabras amorosas de las sufridas madres cuando torcíamos el gesto ante el jarabe de turno que sabía a coliflor, con una tos de borrico y las amígdalas como botafumeiros, negando la evidencia. Ella acercaba la cuchara, hacía el avión, fingía probar el mejunje ella misma, y tras maldecir a los vientos espetaba: “Pero si es por tu bien”. En alegato de farmacopea, también te amenazaba con aquello de “vas a contagiar a tu hermano, ahora que está sacando buenas notas”. También sabíamos que aquello del “Es por tu bien” era un comodín que tanto valía para embucharnos la verdura de los lunes como para poner el toque de queda a la jarana. A las once, en casa. Es por tu bien.
Antes pedir que robar, decía el otro. Ayer mismo, como esas metáforas vitales que tanto nos fecundan las mientes, conocí, vía noticiero televisivo, a los “Lazy Beggars”, traducido, los “mendigos perezosos”, un par de caraduras que tienen como filosofía de vida en “dolce far niente”, o lo que es lo mismo, sentar sus posaderas en la acera y estirar la mano. “La vida es muy corta y poco gratificante”, decía uno de ellos con las barbas del año pasado, “prefiero estar aquí, sin hacer nada, bebiendo y disfrutando que pasarme un montón de años trabajando y vivir bien los últimos cinco”. Como teoría neo-platónica, habré de decir que es irrefutable. Su compañero de fatigas pedigÁ¼eñas, no pudo ser entrevistado en la crónica social porque estaba actualizando la página web. Y no es una metáfora. Porque en verdad tienen su propio dominio en la red, en el cual, traducido a tres idiomas, rutila como cabecera el siguiente slogan: “No puedes andar por la calle sin ver mendigos y vagabundos. Internet es una calle grande y estos vagabundos son vagos. Sé vago, sé feliz, sé tú”. Que como broma estaría bien pensada, si no fuera porque hay gente que les entrega donativos vía html o paypal, y los mendas, subidos ellos (o yo) al próspero tren de la perplejidad, reciben emolumentos por valor del “no quiero ni saberlo”.
Y es que en verdad hay gente que tiene el dinero por castigo de garrote. Mi parienta y yo siempre hacemos el mismo comentario, ésos que se repiten como chascarrillos y hacen fuerte a la pareja, cuando leemos los mensajes que algunos programas cuelgan de sus pantallas a modo de subtítulo. “Cari, te quiero. Tu churri”. A 1,50 el sms impuestos indirectos no incluidos, para que los cientos de caris que anden por el mundo se queden embobados pensando si habrá sido su churri la hacedora de tan poético mensaje.
Pues eso. Que no debe ser tan malo pedir, que para eso nos hicimos europeos. Dicen que, visto el éxito de la campaña, ya han sugerido a Zapatero que ponga sus barbas a remojar. No somos “tigres celtas” pero ya circula un mote que, no por menos glamuroso deja de tener su gracia. Somos el “borrico hispano”, que se quedó sin trabajo desde que dejó de llevar adobes a las obras.