Hace ya muchos siglos, en la tierra de Anatolia, la actual TurquÃa, el Maestro NasrudÃn  andaba gritando por las calles, desesperado porque le habÃan robado su burro.
– ¿Quién te robó el burro, Maestro NasrudÃn?- le preguntó el juez. ¿Cómo te lo robaron?
– ¡Ajajá!, respondió el sabio sufÃ, buena pregunta digna de un juez. ¿Crees que si conociera la respuesta me lo habrÃan robado?
Nunca sabremos quién robó el burro o si el sabio Mulá lo recuperó. Pero el Maestro nos dejó en su ira una lección sobre el valor de conocer las respuestas.
Hace años, el Maestro Raimon Pánikkar nos ilustró mucho acerca de la importancia de hacer bien las preguntas y de plantear correctamente los problemas. Si lo hacemos asà comprenderemos que toda pregunta encierra la respuesta y que en todo problema bien planteado se encuentra la solución. De lo contrario serÃa una quimera.
Al fin y al cabo, comentó una tarde de paseo el sabio NasrudÃn al gran Tamerlán que disfrutaba con la compañÃa del Maestro:
– Nunca buscarÃamos a nadie si antes no hubiéramos conocido su existencia, pues nadie puede buscar lo que no conoce.
– ¿Entonces, si yo conozco las repuestas, para qué hago las preguntas?
– Eso dijo yo, gran Tamerlán, eso digo yo.
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J. C. Gª Fajardo