A los fines de consolidar su hegemonía, la dominación-K ha vertebrado diversas estrategias en los campos de la política, la economía, la sociedad y la cultura.
En el campo de la política ya se conocen los mecanismos de las candidaturas testimoniales, mediante las cuales pretenden atosigar las urnas del conurbano bonaerense. En el campo de la economía, se conoce su estrategia mercado-internista condimentada con las estadísticas truchas del INDEC.
Y en el campo de la cultura, la dominación-K ha pergeñado a través de la Agencia Nacional para la Promoción de la Ciencia y la Técnica (ANPCYT) una mega-distribución de subsidios ad-hominem procedentes del denominado Programa de Modernización Tecnológica (PMT) financiado en tres tramos con créditos del BID que totalizaron mil millones de dólares (190 entre 1993 y 1999, 280 entre 199 y 2006, y 510 entre 2006 y 2010), y complementados en parte con fondos propios del país (230 millones de dólares). Los créditos se habrían distribuido de la siguiente manera: 288 millones de dólares al Fondo para la Investigación Científica-FONCYT entre 2000 y 2004; 250 millones de dólares al Fondo Tecnológico Argentino-FONTAR entre el 2003 y el 2007; y 7 millones de dólares al Fondo Fiduciario de Promoción de la Industria del Software-FONSOFT.
La del FONCYT fue una operatoria en abierto menosprecio de los Institutos y Centros de Investigación universitarios, públicos y privados, pues fue destinado a alimentar exclusivamente un listado selectivo y concentrado de científicos en todas las áreas del conocimiento. Y la del FONTAR ha sido, según el Prof. Carlos Schwarzer, repartida entre los «amicus curiae» del organismo, el que a su vez ha resultado una eficiente máquina de impedir el desarrollo y la innovación empresaria (obviamente, en los pliegues, están los burócratas de turno que inventan el problema y venden la solución, los que en la jerga son denominados «vulgares coimeros»).
En la mente afiebrada del Chueco Mazzon (heredero putativo de Juan Carlos Del Bello), ingeniero de los aparatos políticos oficialistas (quien apadrinaría al Ministro Barañao), se estaría consolidando una elite intelectual para que escolte al actual proceso político. A diferencia de la justicia que cuenta para su selección y revocación con el Consejo de la Magistratura, la elite científica no contaría con ingerencia alguna del parlamento. Para dicha empresa gatoparda, no existiría otra manera de lograr la domesticación de la elite que corrompiendo los cuadros de la ciencia y la cultura, escogiendo entre ellos a los más proclives a «no sacar los pies del plato».