Cuando cambia la Iglesia de dirección con un nuevo Papa, nunca faltan bienintencionados que tienen la esperanza de ver cambios reales en esa Institución triplemente vieja: por antigua, por arcaica y por estar dirigida por una cúpula de ancianos. Y doblemente falsa: por declararse cristiana sin serlo y por pretender representar a Dios en la figura de uno de esos ancianos. Sin embargo, los bienintencionados no se detienen en estas consideraciones y albergan esperanzas de cambio positivo cuando cambia un Papa.
El último ha llegado con la demagogia afilada, consciente de que la vetusta Institución pierde fieles por todas partes mientras que su Iglesia no se detiene en averiguar la causa, pero sí martillear con sus tres temas clásicos a saber: el sexo, la procreación, y la familia, que nada tienen que ver con sus vidas- aunque se ve lo mal que los llevan- pero sirven de pantalla de humo para distraer de sus verdaderas preocupaciones, alejadas de Dios, pero en perfecta sintonía con las de otros príncipes como ellos: los de este mundo donde impera la violencia y la desigualdad de la que forman parte.
La violencia real de este tipo de sociedades nuestras basadas en la violencia y la desigualdad siempre se acompaña de astucia, acosos, mentiras, manipulaciones, promesas falsas, conspiraciones y otras malas consejeras. Y si hubiera que señalar a las más perversas de todas las malas compañías y consejeras del poder de la espada tendríamos que colocar en puesto privilegiado a las castas sacerdotales de todas las épocas, incluida la presente, pues conocido es su eterno maridaje con el poder civil. A la manipulación oportunista de las leyes de Dios, a las que ignoran o fingen cumplir como buenos fariseos, unieron y unen sus conocimientos y ascendientes sobre la ignorancia de los pueblos para hacerles creer que el poder de la espada tanto como el poder de los sacerdotes es de origen divino, lo cual legitima a ambos para formar alianzas, apoyarse mutuamente y dictaminar con autoridad sobre el bien y el mal, juntos o por separado. Objetivo: poder y control sobre cuerpos y almas, y búsqueda de riquezas, argumentos y recursos para tener más poder, más control, y recibir más energía de los súbditos-creyentes, siempre dispuestos a entregarles hasta su propia vida en todas las guerras tanto a unos como a otros y normalmente en el nombre de principios sagrados: Dios, la religión, la patria, los derechos humanos, la libertad…
Las guerras, a través de la Historia, consagraban divisiones y establecían nuevos repartos de poder entre clanes contendientes, producían daños irreparables – y no sólo físicos, claro está- a personas y bienes, a los animales, y al propio Planeta. Los vencedores se permitían, al igual que hoy, tomar de los vencidos cuanto les convenía, e imponerles su control, sus dioses, sus costumbres, hasta hacerles perder sus señas de identidad milenaria como pueblos y convertirlos en simples suministradores de energía sin personalidad. Este proceder que podemos calificar de crímenes de diversa naturaleza contra la Humanidad, no ha cambiado, y el clero ha ocupado uno de los primeros puestos como instigadores, cómplices o provocadores de guerras en su propio beneficio que le han convertido en la primera potencia mundial en posesiones y oro.
En nuestro mundo moderno, a partir del colonialismo, el neocolonialismo y las guerras de rapiña por el control de fuentes de energía y minerales es bien notorio este proceso de empobrecimiento y despersonalización de las culturas populares por intereses comerciales y de dominación política. Obsérvese lo que ha sucedido a partir de la segunda guerra mundial donde los poderosos aliados occidentales pusieron – y siguen poniendo hoy mismo- su bota militar, sus bancos y sus diversos modos de aprovecharse de recursos ajenos con el apoyo incondicional de la Iglesia, más fuerte cuanto más tiránico el gobierno al que apoya.
Obsérvese el rápido deterioro medioambiental y social de India y China, donde la voracidad del modelo capitalista neoliberal, con la excusa de un progreso en que sólo pueden creer ya los ingenuos o los incultos está acabando, al igual que sucede en África, con la cultura original de esos pueblos, desviándola hacia el materialismo y el vacío espiritual al que conduce las Iglesias misioneras. Estas sociedades se contagian de la falta de valores morales que caracterizan a un Occidente, corrompido, empobrecido y desconcertado a todos los niveles, impidiendo a los clientes de esos nuevos mercados evolucionar desde sus propias raíces culturales y creando nuevas divisiones entre las gentes sin acabar con las antiguas, y olvidando que desarrollo = contaminación es un modelo agotado.
La Tierra no puede dar más de sí, pero este Sistema, tampoco. Entre tanto, las Iglesias llamadas impropiamente cristianas se van vaciando de las generaciones jóvenes y el capitalismo, ante esta falta de clientela de apoyo ideológico, está siendo visto como lo que es: un gran negocio de ricos sin conciencia ética alguna y enemigos de los pueblos al que las instituciones eclesiásticas están unidos por el cordón umbilical de la codicia, la usura, la violencia, el deseo de poder. Todos ellos siguen a pie juntillas la consigna satánica general que Cristo define como “Ata, separa y domina”: esta es su única filosofía y su verdadera praxis.
Y si los bienintencionados, con su fe del carbonero, esperan que este u otro Papa venga a colocarse del lado de los pobres, a defender la justicia, a devolver lo robado o conseguido con engaños y falsas promesas, repartir sus inmensas riquezas, cerrar su Banco Vaticano y todos sus negocios, ceder sus fincas y casas a jornaleros y desahuciados y colocarse así del lado del pueblo como Cristo lo estuvo, pueden sufrir una crisis de fe. Ojalá les sirva para buscar a Dios por otro camino, pero con cuidado, no vaya a caer en otra de esas Iglesias que persiguen lo mismo que esta.