El Tercer Mundo se ha reducido. Durante los últimos cuarenta años, el desafío del desarrollo consistió en el enfrentamiento entre un mundo rico, de unos mil millones de personas y otro pobre, de cinco mil millones. Un 80% de esas personas vive en países empobrecidos del Sur sociológico.
Paul Collier, profesor de economía en Oxford, explica en El club de la miseria por qué, pese al progreso que llega al “Tercer Mundo”, hay aún mil millones de personas que viven en condiciones de extrema pobreza.
El mundo de la interdependencia económica del siglo XXI será cada vez más vulnerable ante estas grandes bolsas de pobreza e incertidumbre social.
Sin embargo, éste es un problema no reconocido por quienes se dedican al desarrollo.
Prima la vertiente empresarial, con los organismos de cooperación y las compañías que obtienen los contratos para los proyectos de las grandes Organizaciones de la Sociedad Civil y cuentan con vía libre para introducirse en todas partes menos en los países del “club de la miseria”. La propaganda del desarrollo sirve para centrar la atención en la situación desesperada de ese mísero club.
Las economías de los países más pobres tienen que crecer y desarrollarse de acuerdo con sus señas de identidad. En un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global. Se trata de infundir en la gente la esperanza de que sus hijos puedan vivir mejor en una sociedad que se ha puesto al nivel del resto del mundo. Si se acaba con esa esperanza, los individuos más inteligentes no dedicarán sus energías a desarrollar su sociedad, sino a escapar de ella.
El problema de los mil millones de habitantes pobres es menos imponente que los problemas que se superaron en el siglo XX: las enfermedades endémicas, el fascismo y el comunismo, las guerras mundiales.