Consensuar es un verbo que no conjugábamos en nuestro país desde hacía demasiado tiempo, enfrascados como estábamos en la lucha fraticida, por hermanamiento en la demagogia, entre los dos grandes partidos de este país.
Sin embargo, parece que la cordura ha imperado, al fin, y han conseguido llegar a un consenso, han conseguido consensuar una agenda común para presentar en la próxima cumbre del 15 de noviembre dedicada a la refundación de la economía capitalista.
Pero no contentos con ese consenso bicéfalo, se ha perseguido el consentimiento y la aportación de otros agentes sociales y económicos de nuestro país. Las grandes entidades financieras, las fuerzas sindicales y las organizaciones empresariales han ofrecido al Presidente del Gobierno su visión sobre la crisis, con sus posibles soluciones o alternativas.
Y hay que darle la enhorabuena a Rodríguez Zapatero por partida doble. En primer lugar, por haber sabido colarse en una cumbre que hubiera sido, como tantas otras anteriores, ajena a nuestro país si no llega a ser por los esfuerzos diplomáticos de nuestro gobierno.
En segundo lugar, por darse cuenta de la importancia del consenso nacional previo a un planteamiento globalizado e internacional. La necesidad de presentarse en la cumbre con el apoyo del principal partido de la oposición y de los agentes sociales y económicos del país.
En definitiva, España se presentará en la cumbre unida, como nunca, y dispuesta a hacerse oír entre tanto gallo de pelea, dispuesta a presentar al mundo una alternativa socialdemócrata viable, un regreso a nuestros clásicos, un regreso a la nunca bien ponderada economía keynesiana.
Porque ése, y no otro, es el gran reto que tiene Rodríguez Zapatero ante sí. Ahora que el neoliberalismo económico se ha mostrado ineficiente, por mucho que sus voceros insistan en su validez, es el momento para retomar los ideales neokeynesianos, aquellos que relanzaron la economía mundial tras la depresión de los años 30 del siglo XX.
Es el momento de apostar por la regulación adecuada, por el gasto público eficiente y por el apoyo a las clases trabajadoras, y no a los grandes conglomerados empresariales. Es el momento de fomentar el trabajo y no el capital.
Es el momento de regresar a los valores económicos de antaño, y no refundar los actuales, aunque, eso sí, adaptados debidamente a los tiempos que vivimos.