La recurrencia es un mal endémico de la política española desde que la democracia es democracia, y los políticos políticos, de forma que los mismos temas nos vuelven a asaltar cada poco tiempo y todos acaban por tirarse los trastos a la cabeza los unos a los otros, y que Dios, o cualquier demiurgo de postín, nos pille confesados.
Ahora que parece que habíamos dejado zanjado el tema de las pensiones y su insostenibilidad, aparece el soniquete del copago sanitario, una vez más, y, una vez más, todos vuelven a utilizar los mismos argumentos vacíos, fundamentados en la única esencia de la retórica, en lugar de plantearse, como deberían, un pacto de Estado serio entre todos los interlocutores.
Porque es evidente que algo falla en el Sistema Nacional de Salud, claramente ineficiente, desde siempre, y más ahora que está transferido a las Comunidades Autónomas, uno de los grandes errores de nuestra democracia, por lo que el primer debate real que se debería de realizar no es el de copago sí, copago no, sino Administración Central o Autonómica del Sistema de Salud. Abogo, evidentemente, por la primera opción, porque la segunda atenta contra la equidad y la igualdad de todos los ciudadanos españoles.
Una vez aceptada, al menos por mis múltiples personalidades, la conveniencia de re-centralizar el Sistema Nacional de Salud, el siguiente debate podría fijarse en la búsqueda de la eficiencia del sistema que tenemos, una eficiencia que no debería de pasar necesariamente por la inyección de más dinero a través del copago, sino por la racionalización del gasto y de la política de empleo.
En este sentido, creo que debería de plantearse seriamente la gestión privada del Sistema Nacional de Salud. Un bien público con gestión privada supervisada por organismos públicos. Una gestión privada que evite la sangría financiera que el Sistema le supone a las arcas públicas y que posibilite el movimiento laboral en función de los méritos, no de las afinidades personales o favores debidos.
Tras haber realizado estos dos ajustes fundamentales, se podría empezar a valorar, de nuevo, la eficiencia del Sistema, y en ese momento, sólo en ese momento, comenzar a plantearse la posibilidad del copago. Implementar en estos momentos un sistema de copago no sería más que un parche en el ojo que nos impediría ver el auténtico problema de nuestro Sistema de Salud, que no es el déficit, sino la ineficiencia.
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