Los europeos, inventores del Estado nacional, habrÃamos ideado también una comunidad de soberanÃas compartidas capaz de ir sentando las bases de una sociedad cosmopolita. La unión económica exigirÃa reforzar la unión polÃtica y, como condición de posibilidad de una y otra, se potenciarÃa la Europa de los Ciudadanos, clave de bóveda de todo lo demás.
Pero la crisis actual ha puesto en evidencia que ninguna de esas metas se habÃa alcanzado, porque ha sido el egoÃsmo de cada paÃs el que ha presidido sus actuaciones y no la cooperación imprescindible para que funcione como tal unión en el orden ciudadano, polÃtico y económico. No hay una auténtica democracia europea, los gobernantes toman acuerdos bilateralmente, cambiando las lealtades al hilo de la conveniencia coyuntural, pero no se atiende a las aspiraciones de los supuestos ciudadanos europeos.
Este funcionamiento es suicida. Y no solo porque va en contra del sentido de la democracia, no solo porque resulta inmoral tomar decisiones sin tener en cuenta a sus destinatarios, sino incluso por algo tan simple como que resulta irracional. Tanto tiempo presumiendo de que el progreso humano se ha beneficiado del avance racional propiciado por Europa, para venir a dar en la irracionalidad más pueril.
Sabemos desde hace tiempo que lo racional no es buscar el máximo beneficio de forma egoÃsta sino tener la inteligencia suficiente como para cooperar desde una base de cohesión social. Acertaban los viejos anarquistas al asegurar que es la ayuda mutua la que beneficia a las especies y no la despiadada competencia.
La razón humana integral no es estúpidamente egoÃsta, sino cooperativa. Como dice Tomasello, “nunca veréis a dos chimpancés llevando juntos un troncoâ€; fue la capacidad de cooperar la que hizo progresar a la especie humana. Los que trabajan codo a codo no sólo consiguen cambiar el tronco de lugar, sino también generar un vÃnculo de amistad que vale por sà mismo y para trabajos futuros.
Ese parecÃa ser el corazón del proyecto de una Europa unida. Resulta desalentador ver cómo la Europa que inventó la democracia en la Grecia clásica, que acuñó la idea de dignidad humana como núcleo de la vida compartida, que potenció la racionalidad no sólo cientÃfica sino sobre todo moral, que descubrió el Estado social y la posibilidad de una comunidad supranacional, ha traicionado su propia identidad con un tenaz empeño suicida. Las actuaciones en Chipre, (que son a todas luces más fruto de la improvisación egoÃsta y chapucera que de una preocupación inteligente por el bien de la población,) se suman a esta reciente historia de agravios a los paÃses del sur, en los que se ha ido generando una aversión profunda hacia los supuestos socios del norte. Una situación de la que se benefician los populismos y los totalitarismos de uno u otro signo, los que no tendrÃan ninguna oportunidad de medrar en una sociedad justa.
¿Cómo es posible que a los bien situados les resulte tan difÃcil aprender que los paÃses y las personas son interdependientes, que es falso que mi ganancia dependa de las pérdidas ajenas? Es justo lo contrario, si los paÃses del sur quedamos esquilmados, como es el caso, no solo nosotros saldremos perdiendo, también perderán los del norte.
DecÃa Kant que hasta un pueblo de demonios, de seres sin sensibilidad moral, preferirÃa un Estado de derecho que una situación de guerra de todos contra todos. Con tal de que tengan auténtica inteligencia humana, como la que se revela en el juego del ultimátum.
En él un jugador oferta créditos a otro, que puede aceptarlos o rechazarlos. Si acepta, ganan los dos; en caso contrario, ninguno gana nada. Si fuera verdad que la racionalidad humana trata de maximizar el beneficio unilateralmente, el que responde deberÃa aceptar cualquier oferta superior a cero, y el proponente deberÃa ofrecer la cantidad más cercana posible al cero. Pero los que responden tienden a rechazar ofertas inferiores al 30% del total, porque no quieren recibir una cantidad humillante, y por eso los proponentes tienden a ofrecer del 40% al 50% del total para poder ganar algo. Por si faltara poco, los que sà muestran una racionalidad maximizadora cuando entran en un juego del ultimátum adaptado para ellos son los chimpancés, no las personas.
Mala cosa es la humillación de los peor situados y además ni siquiera es inteligente. Lo inteligente, en el caso de Europa, es recuperar la propia identidad creando una auténtica democracia, basada en la cohesión social y en la ayuda mutua.