Tabla de contenido ocultarSiente uno verdadera pena, como andaluz, al tener que reconocer a estas alturas que Andalucía ha terminado por convertirse en un inmenso cortijo, en el que los señoritos de izquierda campean a sus anchas como en milicia.
Una tierra desesperada que luchó como nadie para lograr constituirse en una Comunidad Autónoma de primera, y que con el paso de los días ha sido testigo de cómo el mismo padecer que entonces tenía lo sigue teniendo, si cabe aún más grave todavía. Los mismos problemas que en aquel tiempo estaban bien latentes, hoy, y después de un sinfín de años que ya se antojan impropios y exagerados, el paro, la Administración, la atención sanitaria en su versión pública, la educación, la cultura…, los mismos problemas siguen arrastrándose por los suelos de la ineficacia en este abrevadero gigante en el que tanto y tanto canalla ha venido saciando su sed imparable.
Por mucho que los próceres de turno nos quieran vender el paraíso, como lo hizo el ínclito Chaves con aquello de “la California del Sur”, la única verdad que se desprende de Andalucía, actualmente, es la que reflejan los auditores independientes y que no es otra que la del clientelismo puro y duro.
Que no hay parcela, dentro de la estructura social, económica y administrativa andaluza, que no esté salpicada por este sistema corrupto que alarma de manera especial a las capas más desfavorecidas; por cuanto las prestaciones a las que por derecho deben tener acceso las mismas se ven fuertemente cercenadas, abocando al pobre a más pobreza (uno de cada cuatro pobres en España es andaluz), haciendo del rico un personaje atrincherado en su atalaya de cristal y más rico, y erigiendo en intocables a los que vienen practicando el ejercicio de los cinco dedos desde fechas inmemorables.
Sí. Siento verdadera tristeza, como andaluz, al comprobar que los señoritos de izquierda se pavonean sin reparo alguno cuando se atreven a enumerar los logros conseguidos por sus sucesivos gobiernos, a lo largo y ancho de tres largas décadas. Y no se les muda la cara, ni de color ni de textura. Pues, que con las orejeras del triunfalismo puestas sólo aciertan ya a untarse, los unos a los otros, de cera amarilla, aceite de oliva y sebo de carnero. Y lo de “Andalucía por sí, para España y la humanidad” es una entelequia; puesto que a fuerza de la esquilmación más abyecta, el sendero verde, blanco y verde, arañado al terruño a golpes de azada y hecho para la libertad, aparece en el presente estrangulado por la soberbia y por un inmovilismo raro que no deja lugar a políticas más comprometidas con la realidad.
Sí, que lo sepan los de fuera: son estos señoritos, los de la rosa marchita, los que han hecho de Andalucía un monstruoso cortijo.