Vaya por delante que los derechos de autor se deben de cobrar, porque son el fundamento esencial y existencial de la creación artÃstica, y sin ellos no hay creación porque no compensarÃa y todo se limitarÃa a un ejercicio de amateruismo, no por ello menos mediocre, no me vayas a entender mal, pero en general sà menos productivo.
Ahora bien, el fin no justifica los medios, y está claro que la Sociedad General de Autores, la SGAE, habÃa perdido el Norte, el Sur, y cualquier otro punto cardinal que les quieras echar en cara, bajo el axioma de la defensa de sus afiliados, a los que decÃa representar, pero que no podÃan por menos que avergonzarse de sus métodos.
Porque la SGAE pretendÃa cobrar los derechos de autor del siglo XXI con la metodologÃa del siglo XX, y claro, chirriaba por los cuatro costados, porque provocaba absurdos de vodevil barato que no hacÃan más que perjudicar al noble derecho de los artistas a cobrar sus derechos.
Unos derechos que la SGAE gestionaba de manera poco transparente, y vuelvo a lanzar por delante del artÃculo la presunción de inocencia, pero no me negarás, amigo lector, que no hay mayor confesión de culpabilidad que la falta de transparencia porque demuestra que algo se quiere ocultar.
Para que una sociedad de gestión de derechos de autor funcione de manera correcta y cumpla el mandato para el que fue originalmente constituida debe de velar por mantener la transparencia de sus cuentas hasta las últimas consecuencias, porque la opacidad suena a ocultismo, y el ocultismo a trapicheo.
No sé si serán culpables, o no, si todos habrán metido la mano o sólo unos pocos, pero realmente no me importa, porque me alegro, me alegro de que un escándalo como éste sirva para que la SGAE, un organismo tan necesario como incompetente en los últimos años por su afán recaudatorio por encima de todas las cosas, recupere sus objetivos primigenios e inicie una regeneración que la lleve a trabajar para los autores y no para sà misma.