¿Es necesario un “cirujano de hierro” para sacar a España de la calamitosa situación de desgobierno, a la que nos ha conducido el desgobierno del Partido Socialista en los últimos ocho años?
¿Son necesarios “cirujanos de hierro” para enderezar la calamitosa situación de desgobierno que sufrimos en España?
Si hay un personaje al que se le debiera haber homenajeado durante este año 2011, ese es Joaquín Costa y Martínez, nacido en Monzón, Huesca, el año 1.846, y fallecido en 1.911; en el año que estamos próximos a finalizar se ha cumplido, por tanto el centenario de su fallecimiento (es lamentable, a la vez que llamativo, que no se haya llevado a cabo ninguna celebración para conmemorar el centenario de tan importante jurista, historiador y erudito español, representante del movimiento regeneracionista)
El aragonés Joaquín Costa afirmaba en 1.898 que el régimen político existente –hace más de un siglo- en la España de la “Restauración” (llamada también “la España del Regeneracionismo”) era un régimen oligárquico y caciquil, y atribuía a tal forma de gobierno todos los males de nuestra nación. Decía que la España de entonces estaba gobernada por una oligarquía de “notables”. La situación por la que atraviesa nuestro país se parece demasiado a la que describía Joaquín Costa, decía que España no era una nación libre y soberana y que en España no hay parlamento ni partidos; hay sólo oligarquías (lo que algunos hoy denominan “partitocracia”)
Ya Platón (en “La República”) definía la “oligarquía” como el gobierno integrado por los más poderosos, que suelen ser los que ostentan el poder económico, sin que el resto de la población tenga capacidad de decisión en los asuntos públicos.
Afirmaba Joaquín Costa con absoluta rotundidad que «no es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos,… sino, al contrario, un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias.» (El parecido con la actual realidad española no es simple coincidencia…)
Joaquín Costa proponía, no reformar el régimen existente, sino, su supresión. Hablaba de la necesidad de un cambio constitucional. Decía que “este régimen caciquil que adopta una forma de monarquía parlamentaria, en vez de subordinarse los elegidos a los electores, son éstos lo que están sometidos a los elegidos. Además, tampoco la ley contempla o considera de forma ecuánime a todos los ciudadanos.”
Pasemos a analizar el régimen de oligarquía y caciquismo como forma de gobierno:
Según Joaquín Costa, los elementos que definen la oligarquía son los siguientes:
Primero.- Los oligarcas, los llamados primates, prohombres o notables de cada bando, que forman su «plana mayor», residentes ordinariamente en el centro.
Segundo.- Los caciques, de primero, segundo o ulterior grado, diseminados por el territorio.
Tercero.- El gobernador civil, que les sirve de órgano de comunicación y de instrumento.
¡¡Cuántos ejemplos podríamos citar de gente como la que indica J. Costa, desde la muerte de Franco hasta la actualidad!!
Joaquín Costa diferencia entre el cacique, hombre más influyente de la comarca, con enorme capacidad de control político, social y económico y base del sistema caciquil y el oligarca, el político profesional de la nación que se apoya en los caciques para ejercer su poder. El cacique realiza el trabajo sucio mientras el oligarca ejerce de delincuente de cuello blanco…
Según Joaquín Costa, «en las fechorías, inmoralidades u crímenes que forman el tejido de la vida política de nuestro país, el oligarca es tan autor como el cacique, como el funcionario, como el alcalde, como el agente, como el juez, e igualmente culpable que ellos; pero no he dicho bien: esa culpa es infinitamente mayor, y sería si acaso el instrumento o el cacique quien tendría moralmente razón para negar el saludo al personaje o al ministro, que fríamente y a mansalva armó su brazo, haciendo de él un criminal cuando pudo y debió hacer de él un ciudadano.»
Asimismo, el régimen caciquil descrito por Costa posee otra característica un elitismo perverso que, impide lo que más tarde Vilfredo Pareto denominaría «la circulación de las elites»; en el régimen caciquil los más capaces y los mejor preparados son apartados, «es la postergación sistemática, equivalente a eliminación de los elementos superiores de la sociedad, tan completa y absoluta, que el país ni siquiera sabe si existen; es el gobierno y dirección de los mejores por los peores; violación torpe de la ley natural, que mantiene lejos de la cabeza, fuera de todo estado mayor, confundida y diluida en la masa del rebaño servil, “servum pecus”, la elite intelectual y moral del país, sin la cual los grupos humanos no progresan, sino que se estancan, cuando no retroceden.»
España es una meritocracia a la inversa. El régimen selecciona a los peores y prescinde de los mejores individuos, de las personas componentes de la sociedad española. En el régimen caciquil oligárquico sólo triunfan los peores… En la España caciquil, los oligarcas se reparten el país por áreas de influencia política. Cada oligarca disfruta de su correspondiente feudo-taifa. Los oligarcas se agrupan en asociaciones o “bolsas de empleo” llamadas partidos políticos y hacen como que deliberan en las Cortes. En España más que Cortes y partidos políticos existe una caricatura de ambas cosas. Los grupos políticos no responden más que a intereses pasajeros y provisionales personales y particulares de grupos de interés (lobbys, o grupos de presión se denominan hoy)
Por lo demás, el parlamento no representa a la nación. Las elecciones son organizadas por los que realmente gobiernan para obtener el resultado electoral apetecido…
Francisco Pi y Margall dijo que España poseía un régimen bastardo, de imposible clasificación.
Por todo ello, J. Costa no condena el régimen parlamentario sino su corrupción oligárquica. En España, afirmaba, hay dos gobiernos: uno fantasmal: el sistema de monarquía parlamentaria, con constitución y elecciones y otro el real, efectivo y esencial que es el caciquismo oligárquico.
La oligarquía de la que habla Costa posee un poder absoluto, sin ningún tipo de freno o contrapeso. Por encima del Rey está Su Majestad el Cacique. De esta manera describía Joaquín Costa la realidad política existente en la España de 1899: «una oligarquía pura en el concepto aristotélico: gobierno del país por una minoría absoluta, que atiende exclusivamente a su interés personal, sacrificando el bien de la comunidad.»
Pero añade aún más: “la existencia de la oligarquía política compromete la unidad de España y fomenta el secesionismo político y territorial. Para que subsista España como Estado nacional es preciso que desaparezca la oligarquía. La oligarquía desnacionaliza España”. ¿No les resulta especialmente “familiar” la cuestión?
La solución propuesta por Costa para eliminar el caciquismo es una política quirúrgica de urgencia. Se requiere «una verdadera política quirúrgica» y esta política quirúrgica debe ser realizada por “un cirujano de hierro”.
“El cirujano de hierro debe tener virtudes similares a las del filósofo-rey de Platón: que conozca bien la anatomía del pueblo español, que sienta por él una compasión infinita, que tenga buen pulso, que tenga un valor de héroe, entrañas y coraje, que sienta un ansia desesperada por tener una patria, que se indigne por la injusticia. Debe ser un hombre superior y providencial que lleve a cabo la regeneración de la patria. El cirujano de hierro es un político ilustrado, culto, superior, que gobierna al pueblo para mejorarlo…”
Llegados a este punto, Costa va más allá de decir que tenemos una ficción o caricatura de parlamentarismo, llega a afirmar que incluso el parlamentarismo es incapaz de acometer las reformas en profundidad que España necesita. El parlamentarismo no es el medio, es el fin de las reformas. La alternativa al actual régimen parlamentario es el régimen constitucional de separación de poderes del Estado.
El caciquismo u oligarquía política descrita afecta también, ¡cómo no! a la administración de justicia, consiguiendo así una justicia corrupta y llena de parcialidades y partidismos caciquiles. Su propuesta de «cirujano de hierro» siempre se ha querido interpretar como un dictador, pero su “cirujano de hierro” es un magistrado u hombre que garantiza que todas las instituciones constitucionales del régimen presidencial funcionen: un Parlamento, un Poder Judicial independiente y una Administración eficaz…
El sistema seudo parlamentario denostado por Joaquín Costa, posee mayorías y minorías que son, al fin y al cabo, parte de un único partido gobernante. La representación es inexistente de facto. Los diputados representan a las diversas facciones dentro de la oligarquía. Por ello el consenso es fácil entre todos los oligarcas o caciques.
Igualmente llamativa por su actualidad política, hoy en la España del siglo XXI, la terrible acusación contra las universidades españolas y contra sus funcionarios, los catedráticos como principales valedores ideológicos del bastardo régimen de la Restauración:
«Gran parte de la culpa alcanza a las Universidades: lo que sobre organización política de España enseñan a la juventud es un solemne embuste de la Gaceta (Boletín Oficial del Estado): … Los catedráticos, con alguna rara excepción quizá, son los principales responsables de que se perpetúe ese convencionalismo criminal que ha postrado a la nación y la tiene en trance de expirar.»
Otra consecuencia del régimen oligárquico es la ausencia de una ciudadanía madura moral y políticamente: «España, como Estado oligárquico que es, no puede tener ciudadanos conscientes; electores, ni, por tanto, régimen parlamentario, y porque no puede tenerlos no los tiene.” Como el pueblo español carece de madurez política, el sufragio universal también es una ficción…
De sus críticas tampoco se libran los medios de comunicación, la prensa dice Joaquín Costa, es responsable de la postración de España. Igual que el pueblo español no tiene ni madurez ni capacidad política, tampoco tiene capacidad para leer periódicos de forma crítica y racional. La opinión no surge de los ciudadanos, sino de los periódicos. Hace falta entonces una reforma también del cuarto poder. El periodismo hace que los ciudadanos renuncien a su facultad de pensar por sí mismos. Como la prensa está en manos de oligarcas, entonces la prensa es sumamente perjudicial para el pueblo español. «Y así ha resultado que eso que llamamos opinión no tiene su fuente en la conciencia de la nación, sino que se forma en las redacciones de dos o tres periódicos; y como, por otra parte, esas redacciones no son, en lo general, cuerpos de tutores, patriciado natural, sino, al igual de la plana mayor de las facciones, cuerpos de oligarcas y de intérpretes … el vasallaje práctico del gobernante resulta doblado por el vasallaje teórico del periodista, y entre los dos dan a España, según dije, aspecto de una nación maleficiada.» Con las actuales oligarquías periodísticas es imposible el cambio que pretende realizar Costa en España. La renovación de la prensa pues, es algo que se impone, que urge para Joaquín Costa forzosamente.
¿Quién sería el sujeto revolucionario que habría de colocar al “cirujano de hierro” para hacer la revolución liberal ansiada por Costa? Un partido de hombres nuevos de donde saldrá el cirujano de hierro y todo el personal político necesario para cubrir los cargos públicos del Estado y colaborar con el cirujano en la necesaria tarea de regeneración de la patria. El partido que él propone, es la elite intelectual y política con capacidad suficiente como para impulsar el cambio y suministrar de entre sus filas el personal político necesario a la nación. Este partido sería liberal y nacional y regeneracionista…
El diagnóstico de Joaquín Costa al régimen salido de la Restauración Borbónica de 1876 puede serle igualmente aplicado al régimen de la Restauración de 1978. El parlamentarismo de la Restauración se ha convertido en un parlamentarismo de partidos. Los partidos no tienen estructura democrática. Son órganos del Estado. Están subvencionados por el Estado y están fuera del control de los ciudadanos. La corrupción se ha instalado como forma de gobierno en España. El actual régimen se podría afirmar sin exageración que es un Estado corrupto. No es posible ejercer castigo electoral frente al gobernante corrupto. Existe una especie de servidumbre voluntaria del electorado. Además, las personas de los partidos se pueden sustituir, los partidos no. El sistema electoral proporciona coartadas e impunidad a los partidos. Los ingredientes de esa oligarquía son los partidos y su articulación gubernamental, parlamentaria, judicial, autonómica y local. Esta oligarquía posee en torno a sí organizaciones satélites: asociaciones, ONGs., sindicatos, etc. Las subvenciones estatales cuidadosamente concedidas impiden cualquier tentación de independencia y de “ataque” al régimen.
Generalmente, en las elecciones nada se decide. Los programas de los partidos se parecen cada vez más y por tanto las elecciones no responden a la voluntad popular. Las elecciones adquieren cada vez más un creciente carácter plebiscitario y se convierten en un acto de adhesión inquebrantable al régimen. Los electores se identifican sentimentalmente con el jefe del partido. La voluntad popular es una retórica vacía e incluso cínica, que expresa el dominio absoluto de los partidos sobre las instituciones y la sociedad. Estos partidos designan los candidatos y se reparten el poder institucional del Estado así como sus territorios siguiendo cuotas electorales. El sistema lo deciden las direcciones de los partidos políticos.
El sistema caciquil-oligárquico ha corrompido, también, a la función pública. El carné político ha desplazado al mérito y la competencia profesional en sectores tan vitales para el porvenir como la enseñanza y la sanidad, las empresas y las administraciones, el Estado y las autonomías. En el terreno de la enseñanza (entre otras cosas) se ha destruido el bachillerato y se ha promovido la clientelización de la universidad. Esta corrupción, la del saber es la más duradera.
En este paripé de régimen parlamentario, las Cortes ejercen casi de convidados de piedra. Las principales decisiones las adoptan los jefes de los partidos en reuniones secretas (asesorados por los diversos grupos de presión) y en negociaciones al margen del parlamento. Una vez concluidos los acuerdos, el parlamento escenifica el acuerdo con una votación. Es por tanto el parlamento cámara de manifestación no de reunión ni de debate. El partido gobernante controla el poder legislativo y el ejecutivo, y el poder judicial a través del Consejo General del Poder Judicial y mediante el Tribunal Constitucional. No hay división de poderes…
¿No piensan que aquella España se parece demasiado a la España actual?
Para desgracia nuestra, la España nacida de la Constitución de 1978 es muy parecida al régimen político de 1876; razón por la cual la descripción de Joaquín Costa sigue teniendo enorme interés.
Las comparaciones, en este caso no son odiosas…