Despelotarse, enseña el DRAE en su segunda acepción, significa “alborotarse, disparatar, perder el tino o la formalidad”. Aunque no lo indique, le incumbiera precisar que tales acciones son propias, casi privativas, de políticos o afines. A semejante extremo nos lleva el hecho de que estos especímenes concentran un alto porcentaje de protagonismo, bien por impudor bien a consecuencia de erráticos dicterios que escapan al sentido común. En momentos, lindan el éxtasis, la excelsitud, al solaparse fanatismo y solemnidad. Su percepción intelectiva necesariamente ha de levitar, situarse allende los espacios lógicos, para acarrear esa simbiosis integral entre magisterio y necedad. Sin duda, se precisa el concurso de expertos hermeneutas con talento a fin de interpretar procesos y comportamientos que reniegan del normal discurso.
El contribuyente (antes ciudadano) ya no se indigna; ahora se “troncha”. Asemeja payaso y político advenido a falso redentor, aun implacable esteta de la gestión pública. Esta actitud debiera preocupar a la casta parásita. Cuando el individuo siente sus entrañas corroídas por la ira no deja de votar. Lo hace, cual reflujo, a despecho del adversario histórico. Introduce un voto vengativo, impotente, analgésico. Preocupa asimismo, que tal actitud justifique -bajo la máscara democrática- el siniestro sistema partitocrático que sostenemos y expiamos. Sin embargo, si su naturaleza (física y emotiva) se estremece sacudida por la jarana, ir a votar le produce eritemas o ronchas. Día a día puede observarse desapego, repudio, hacia cualquier personaje público o sigla casi sin excepción. Corren malos tiempos para los mentores de la trapacería.
Susana Díaz, novísima presidenta de Andalucía, se ha hecho acreedora a un lugar de honor en el Club de la Comedia. Las declaraciones sobre su postura -más bien apostura- frente a la corrupción andaluza, ha pillado fuera de juego al personal. Tras dos jornadas, no creo que haya nadie restablecido de los espasmos propiciados por tan increíble, extemporáneo e insólito adorno. El lance escapa a todo supuesto o aprecio que tenga encaje con la pose, el cinismo más abyecto, la afrenta y la desvergÁ¼enza en ese contrapunto epicúreo de obviar el sentido al ridículo. Se equivoca quien así piense o prejuzgue. Doña Susana, prófuga la Casta, pretendía sólo un discurso estrambótico para el regocijo ciudadano, incluso más allá de la frontera patria. Si somos agradecidos, hemos de loar las sanas intenciones de una presidenta sin sonrojo por hacernos llevaderos estos días de regreso a todo.
Qué, si no, importa a esta buena señora su alocución. Tras dos décadas en puestos orgánicos del PSA, así como un lustro en el Parlamento y Gobierno andaluz, decir que le asquea la corrupción únicamente puede interpretarse como una sutileza irónica. El interés mostrado por ese proceder arrebatador, dicharachero, de la presidenta nos lleva a la impresión de que la supuesta aspereza con que suele emplearse, es un bulo maledicente. Ignoro qué motivos aconsejan sospechar en ella un carácter radical. No armonizan, de ninguna manera, los ocurrentes principios que sembró al desmenuzar su discurso institucional con un presunto talante “sanguinario”. Tomo, pues, a escarnio el retrato que le publican; tendencioso, casi demoníaco.
La señora Valenciano, por su parte, dejó al aire una extraña orfandad en discursos. Así, sin concreción. Al asegurar -sin ambages- que la soflama de Susana Díaz es “el primer discurso del siglo XXI que yo he escuchado”, deja constancia indeleble de incuria retórica o de mentira extravagante, puede que piadosa. ¡Vaya usted a saber!
Estos políticos pertinaces, ellas y ellos, perviven (se acomodan) gracias a sus buenos oficios. No digo que asumen el papel poco airoso de la Trotaconventos, ni mucho menos, pero no me negarán que algo sí que se parecen. Buscarse los garbanzos constituye una proeza humana, legítima siempre bajo patrocinios más o menos honorables.
Descarten la idea de un acoso unilateral al PSOE. Cierto que hoy mis críticas adolecen de cierta asimetría (cuánta profundidad encierra el vocablo) en el trato. No obstante, y debido al escaso espacio que resta, hago extensivo el despelote al resto de siglas sin ninguna indulgencia. Mención especial merecen por sus lacras PP, CiU e IU. El caso Bárcenas, la alocada deriva del nacionalismo y el sempiterno desfase de Izquierda Unida que no encuentra un lugar bajo el sol, nos dan sobrado alimento social y dialéctico para un despelote masivo, púdico e hilarante.
Termino con un aforismo caricaturesco, deseable pero no aconsejable por la carga de indolencia que conlleva: “Al mal tiempo buena cara”.