Usted, a poco que vea las noticias y poco que se informe en cualquier medio de comunicación, incluidos los medios electrónicos, tiene constancia de la evasión creciente de capitales a países extranjeros como Suiza o más exóticos como Singapur. Los ricos y pudientes viajeros del mundo y sin patria se deslocalizan, tal como las empresas globales cuando el gobierno de turno donde se asientan les hace un feo. Cogen y se van.
En Francia este fenómeno se ha agudizado y ya son decenas de famosos de todos los ámbitos los que, asustados de las subidas de impuestos masivas en los rendimientos del capital (del 34 al 62%) y en el IRPF (tipo marginal máximo hasta el 75%) huyen del país. Curiosamente, no precisamente la mayoría a uno de poca afición impositiva como es Bélgica pero, por lo menos, no le desagrada al fisco belga la llegada de capital y no lo grava tanto ni poseen el confiscatorio 75%, con el 55% es suficiente (y eso que es de los más altos del mundo no obstante). Otros evasores más tradicionales buscan el refugio al calor de la pequeña Suiza, fría y abrupta por la geografía, pero amable con los nuevos huéspedes en temas financieros y económicos.
En España no nos distanciamos y, realmente, al margen de la ideología y creencias particulares, el gobierno y los gobiernos que estamos teniendo están bordando el desastre y recrudeciendo el desempleo, así como esfumando esperanzas. Nuestros servicios sociales se resienten y vemos que la autonomía sobre nuestra vida es más que limitada, queda en evidencia que dependemos de otras personas para vivir, y lo peor, que son personas que no conocemos ni, lo más probable, conoceremos. Es normal, o es entendible, que no empaticen con nuestra situación y su información de nosotros sea vaga, difusa, abstracta o distraída. Observo, además, que en su ciudad siguen las restrictivas normas dictadas por el gobierno de todos. Su ciudad puede adecuar las cuentas mucho mucho mejor sin tener que pagar por aquellos que lo hacen mal. Quizás su ciudad ya esté sana y su problema no sea otro que pagar a las demás sus problemas y cumplir con los mandatos de arriba, por tanto, sus escasos márgenes de maniobra le impiden ceder a su población los instrumentos de la prosperidad. Su ciudad necesita dinamismo, cambio, sabia nueva y libertad de movimiento para no estar subordinada a la esclavitud del resto que domina la administración competente. Me da igual sea la Generalitat de Catalunya como la Junta de Andalucía como la Xunta de Galicia.
Yo observo en su ciudad un problema claro y clave al mismo tiempo: hay desempleo. Pero, a pesar de la evidencia de este hecho en su ciudad a ojos de cualquiera, hay otro, subsidiario y consecuente, menos visible o menos comentado: hay economía en negro, o B, al margen del Estado o, dicho más fuerte, mercado negro. La percepción del desempleo la hace, no por el desempleo real, sino por el desempleo legal, es decir, aquel que considera «empleo» como el trabajo acorde a la ley reguladora. Por esta regla de tres, está usted excluyendo una máquina generadora de riqueza fundamentada en, también, el trabajo, pero que no concierta con la ley reguladora. Sin embargo, hay que señalar como comentario final que hay personas, de verdad, en desempleo real, ni legal ni no legal. Personas que no se atreven a transgredir el marco legal, o cuyo esfuerzo desmerece a tenor de la ayuda que aun perciben del Estado. En cualquier caso, lo deseable como usted coincidirá será que todo el mundo tenga un trabajo que sustente sus necesidades, y que este sea aceptado por la sociedad y la autoridad, o sea, legal.
Convendrá conmigo en que si no hay empresa creadora de empleo en su ciudad, o no la suficiente, y el Estado, pródigo, está pagando sus deudas y es insolvente, tendremos un problema para cumplir con nuestras aspiraciones de empleo y que sea legal. Así pues, creo, que los instrumentos que necesitamos en su ciudad son un marco legal más permisivo donde el empleo, ahora sumergido a la deriva, sea, por los menores requerimientos, legal. De tal modo, tan simple y sencillo, la cifra de empleo arrojará alegrías o, por lo menos, se contendrán las penurias. Necesitamos escindirnos de las obligaciones no legítimas, a las cuales nos han forzado, de terceros y, por tanto, el dinero recaudado en su ciudad, no vaya a parar a otros, sino a su ciudad. No es egoísta si todas las ciudades se rigieran por el mismo principio de responsabilidad, todos cumplirían y se evitaría la pillería de hacerlo mal y satisfacerse de lo ajeno y regalado obligadamente -nótese la contradicción de los términos pero, de facto, dándose en la realidad-. Si poseemos más margen, o total si continuamos la espiral lógica hacia lo mejor para nosotros -y los demás pues si fallamos no perderán por nosotros-, y mantenemos nuestros deseos de empleo y que sea legal, pediríamos un distrito especial autónomo fiscalmente sin duda. Nosotros no queremos las transferencias del Estado, y solo le transferimos el mínimo que corresponde a la seguridad y la justicia que necesitamos mediante un acuerdo.
En cinco años, el ayuntamiento de su ciudad, rígidamente controlado por sus ciudadanos que visionan todo movimiento en la ciudad pues les afecta de lleno, en la totalidad. Si la autoridad lo hace mal, todos lo sufrimos, si lo hace bien, todos los agradecemos. No tenemos amparo casi en el Estado, en los demás, somos autónomos y, por eso, demostraremos hacerlo bien sin la ridiculez o el esperpento de pedir rescate al fondo de liquidez autonómico que el Estado ha confeccionado tal como Andalucía, Murcia o Cataluña. En un lustro transformamos nuestra pésima fiscalidad en un libre comercio poco castigado. Creo que, para un ayuntamiento, con el 10% de IRPF, con el 5% de IVA, con la mitad de las cotizaciones sociales y con la eliminación de todos los demás impuestos nos valen. Tengan en cuenta que nos salimos de la guerra política de las duplicidades, administraciones pesadas de tonelaje bruto o, que en vez de elefantes que cargan y ayudan, se comportan como elefantes en una maleta de viaje de la que hemos de tirar. Dantesco. Vea el ejemplo de países o ciudad más libres independientes y cuya fiscalidad es aun, incluso, más baja, pero tenga en cuenta usted que necesitamos adaptarnos y remodelar nuestro sistema.
Siente como el evasor fiscal, legal o ilegal, residente en España no se va lejos y acude a su ciudad. Mire como personas que trabajaban en negro por las normas no le permitían otra cosa, surgen a la luz y, no contento con eso, atrae a otros trabajadores en negro de otras ciudades a deslucirse como legales en la suya, en su suerte de pequeña patria. Vea como el trasiego de la actividad genera más actividad como indicaba la curva de Laffer de «menos impuestos y, paradójicamente, más recaudación» por la génesis de novo de más empleo, más empresarialidad, etc. Contemple como pocos, si aun pervive alguien así, deben de avergonzarse de trabajar al margen de la ley para mantener sus familias. Mire como consumidores de otras ciudades vienen a su ciudad a adquirir bienes y servicios donde le roban menos las autoridades pues su coste es idéntico en su ciudad de procedencia que en la suya, la diferencia estriba en el canon de su ayuntamiento. Ese sobreconsumo foráneo traduce su ciudad en la meca del fin de semana de compras y, a su vez, produce más actividad. Mire las calles rebosantes. Conseguirá la envidia y la crítica de las ciudades de su entorno pero el modelo de su ciudad no es desleal en absoluto: paga al Estado lo que coge de este y es autónoma para lo demás. Si en su ciudad se produjeran pérdidas, todos sus ciudadanos y nadie más que sus ciudadanos las pagarían. Por tanto, no es desleal. No es inmoral, pues, aparte de lo anterior, de su intachable transparencia y genuina iniciativa, han conseguido que el sector público dé lo mismo o más pero con menos, es más útil y, depende con qué ojos lo miremos, nos roba menos. No pagamos argucias políticas, sino políticas de prosperidad, con suerte de ser las más baratas que existen. Otra de las paradojas del mundo moderno que el gobierno francés no entendió, tampoco es rajoyano gobierno español.
Su ciudad no estará compitiendo deslealmente con las demás que, sin embargo, le acusarán no ser partícipes del dolor del resto de los españoles cuando la crisis acucia con su tormenta de números rojos. Usted debería plantearse el dilema moral en otros términos o, si lo prefiere, el dilema cívico. Podría argumentar que si a nosotros nos va bien, a ustedes también y sería deseable que los demás se unieran a aquello que produce prosperidad, saca a la gente de situaciones ignominiosas y reluce de alegría y progreso. Aquello que es más efectivo debe prevalecer por la lógica. Empotrarse con un sistema egoísta que prefiere el caos de todos a que cada uno busque su modus vivendi es defender la incivilización o argumentar contra la lógica. Si casi todo el mundo, e igual usted también, ha reflexionado que la economía debe ser la ciencia de la búsqueda del progreso, quizás debería plantearse el ¿por qué cuando esta fórmula ya ha sido validada, existe y está presente en este mundo hoy no se lleva más a cabo? Es un insulto a la razón, creo yo. Además, si es por cuestiones morales, le puede asegurar que es más moral que el gobierno no sea corrupto y no se apropie del dinero del sudor de su gente, y que sea ésta la gestora de sus vidas. Si acaso, es posible que usted contemple imposible de realizar este proyecto por la estéril e inflexible política actual pero, también puede ser la raíz del problema el que nadie se moviliza pidiendo esto aquí escrito porque en el mundo hay, existe y se ha validado y permitido ¿No cree que esto es un gracioso giro a nuestro favor?