Una cadena siempre se rompe por el eslabón más débil, y una política económica impopular siempre va dirigida a la clase trabajadora, el eslabón más débil de la cadena social de un país, porque no tiene poder de negociación, ya que depende de los ingresos que otros les facilitan.
Las grandes fortunas, los grandes y pequeños empresarios y los altos ejecutivos poco deben temer a las medidas económicas de un Gobierno, más allá de ganar más o menos dinero, porque su status y su nivel de ingresos genérico nunca se ve afectado, por el mero hecho de que tienen poder de negociación.
Un Gobierno sabe que no puede atacar a las grandes fortunas, porque si lo hiciera, éstas cogerían su dinero y se irían allí donde las trataran mejor, es duro, pero es así, no puede atacar a los empresarios, porque son la esencia de la fuerza productiva de un país, y no puede atacar a los altos ejecutivos, porque la fuga de cerebros es un coste excesivamente elevado para un país. Por tanto, no le queda otra que hacer lo fácil y atacar a la clase trabajadora.
Sé que el diferenciar entre clase trabajadora y resto de clases suena muy arcaico, pero la realidad nos devuelve, una vez más, a tiempos pretéritos, a unos tiempos en los que seguimos anclados, queramos o no, porque la estructura productiva de nuestro país está pensada para otros tiempos, no para la flexibilidad de hoy en día.
Vivimos en una época volátil, con sus pros y sus contras, una época que se puede aprovechar para crecer hasta límites nunca concebidos o para sufrir las consecuencias de la inestabilidad, son tiempos para comerse el mundo o para dejar que el mundo nos coma.
Ya no son tiempos de encontrar un trabajo a los 18 años y permanecer en la misma empresa toda la vida, no son tiempos para residir en la misma ciudad permanentemente, no son tiempos para la exclusividad de la movilidad vertical, no, son tiempos para el movimiento.
Nuestra estructura productiva es esencialmente rígida, lo que provoca que todas las medidas de ahorro vayan dirigidas al la clase trabajadora, al eslabón más débil, si nos hubiéramos ido amoldando a la nueva flexibilidad que exigen los tiempos el ahorro se podría haber distribuido entre todos los agentes productivos, todos somos culpables, los políticos los primeros, pero también los trabajadores que no quisimos atrevernos a dar un paso adelante.
Ahora, como eslabón más débil, no nos queda otra que sufrir las consecuencias mientras clamamos a los cuatro vientos por una injusticia que no supimos evitar cuando tuvimos oportunidad.