EL ESTADO MINIMO
Estas tormentas de legislatura, tan cargadas de destellos y ruidos, además tormentosas, que pueden arrastrar grandes avenidas que arrasen cuanto encuentren en su camino, me llenan de temor. La representación política de la ciudadanía se encuentra acorralada por los gritos que desde la balconada profiere la gente: «¿Qué haces? ¿Por qué no te vas?»
Recuerdos de un Estado mínimo en España. Don Francisco Franco consiguió ser sólo él la referencia de toda la historia de España desde Recaredo, hasta amoroso devoto del vestigio de santa Teresa de Ávila, y hasta testaferro de don Juan de Borbón. Tuvo dominio desde Ayamonte, donde el Guadiana se hace Mar, al Cabo de Creus. Franco era EL UNICO, España era el Estado del Pazo de Meirás.
Ahora, en estos días, cuando la crisis económica se ha convertido en la gran avenida, en el tornado que nos puede asolar, se dice que «por austeridad» se deben eliminar ministerios, altos cargos, administración, congelar los salarios, «comenzando por los sueldos de los concejales». (De los que dicen tal cosa, quisiera yo saber la experiencia que tienen de ser concejal «de su pueblo»).
Y digo yo si no fuera mejor suprimir el Estado definido por la Constitución de 1978: el Estado Español de las Autonomías, del Congreso y el Senado, de las Municipalidades, presencias cercanas del Estado. Mantener tan sólo el Azor o su sustituto, y contemplar en los presupuestos tan sólo un sueldo similar al de un general de brigada, para el señor que lo fuera todo. El cual señor se haga con la chequera de todos y cada uno de los bienes que producen los trabajadores y cheque en mano, mano austera en todo caso, sin bien dadivosa siempre. Mano firme para mantener el orden, incluso a costa de alguna condena. Todo será regalo y diaconía de aquel que Es el Estado mínimo. «El Estado soy yo», podría decir.
Estas trampas no tienen otra justificación que el de propiciar las dictaduras (incluso las del proletariado) Un ministro, un alcalde, un concejal, el presidente del Gobierno, los políticos son necesarios como lo son las palabras de la ciudadanía. Es cuestión de «democracia»: sistema ciertamente cruzado por la dialéctica de lo particular y lo público y que debe ser arbitrado por quienes han sido elegidos para propiciar la educación permanente para la ciudadanía, con la participación indispensable y directa de los ciudadanos.
Manuel Pérez Castell
Diputado de España por Albacete
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