Sociopolítica

El estilo de vida desde la historia, la economía y los valores

Según voy observando la filosofía de vida va involucionando poco a poco en los países desarrollados destruyéndose los pilares donde se asentaron los principios ilustrados, después las luchas del movimiento obrero y otras luchas por los derechos y por la igualdad, libertad y fraternidad. El retroceso de los derechos viene dado por una gestión económica ineficaz, hasta cierto punto perversa y por otro lado interesada. La monarquía absoluta ha dado como vástago a una especie de ‘gran hermano‘ bajo el pseudónimo de los mercados financieros: banqueros, grandes empresarios y algunos políticos sin contar con los beneficiados del mundo público y de la estética como son los actores de cine, futbolistas y otros deportistas, ‘famosillos‘ y demás. Las grandes nóminas se concentran en pocas manos y lo más curioso es la aceptación social que tiene, como si fuera natural. Por otro lado, para la ‘normalidad’, el estado del bienestar presentado en las prestación de servicios por el estado como la sanidad, la educación y las pensiones universales unido a unos salarios que garantizan un poder adquisitivo suficiente con tiempo libre para el ocio, las relaciones sociales y el descanso se han ido deteriorando con el tiempo conforme la sociedad se ha ido haciendo más ‘totémica’, conformista y acrítica.

Cada uno de los apartados daría para largas explicaciones pero en el que me voy a centrar en es la relación del tiempo libre, el estilo de vida del bienestar y la jornada de trabajo en consonancia con la economía, la sostenibilidad y los ideales de la sociedad desarrollada tradicionales. En esto no cabe otra forma de comenzar sino es por nombrar las luchas del movimiento obrero y sus logros, con los sindicatos, las protestas y sus antecedentes, las sociedad de mutua ayuda y parecidas. Al principio, con la nueva sociedad liberal basada en la burguesía triunfante de la revolución francesa la situación de la gran mayoría de la población no mejoró respecto a la soportada con los reyes absolutos ya que estaban siendo explotados por los empresarios con el auge de las nuevas tecnologías, las fábricas y las nuevas ciudades industriales. En realidad, si bien las luchas fueron un detonantes claro de la consecución de derechos para los trabajadores, también lo fue la conveniencia de los empresarios por motivos económicos ya que, con el incremento de la producción, la administración científica (taylorismo y fordismo) se veían en un aprieto a la hora de encontrar donde meter toda esa producción: necesitaban consumidores. Fue entonces, ya por principios de siglo XX, cuando se empezó a diseñar el consumismo y los estilos de vida modernos. Fue una necesidad para la expansión de la economía dado el incremento de la productividad y los excedentes en la producción, con el consecuente bajo precio final de los productos, en convergencia con los deseos de las clases medias y bajas de mejorar su nivel de vida y estatus.

Saltando la parte de en medio del siglo XX y asistiendo ya a la consolidación de las democracias y la instauración de los modelos de bienestar en los países más desarrollados del último tercio de siglo XX, como mucho de la segunda parte, se ha dado un adelanto como es evidente y se han sentado las bases de su contracción, de su retroceso, el némesis del mismo estado de bienestar. El mismo ha sido incubado con los años y ha pasado inadvertido ante todos los gobernantes, muchos intelectuales (hay algunos que no) y por supuesto de los magnates de la economía. Las cosas han seguido haciéndose como siempre, sobre la marcha, con parcheo y sin visiones de futuro, quizás con la confianza de la grandeza y el poder moral de defender el «estado democrático» con sus valores implícitos, aunque a veces violados y su aureola de cara a la galería cuando sabemos de sobra cuántas democracias son pura imagen.

Centrándonos en el tema que nos ocupa en toda su extensión, la jornada laboral por su duración establece un equilibrio entre el tiempo que tiene el trabajador fuera del trabajo donde podrá gastar su remuneración y consumir para alimentar el sistema y el tiempo que necesita para producir bienes y servicios en su trabajo suficientes como para que el excedente medio de todos los trabajadores se traduzca en nivel de vida. Me explico, si dividimos todo el producto de un país entre los trabajadores obtendremos cuánto se produce por trabajador. Como pensará el lector, la división ha de dar que el total de la producción en bienes y servicios es superior al consumo de un trabajador, es decir, hay excedentes. Los excedentes solo tienen dos salidas: o se incrementa el consumo interior del país, esto es, el consumo por habitante (o en el ejemplo simplificado, por trabajador) o bien se destinan los excedentes a la exportación. En realidad, las opciones se restringen aun más cuando salimos de nuestra burbuja y pensamos que si todos los países producen de más y lo destinan a la exportación siempre tiene que haber algunos países con un consumo mayor de lo que producen para absorber los excedentes de los demás. Ciertamente los países subdesarrollados no son los más indicados, apenas pueden comprar y todo queda en manos de los propios desarrollados dejando una salida posible: aumentar el consumo interior, promocionar el consumismo y subir los estándares de vida. Para esta tarea se ha de dar tiempo al consumidor potencial para comprar e inducirle necesidades pero si, como se constriñen las empresas en desear pagar menos y hacer trabajar más horas (como es lógico son sus intereses egoístas) empiezan a imposibilitar ese consumismo, en consecuencia, la propia actividad de las empresas cae en una amenaza seria. Esos han sido la expansión y la contracción de los estados de bienestar donde, mientras que la productividad se ha visto incrementada a un ritmo creciente por los avances técnicos y las políticas sociales por la filosofías de los estados han ido instaurándose y perpetrándose en sociedad al tiempo que se ha ido sosteniendo el sistema: incremento del consumo y del nivel de vida hasta el límite en donde el freno se ha dado en la productividad y el relevo del crecimiento lo ha dado el sector financiero provocando una lluvia de dinero ficticio y una oleada de endeudamiento. El endeudamiento privado, tanto de las empresas como de los trabajadores ha inflado las expectativas de consumo que, encima tenían su base no en los países desarrollados sino en los países donde es más barato producir, dejando sin protección al estado: los empleos emergen ficticios porque no hay actividad real económica productiva y las deudas han de pagarse con intereses con lo que, al poco tiempo (y ha tardado más de la cuenta) se ha tornado insostenible la situación cuando, por adición, la jornada laboral ha ido alargándose (como en los Estados Unidos, centro de la crisis) dejando menos espacio para ‘lujos’ y menos para disfrutarlos: se han ido dilapidando por todos los lados los sostenes del estado del bienestar.

Las conclusiones que ha de aprender el mundo son claras: estilar una planificación económica del sistema y no guiarse por las coyunturas ni por las presiones del momento, no desafiar a las matemáticas porque, normalmente se sale perdiendo -al fin y al cabo el problema, de plantearse bien, se resumía en unos modelos matemáticos simples como el de productividad explicado, otro, el del crecimiento del dinero ficticio y su límite de sostenibilidad por ejemplo-. Por último y no menos importante es destacar el papel secundario de la ética en todo esto. Se ha puesto de manifiesto que las cosas avanzar por intereses de los poderes y no por valores,  ni por ética,  ni por el propio progreso humano. Se ha justificado el estado de bienestar como el progreso por los derechos pero no era más que una salida de la economía. Se pone de manifiesto asimismo la necesidad de los intelectuales, libre pensadores o filósofos de antaño, los cuales han sido relegados como ‘poco útiles’ y, en realidad, no ha sido más que la forma de ocultar la realidad, vender el optimismo y seguir trazando las mismas relaciones de poder y de dinero de siempre con la diferencia del beneplácito del pueblo. La jornada laboral en una sociedad moderna, con todos los medios y con los objetivos de obtener el máximo empleo y el máximo nivel de vida posible impele a ser reducida y mejor remunerada ya que son las formas de emplear a todos e impulsar el consumo, el alimento de las empresas.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.