No hace mucho tiempo, un señor, quejándose del orden inverso de palabras en español, me dijo que el inglés era el idioma original porque la Biblia estaba escrita en ese idioma. Sí, contesté, sobre todo en el inglés original de Brooklyn.
El profeta del smartphone o teléfono inteligente (en nuestro tiempo se lleva no solo la memoria en la mano sino la inteligencia también) pronto comprendió lo inútil que podría ser tratar de educar a alguien que no ha alcanzado la revelación de la verdad única. Seguramente no le preocupaba la verdad, porque en un salvado nada es duda; los preocupa que no sea la única verdad y que haya alguien que se atreva a pensarlo siquiera. Tampoco soportan que un insignificante mortal, con acento samaritano, sugiera que tal vez Dios no piensa como ellos, así como un escritor frecuentemente está en desacuerdo con las interpretaciones que se hacen de sus escritos. Siendo Dios el autor, cualquiera podría esperar una mayor humildad de sus lectores, y sin embargo…
Pero no, stricto sensu, a lo largo de la historia ha ocurrido siempre lo contrario y los lectores se han matado, de las formas más crueles, sutiles y brutales, más por sus propias interpretaciones de la verdad única que por alguna posible discrepancia sobre el autor. Cuando Mateo dice que Jesús dijo: “El que quiera salvar su vida la perderá; mas el que la pierda por causa de mí la hallará” (Mateo 16:25) puede estar diciendo “vida” o “alma”, ya que en griego ψυχὴν o ψυχή significa ambas cosas. La diferencia de significado metafísico es notable pero la tradición religiosa odia la polisemia y la ambigÁ¼edad. No por casualidad por siglos el Diablo fue identificado como “el heterodoxo” y el dos (la ambigÁ¼edad) como un atributo femenino y demoníaco. El autor (Dios) es la autoridad; es uno, como el texto y la lectura posible es única. Leer es descubrir la intención del autor. La verdad es, entonces, necesariamente una y obviamente pertenece a la secta de cada lector, que, extrañamente, nunca es única sino innumerable.
Pare resolver esta trágica contradicción, en sus circos mediáticos, a cada línea que leen o agregan a las diferentes versiones de los textos sagrados, exigen que los salvados la repitan varias veces, a veces a los gritos. Si algo se repite muchas veces con convicción y sin cuestionamientos, entonces algo es una verdad repetidamente incuestionable. El método se parece al aplicado a los reclutas en un ejército. El objetivo primario es eliminar cualquier duda y confirmar la sumisión que aproxima a un ser humano a un animal domestico; a una máquina, como los guardias reales del Buckinham Palace que cada día imitan a las piezas de relojerías del siglo XVIII, o los desfiles militares que desde el siglo XIX invierten la mayor cantidad de energía humana y de recursos económicos en demostrar que un ser humano puede convertirse en un engranaje al servicio de un mecano perfecto, muchas veces ocioso y casi siempre sin conflictos de conciencia. Considerando los avances que las nuevas tecnologías del siglo XXI están haciendo sobre inteligencia artificial, podemos observar que cada día las maquinas se parecen más a los seres humanos y los seres humanos cada día se parecen más a las maquinas, por elección, por distracción o por pereza intelectual y espiritual.
Nadie nunca puede esperar que en alguno de estos templos alguien levante una mano para cuestionar la interpretación del pastor o del líder espiritual de turno. No. Cuando la masa levanta sus manos, cada sujeto levanta las dos manos para confirmar a los gritos la virtud de decir siempre sí. Entonces, una nueva paradoja se produce: mientras no hay salvación colectiva sino sólo individual (por lo cual una persona debe ser feliz en el Paraíso aunque su eterno amor haya sido condenado al infierno por escéptico), el camino que conduce a la utopía celestial es masivo: no hay individuos sino masa que repite lo que vocifera el autoproclamado portavoz de Dios. Luego, los restantes seis días de la semana lo dedicaran a los templos del dinero y del consumo, a confirmar su ilusoria idea de ser individuos, mito funcional al estado acrítico y narcótico que produce y reproducen los medios de comunicación y los discursos sociales, para que voten y vayan a las guerras repitiendo eslóganes que sacuden como banderas sagradas.
No es tan difícil acceder al Paraíso, después de todo.
Algunos arengadores, mientras anuncian el Fin del Mundo por enésima vez para el mes que viene, se quejan de que los profesores humanistas (identificados como “liberals”) infiltran dudas y demasiadas preguntas en el cerebro de los jóvenes adultos. Lo cual no parece ser tan grave, considerando que los jóvenes son adultos; o considerando la conversión forzada de niños en las iglesias y en el discurso social, niños inocentes a los cuales se los amenaza con el infierno y se les enseña que la obediencia y la repetición escolástica son las máximas virtudes de un ser humano. Luego olvidan aclarar que la obediencia es una virtud mientras el niño es niño; y es un lavado de cerebro cuando se pretende que los adultos actúen pensando y actuando como niños obedientes. Porque cuando Jesús recomendaba ser como niños tal vez se refería a la inocencia sin pecados y no a la ingenuidad cómplice.
Convencidos de que este método escolástico de repetición es superior a la razón crítica, algunos han propuesto una tasa obligatoria de profesores conservadores en las universidades de Estados Unidos, lo que no sólo atentaría contra la libertad de cátedra sino contra el tradicional proceso de eliminación por competencia y mérito mediante distintas rondas, lo que normalmente tiene un coeficiente de un seleccionado cada varios cientos de candidatos. Por otra parte, que los intelectuales y profesores humanistas sean una importante mayoría en los departamentos de ciencias y de humanidades, es tan razonable como que en las iglesias se observe una notable mayoría de pastores, ministros, predicantes y creyentes. Y si algunas universidades públicas reciben un porcentaje de ingresos de los impuestos, como se argumenta desde la derecha, también las iglesias que pululan sin permiso lo reciben en forma de exoneraciones de impuestos, además de encargarse de otros programas públicos para distribuir la generosidad de los trabajadores.
Aunque el fariseísmo es dominante en cualquier época (ser fariseo y ser conservador es técnicamente lo mismo), afortunadamente tampoco son raros los creyentes que no se creen los preferidos de Dios ni actúan como Sus portavoces ni como los guardianes del cielo.
No son pocos pero tampoco son tan visibles ni tan poderosos. Porque la ignorancia colectiva ha sido siempre una forma histórica de fortaleza. Existe una relación directa entre ignorancia y arrogancia, entre ingenuidad y convicción y, finalmente, entre convicción, arrogancia y brutalidad. Algunos estudios indican que los cromañones (nuestros antepasados) liquidaron a los neandertales porque éstos eran demasiado realistas y los otros creían en dioses y espíritus. Hay muchos ejemplos más recientes, desde el antiguo Egipto hasta nuestros días. No por casualidad casi todos los imperios del mundo estuvieron siempre convencidos de representar la voluntad de Dios.
Y si esta alabanza a la ignorancia y a la creencia ciega y sin cuestionamientos no es sólo producto de la fortaleza propia de los fanáticos, si esto es de alguna forma verdad, si todas esas matanzas nacionalistas y arbitrarias atribuidas a Dios en tantos textos sagrados son realmente obra del Creador del Universo y no narraciones o interpretaciones promovidas por intereses espurios del momento, entonces yo renuncio a todas esas versiones criminales del mismo dios.