Aunque pudiera parecer lo contrario este artículo no pretende hablar del expolio que lleva tantos años sufriendo la República Democrática del Congo, en lo que se ha venido a llamar popularmente como ‘los diamantes de sangre’.
No, este artículo está dedicado al expolio contemporáneo que está sufriendo el Congo, un expolio más avanzado, más relacionado con las tecnologías del siglo XXI, pero que se asemeja demasiado al anterior, en el sentido en que aplasta al país africano hasta confirmar el oxímoron de realidad en el que uno de los países más ricos del planeta cuenta con una de las poblaciones más hambrientas del mundo.
Este expolio está centrado en ‘el coltan, el oro del siglo XXI’. Y habla de él gracias al excelente libro de Alberto Vázquez-Figueroa, ‘Coltan’. Pero, ¿qué es el coltan?
Es un mineral de color azul metálico que responde al nombre científico de ‘columbita-tantalita’ y del cuál se obtiene el tantalio. Y, ¿para qué sirve el tantalio? Para la fabricación de teléfonos celulares, consolas de videojuegos, reproductores de DVD, ordenadores,…, es decir, la base de nuestra sociedad de hoy en día.
Pues bien, la República Democrática del Congo cuenta con el 80% de las reservas mundiales de este mineral. También hay reservas en Australia, en Brasil y en Tailandia, pero en estos tres países son mucho más escasas y a día de hoy ya sobreexplotadas.
Entonces, ¿cuál es el problema?
El problema viene de que el Congo no cuenta con un gobierno estable, soberano y con la suficiente fuerza como para organizar y regular la extracción de coltan de sus tierras y obtener beneficios que luego pueda revertir en la sociedad. Y ya se sabe que al amparo de la ausencia de poder siempre surgen mafias y contrabandistas que se aprovechan.
Ruanda y Uganda, dos países vecinos del Congo, están en estos momentos enzarzados en una guerra encarnizada por asegurarse la mayor cantidad de coltan robado directamente desde el Congo, ante la pasiva mirada de la comunidad internacional, o mejor dicho, con el beneplácito de ésta, ya que los beneficios que obtiene son evidentes.
Porque todas las exportaciones ilícitas de coltan van directamente a grandes multinacionales que son las que se encargan de producir los aparatos que necesitan del tantalio, debido a su altísima resistencia al calor, y sin él la producción se reduciría drásticamente, y con ello los beneficios de las corporaciones, y con ello la estabilidad de los gobiernos.
A las multinacionales del sector les interesa que la situación en el Congo esté descontrolada, que exista el contrabando de coltan y que no aparezca ninguna autoridad gubernativa que grave la extracción o la exportación del mineral, porque ésto acabaría encareciendo el producto final y reduciendo así sus beneficios.
Por ello alientan la guerra entre Ruanda y Uganda por el territorio congoleño de la peor forma posible, como es otorgando un incentivo económico. Ambos ejércitos confrontados, o mejor llamarlos guerrillas organizadas, nunca abandonarán la lucha porque conocen de los beneficios exorbitantes que pueden obtener si vencen en la contienda.
Tal vez las multinacionales electrónicas deberían plantearse el dilema ético que supone que el tantalio que utilizan provenga directamente de minas en las que se utilizan esclavos, en las que se tortura a los trabajadores, en las que, simplemente, se mata como moneda de cambio.
No todo vale en el juego de la economía, ni el fin justifica los medios, por lo que la economía salvaje en la que estamos inmersos y que nos ha dirigido al abismo financiero y productivo debería de replantearse este tipo de situaciones desde la voluntad de acabar con ellas.
De la misma forma, los gobiernos occidentales deberían abandonar ligeramente sus guerras contra enemigos islamistas ficticios y contra armas de destrucción masiva invisibles, para centrarse en otros conflictos internacionales que existen, aunque parezca que no.