Por razones que no vienen al caso ayer, día 10 de junio, fui invitado al concierto de violín que dio en Madrid el genial Subramaniam, un músico que ya ha trascendido su limitación corpórea ascendiendo a la eternidad de los genios para que todos le podamos disfrutar allá por donde vaya.
El caso es que durante el concierto, y ante la situación de no haber llenado el aforo de la sala por ausencia de algunos invitados (ellos se lo perdieron), los organizadores decidieron permitir la entrada a la gente que aguardaba fuera, lo cuál fue, bajo mi punto de vista, un craso error.
Los nuevos asistentes al concierto, los cuáles no habían recibido ni gestionado su invitación, entraron a un espectáculo por el que ni habían pagado ni por el que se habían interesado con anterioridad, con lo que no apreciaron lo que se les estaba ofreciendo, haciendo un incomodísimo ruído que impedía disfrutar de la música en todo su esplendor.
Y ello me hizo recordar un fenómeno económico que aprendí en la facultad, como es el del free rider. Se utiliza para todos los problemas de negociación, y representa a aquel sujeto que sin participar activamente en la negociación se aprovecha de sus consecuencias positivas. El ejemplo paradigmático sería un trabajador no afiliado a un sindicato. Se aprovecha de los resultados de la negociación colectiva sin haber hecho nada para ello.
Algo parecido se puede utilizar para el concierto de Subramaniam. No es un fenómeno free rider al uso, pero sí similar. La gente que entró porque no se había completado el aforo no lo hacía porque quisiera disfrutar de la música, sino porque les estaban dejando entrar gratis, con lo que no le daban el valor suficiente.
Es triste, pero es una realidad que el ser humano solo aprecia aquello por lo que paga de una manera directa. Los españoles somos un ejemplo evidente de este hecho. Nos empeñamos en ensuciar nuestras calles, en llenarlas de basura, en no recoger las heces de nuestras mascotas, en no preocuparnos por el mantenimiento de las calles ¿por qué? Porque no tenemos que pagar por ello de manera directa, lo hacemos indirectamente con nuestros impuestos, pero no lo relacionamos.
El concierto de ayer de Subramaniam tenía un valor de uso y de disfrute incalculable, ¿cuántas veces se puede disfrutar de un concierto de este tipo en directo? Sin embargo, el valor de cambio era inapreciable, en tanto que no había que pagar para poder disfrutarlo.
El fenómeno free rider saca a la luz lo más mezquino del ser humano, no apreciamos las cosas por lo que valen sino por lo que cuestan.