¿Entonces quién? Vaya usted a saber, debe de haber sido el contubernio judeo-masónico o cualquier otra logia anónima, pero el caso es que la burbuja inmobiliaria que ha causado el desbarajuste que todavía vivimos en España no fue culpa del Gobierno, ni de éste, ni del anterior.
Curioso el argumento del FMI, que sostiene que el sector inmobiliario español estaba menos intervenido que en otras economías y que, por ello, no fue responsabilidad del Gobierno. Y digo curioso, porque pasa por alto de manera algo peculiar ciertas incoherencias éticas de la Ley del Suelo, se olvida de una legislación hipotecaria proclive a los intereses de las entidades financieras y de ayudas estatales a la compra de vivienda, por no hablar, claro está, de la corrupción, omnipresente y omnisciente durante los años de crecimiento de la burbuja.
Tal vez el FMI, en su benevolencia, intenta quitar responsabilidad a los Gobiernos nacionales y cargar con toda la responsabilidad, pueril ingenuidad, lo acepto, porque en el fondo lo que consigue al culpar al sector privado es librarse de cualquier responsabilidad por su falta de capacidad de previsión y su nula actitud promovedora de la regulación del sector financiero.
Hace tiempo que perdí la fe en un organismo fallido como es el FMI y que vengo reclamando desde estas líneas, y desde cualquier otro atril, real o figurado, que se me presta, la necesidad de la creación de un organismo supranacional con verdadera capacidad para poder regular el sector financiero internacional y controlar así las operaciones financieras que no conocen de fronteras.
Porque el FMI se ha convertido en un conglomerado de taifas, con pequeñas concentraciones de poder y mucha ambición que satisfacer, la cuál devora sensibilidades reales de la vida en favor de la burocracia más administrativa y de percepciones ajenas a la realidad, condenando a las sociedades al pensamiento único de la inoperancia más absoluta.
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