Los logros de la política europea global en las últimas décadas, podrían resumirse en dos preceptos básicos. Primero: La Banca privada y los grandes Fondos de inversión serán los únicos competentes en decidir las condiciones de financiación de cada Estado miembro, a su antojo y usura, incluso a costa del desmantelamiento social y el empobrecimiento de cada país. Segundo: Cambiar dicha reglamentación exigirá la aprobación (unanimidad) de quienes políticamente, representan los intereses de dicho capital privado. Que se sepa, nuestros políticos no han hecho mucho más. El vulgo tampoco está libre de reproche: en las últimas elecciones celebradas al Parlamento Europeo, 375 millones de ciudadanos fueron llamados a las urnas. 200 millones no acudieron a votar, mientras otros 175 millones, optaron por escoger «entre Cánovas o Sagasta». Mientras Europa disfruta de lo votado durante todos estos años, asiste a su vez a un golpe de timón global que busca despojarla de todo su Bienestar.
Lo que la deuda esconde
Y es que al calor de la impostura política, el Capital ha sabido instaurar en Occidente su manera de actuar en el Tercer Mundo. La deuda externa (emanada desde una concepción indiscutible en lo económico) es el instrumento para consolidar un nuevo orden natural. Sólo si somos capaces de trasladar al conjunto de la sociedad «lo que la deuda esconde» de una manera accesible, excitaremos la posibilidad de una respuesta social que no consienta en ser despojada de sus conquistas. Se hace preciso divulgar conceptos, insistir en ideas frente a la gestación de una nueva Verdad natural y económica que alberga como meta, la consagración de un nuevo darwinismo para el género humano; la Selección Natural desde su «percepción etológica», es decir, cercenando todo racionalismo. Se trata de convertir al hombre en mono; de reconocerlo como monstruo.
La deuda es, ante todo, el instrumento y brazo antidemocrático del nuevo fundamentalismo de mercado. Vamos a aludir a esta idea refiriéndonos a lo que el FMI y el Banco Mundial siguen denominando “políticas de ayuda al desarrollo”. En segundo lugar vamos a recordar cómo se produjo este chantaje en América Latina. Por último buscaremos ilustrar, cómo lo que sucede ahora en Occidente, no es muy distinto a lo ocurrido en el Tercer Mundo. La latinoamerización de Europa se ha iniciado a partir de su flanco más vulnerable, el nuestro, el de «los cerdos» -conviene decirlo en castellano porque es así, como nos llaman los pulcros-. Las fichas del dominó han estado siempre dispuestas en orden para su caída. El problema nunca ha estado en Irlanda, Portugal, Grecia, España o Italia, sino en una Europa mercantil que juega a amortizar países. Desgraciadamente la mezquindad humana entiende cuando ya es demasiado tarde. Sólo cuando llega su turno, el hombre comprende que también él será consumido por alguien que a su vez se verá abocado al mismo destino. Sólo ante lo inevitable, pide clemencia la Putrefacción.
1.1 La ayuda al desarrollo y la fábula bananera
Imaginemos que para comprarnos un piso, pedimos un crédito de 10 millones a un interés del 5%. A los tres meses el banco nos sube el interés al 10%. A los 6 meses, nos lo sube al 20%. Podríamos haber pagado el préstamo inicial pero el nuevo ya no podemos pagarlo. Es así como ha actuado el FMI con sus políticas de ayuda al desarrollo, prácticamente desde su creación. Desde entonces, los países pobres están obligados a exportar (que le compren en el extranjero lo que tengan y puedan ofrecer) para conseguir el «carísimo» dinero con el que poder pagar los intereses de lo que deben. De esta forma, la víctima vive únicamente volcada en su comercio exterior y ello le impide ocuparse de sí misma. Se trata de convertir al país pobre en «una fábrica al mejor precio», en un “mero suministrador”, una factoría que no podrá crecer, desarrollarse, ocuparse de sus habitantes o construirse como país.
El apelativo de “república bananera” nunca designó a país alguno en concreto, sino a una manera de entender las relaciones político-económicas. Se aplicaba genéricamente como metáfora respecto a los países centroamericanos. La «república bananera» albergaba una sola misión por delante: vender todas sus bananas para lograr el dinero con el que poder pagar lo que debía. Ello se hace además al mejor precio para su comprador, (que es a su vez quien le presta) de cara a poder seguir pidiéndole prestado. Es así como la deuda de la “factoría de bananas” nunca llega a su fin. Al contrario, convertida en bola de nieve, no deja de crecer. Lejos de cualquier proyecto de país; sólo hay sentido para una «fabrica permanente» en manos de una oligarquía al servicio de la potencia hegemónica. La denominada «Ayuda al Desarrollo», como bien ilustra F. Mayor Zaragoza, ha demostrado con hechos ser el intento de tener subyugados y sometidos, al mayor número de pueblos posible. Paul Krugman alude a esta idea al recordarnos a otro brillante economista estadounidense, Irving Fischer, quien ya afirma en 1933: “cuánto más pagan los deudores, más deben”. Es el viejo cuento de la factoría bananera.
1.2 La Deuda como instrumento en Latinoamérica
En 2001 Argentina lleva quince años soportando las directrices de austeridad impuestas por el FMI y termina por entrar en una brutal recesión. Con el argumento de «reducir la deuda pública» se busca de nuevo «adelgazar» el Estado (gasto público), tolerando una transferencia en bloque de privatizaciones que lo desmantelan por entero. Con las recetas neoliberales Argentina llega a la asfixia; se alcanza un 55% de pobres y un 35% de indigentes aunque eso sí, toda la red estatal queda en manos de las empresas privadas participadas por los grandes Fondos de inversión internacionales. La deuda llega a alcanzar el 170% del PIB anual, -Grecia está a punto de alcanzar ahora dicha cifra-, y el gobierno se declara finalmente en bancarrota. El «reconocimiento oficial» provoca que la población, hasta ahora sufriente y anestesiada, se haga visible en la calle dispuesta a no volver a casa con las manos vacías. Es el caos de las recetas neoliberales y las medidas de austeridad.
“Los países desarrollados ofrecerán este año a los países del Tercer Mundo, como ayuda oficial al desarrollo, unos 53 mil millones de dólares. A cambio, les cobrarán, por concepto de intereses de la deuda externa, ¡más de 350 mil millones de dólares! En América Latina esa deuda ha ido creciendo sin parar y ahora asciende aproximadamente a 800 mil millones de dólares! Nadie la puede pagar y eso hace imposible toda política seria de desarrollo. No podrá eliminarse el hambre en América Latina mientras los gobiernos tengan que seguir dedicando la cuarta parte de sus ingresos por exportaciones a pagar una deuda que ya han pagado casi dos veces y es ahora casi el doble de lo que era hace diez años…”. Quien así habla es Fidel Castro en testimonio concedido a Ignacio Ramonet para su “Biografía a dos voces” en el año 2003.
En la Cumbre de las Américas celebrada en 2005 en Mar de Plata, el presidente George W. Bush asiste a lo que cree va a ser, la formalización del ALCA; la iniciativa neoliberal para el libre comercio global en todo el continente americano. Para entonces, el mapa político de la región ya ha virado sensiblemente. Al «No» de Venezuela y Cuba se van a sumar Argentina con Nestor Kischner, Uruguay con Tabaré Vázquez, y Brasil con Lula Da Silva. Otros como Evo Morales figuran ya como favoritos a una próxima victoria electoral. Un «heroico» Kischner que tras el Corralito ha accedido a la presidencia con más de la mitad de su país sumido en la pobreza, marca acaso el hito de su carrera política, hablando como anfitrión, en nombre de toda Latino América: “Las políticas que se aplicaron no solo provocaron miseria y pobreza y en síntesis, una gran tragedia social, sino que agregaron una gran inestabilidad institucional regional, que provocaron la caída de gobiernos democráticamente elegidos en medio de violentas reacciones populares. Nuestros pueblos, nuestros países y nuestras democracias ya no soportan más. Es fundamental clamar en voz alta por un mundo distinto”.
A la cerrada ovación contra las políticas neoliberales y de austeridad, se suma el caluroso aplauso de un George W. Bush que da muestras de su talento cada vez que respira. El tejano alcanza a comprender que Kischner «lo está retratando» cuando con el rabillo del ojo, advierte que las «delegaciones amigas» de México y Colombia no mueven un pelo, erizadas ante lo que escuchan. Mientras Bush pasa de congelar su aplauso a entrelazar sus manos en un gesto para la historia, nace al tiempo la evidencia de un escenario de fatiga y necrosis, respecto al entramado de intereses norteamericanos en la región y un marco político indecente que sólo ha generado miseria. En breve, al nuevo mapa geopolítico opuesto al Consenso de Washington se va a sumar Guatemala, Ecuador, Perú, Nicaragua, Paraguay y Bolivia.
En 2007 Brasil, Argentina, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Bolivia deciden respaldar la iniciativa de Venezuela respecto a un Banco del Sur que persiga su emancipación respecto del FMI. Cuando el proyecto toma cuerpo solemne en diciembre de aquel año, los miembros fundadores denuncian: “Se da la paradoja de que los países en vías de desarrollo estamos prestando dinero a EEUU al 1% o 2% de interés; dinero que Washington nos presta a su vez a un interés del 10%”. Una y otra vez, se repite el ejemplo bananero desde el dolo y la mala fe: “Cuando me reuní con el presidente del FMI, para decirle que iba a pagarle la deuda, él me respondió que me quedara con el dinero, que estuviera tranquilo, que no precisaba pagar. No quería que yo cancelara la deuda. Tuve que insistir: “he dicho que quiero liquidar esta deuda” explica Lula Da Silva a Oliver Stone en su recomendable “Al Sur de la Frontera”.
Sin duda el expolio de la pornoburbuja financiera sirvió de bálsamo para todas aquellas corporaciones que acusaron el lucro cesante latinoamericano en la región. Más allá de los juicios de valor que nos pueda merecer la emergencia de los gobiernos bolivarianos en Latino América, asistimos por vez primera a una percepción insólita, insospechada: las palabras de Chávez, de Kischner, de aquellos lejanos escenarios que tan excesivas, remotas o ajenas a nuestra realidad parecían hace apenas un lustro, comienzan hoy -salvando todas las distancias-, a percibirse cuando menos desde una óptica distinta; quién sabe si hasta a «comprenderse» desde la indignación que genera dicha política neoliberal cuando comienza a aplicarse o conocerse en Europa, escenario que aún así, goza de un colchón de el que carece el Tercer Mundo.
1.3 Austeridad para Europa
Los créditos que vampirizaron a Argentina se denominaron «stand by». Su característica no era otra que utilizarlos para pagar, ante todo y en primer lugar, la cuota del interés a cubrir. Como toda fábula bananera, todo acabó en una extracción de sangre sin fin; un crédito tras otro para liquidar intereses y aumentar la deuda hasta reventar. Grecia lleva años aplicando las mismas recetas de austeridad que le fueron impuestas a Argentina. ¿Por qué los griegos están cada vez peor? La respuesta no puede ser más sencilla: de eso se trata; de optar por sacrificar al Capital o a la sociedad. Como dice Stiglitz,»no existe país en el mundo que haya solventado la recesión con más austeridad; siempre ha derivado en depresión». Sin compasión, la directora del FMI, Cristine Lagarde, acaso evocando la célebre fábula de la zorra y las gallinas, lanzaba recientemente su amoroso ultimátum a los griegos cual Sheriff de Sherwood: “Pagad vuestros impuestos y no esperéis simpatías”. No le falta razón. Se suicidan poco estos griegos.
Pero si Europa se viene abajo, se viene abajo EEUU. A la vez, China no deja de ofrecer dinero a espuertas al FMI, encontrando el atajo que la proclame «dueña del mundo» cuanto antes. Obama y Hollande se erigen así en los artífices de un cambio de orientación. Por vez primera se plantea romper el círculo vicioso entre la Banca y la deuda soberana de los países, y es que todo buen vampiro sabe que se trata de chupar la sangre, pero manteniendo vivas a sus víctimas para seguir alimentándose . De momento, las buenas intenciones se quedan sólo en eso, primero, porque los instrumentos de la UE no autorizan un rescate financiero directo a los países y segundo, porque una cosa es «hacer uso de la financiación» y otra «establecer quién lo va a pagar»; algo que a día de hoy, no se ha hecho. Europa sólo funcionará cuando en lugar de legislar para «gansters y gorileros» -que diría el sabio cocinero- se hagan políticas honestas y decentes, algo que aún no ha ocurrido. El problema es que para algunos países, entre los que está España, los buenos propósitos parecen llegar demasiado tarde.
El FMI tiene una lista de más de 170 países en todo el mundo, donde ha aplicado sus políticas de austeridad. Todos y cada uno de ellos acabaron agonizando. Diríase que al igual que el doctor Menguele evalúa la resistencia humana con cada sacrificio, la cruel diversión del FMI consiste en contemplar hasta cuándo resiste un país y en qué momento alcanza el Coma clínico. Krugman recuerda el interés oculto que se esconde tras la deuda, al afirmar que cuando una y otra vez demuestra el error de las políticas de austeridad, los apóstoles neoliberales siempre le responden lo mismo: «es que es esencial que reduzcamos el tamaño del Estado». Se puede decir más alto pero no más claro. No es que no adviertan su error. Saben perfectamente lo que hacen. Es el viejo cuento de la deuda bananera; una deuda que debe seguir creciendo porque junto a la codicia de los mercados, subyace la inconfesable aspiración; su razón de ser en el tiempo: hacerse con la gestión de todo Bienestar público; en este caso y para empezar, el de los millones de «pigs mediterráneos». No hay prisa. «Hoy quito la tarjeta sanitaria y mañana la repongo» porque todo se reduce a un paulatino rascar, una gota malaya conjugada al son de la brillante coletilla «por ahora no está previsto».
De fondo, muchos buscan la desaparición absoluta de esa «pesadilla» llamada «Estado» que en palabras de la escuela de Chicago, debe quedar reducido a la «Policía, el ejército y el predicamento de dicha cultura mediante el cine y los media». Hasta ahora, todas las actuaciones políticas emprendidas desde el estallido de la crisis, han pivotado en torno a dos constantes. La primera, convertir la deuda privada «de gansters y gorileros» en deuda soberana, es decir, en deuda pública. La segunda, insistimos, subyace como telón de fondo respecto a Europa, y es la inconfesable aspiración de gestionar (privatizar) todo el inmenso patrimonio que comporta la herencia de su Bienestar. Pero la democracia, tal y como la entendemos actualmente, está concebida para países con bienestar. Sin riqueza y sin bienestar no hay democracia y urge que los políticos los comprendan porque está en juego su propia supervivencia. Junto al giro copernicano de pensamiento, urge recuperar un Sistema entregado al Capital y cuya soberanía, -como en la granja orwelliana-, reside según nos dicen, en el pueblo. Hoy, el sistema político no corresponde a la sociedad, y eso tiene un nombre.