El Fondo Monetario Internacional, ese paradigma de la inacción y de la recomendación, ha alabado las reformas llevadas a cabo por el Gobierno de Zapatero, aunque ha recomendado profundizar en ellas para que tengan una verdadera influencia en la recuperación de la economía española.
Concretamente, el FMI ha solicitado a España que acometa una reforma laboral «más valiente», que vaya más allá en la reducción de los costes del despido, en la flexibilización de la negociación colectiva y en la vinculación de los salarios a la productividad, en lugar de a la inflación.
Y por una vez, pero sin que sirva de precedente, válgame Dios, estoy plenamente de acuerdo con un organismo que hasta ahora nada ha hecho por ayudar a la recuperación económica más allá que la simple teorización sobre los conceptos estereotípicos del neoliberalismo más recalcitrante.
Sin embargo, estoy de acuerdo en que la reforma laboral planteada por el Gobierno se quedó corta, muy corta, por el vano intento de contentar a todos, con lo que no contentó a nadie, y dejó la economía como estaba, acumulando desempleo por los cuatro costados.
No es la primera vez que abogo por el despido libre, y lo vuelvo a hacer, porque no creo que haya nada más justo desde el punto de vista social y económico, siempre y cuando, claro está, se coordine con proyectos de formación continua de los trabajadores para que éste atesore capital humano y haga que su desempleo sea siempre friccional. Un despido libre incentiva la contratación, evita la dualidad laboral e iguala obligaciones laborales entre trabajadores de una misma empresa.
Por otro lado, la negociación colectiva en nuestro país sigue siendo sectorial, cuando la inmensa mayoría de las empresas a nivel nacional son PYMES, que se limitan a sobrevivir en su día a día con sus trabajadores y sus acreedores. Puedo estar de acuerdo en un acuerdo sectorial de mínimos, pero, a partir de ahí, cada empresa debería de tener la flexibilidad interna necesaria como para ajustar sueldos, horarios y libranzas, en función de las necesidades circunstanciales de cada momento.
Y, por último, una vinculación de los salarios a la inflación consigue que unos pocos trabajadores mantengan su poder adquisitivo, pero que, a la vez, otros tantos queden desempleados. Vinculando el salario a la productividad, para bien y para mal, es decir, a menor productividad menor salario, y a mayor productividad mayor salario, se consigue el ajuste laboral inmediato en la carga salarial de las empresas.
En definitiva, las rigideces del mercado laboral español han provocado la elevada tasa de desempleo histórica que hemos mantenido desde siempre, porque obcecados como estamos en mantener viva la poltrona de los sindicatos, nos olvidamos de que lo verdaderamente importante es el trabajador. Un trabajador que se sigue dejando engañar con la fantasía de los derechos laborales adquiridos y demás pamplinas. El verdadero derecho laboral es el poder trabajar, y lo que es verdaderamente de izquierdas es fomentar la igualdad entre los trabajadores, no el potenciar las diferencias entre ellos.