La reforma de empleo sigue trayendo a nuestros oídos reacciones de todo tipo, aunque se definen en una simple dicotomía de los que la desestiman totalmente por conferir un «garrote» a los empresarios como dijeron los sindicatos o los que piensan que es condición necesaria para la creación de empleo, como lo piensa el gobierno y la patronal. Los demás se alinean a un lado u otro en sus opiniones. Los primeros atienden al consumo de las familias, reducido a la vez que los salarios y con ello, se hace énfasis en el obstáculo para el crecimiento y en el despido más barato, como contraposición al objetivo de crear empleo. Los segundos, estiman más importante conservar el empleo aun en peores condiciones porque es mejor tener algo que nada y suelen justificar las reformas por motivos externos, incontrolables, como resulta la tendencia europea a este tipo de reformas y por no perder brío en competitividad respecto de los demás.
Pocas posiciones de opinión he encontrado en medio de estas dos, algunas sí no obstante. Á‰stas del «medio» valoran la reforma pero convienen en las concreciones de la misma son muy mejorables, si bien la dirección no es del todo equívoca, por ejemplo, en el tanto de simplificar las tipologías de los contratos. La flexibilidad es aplaudida, eso sí, anteponiéndose «peros» a algunos de los puntos más conflictivos donde se rompe el equilibrio de fuerzas entre las dos partes de los contratos.
Ayer vi algo de la rueda de prensa a la patronal. Es sorprendente la coherencia de los miembros de la patronal conforme los pintan lo medios más «izquierdistas», tal como diablos azules. También, cuando se ven a los sindicatos se nos transmite la misma sensación, si no vemos otras posturas, de coherencia y suficiencia a la hora de plasmar sus argumentos en contra de la opinión de los medios de «derecha», los cuales siempre son el estorbo de la política económica y sus injerencias no sirven ni a los mismos trabajadores, a los que dicen defender. De todo esto saco muchas conclusiones a priori, sin tener en cuenta siquiera los contenidos de sus discursos ni el contexto. Deduzco el trabajazo de unos y otros que los deja sin capacidad de salir de su entorno inmediato, a la vez, observo su cerrazón de ideas a las suyas propias y la actitud negativa a los cambios por parte igual de unos como de otros. El dilema de los intereses es como lo denomino y consiste, este efecto, en buscar todas las soluciones, argumentos y datos que defiendan una postura basada en las circunstancias (los intereses del momento de los propios que los buscan su defensa). Así operan con naturalidad los dos lados, también el gobierno por su lado sin tener pensamiento que, en realidad, se está defendiendo unos intereses particulares. Claro, con este modo de trabajar no es posible el acuerdo y menos el raciocinio porque cada cual, después de arduas jornadas de trabajo y debate, piensa que tiene la razón absoluta y que, «OK, respetamos las opiniones de los demás pero se equivocan». La actitud al cambio es nula o hasta menor.
Siguiendo con la tradición por afirmarse en la incomprensión, cada cual apoyará y reafirmará los principios de sus intereses circunstanciales. Al PSOE le toca enfrentarse con el gobierno contra la reforma, igual que a los sindicatos. La patronal ha de elogiar la reforma y el gobierno debe eludir de más cambios de todos los demás agentes porque si lo han hecho ellos y tiene algún «agujero», entonces, con mostrarían la confianza que quieren mostrar entre otras razones. Debe ser perfecta con el añadido del beneficio de la duda «quizás, como todo, se puede mejorar, por eso si alguien tiene una idea mejor que la ponga sobre la mesa». Retórica porque aunque la hubiera el gobierno no la estimará como mejor que las propuestas producidas por ellos, ídem con los demás agentes sociales respecto de sus correspondientes líneas de propuestas y pensamiento.
El exceso de trabajo, la falta de herramientas de puesta en común de los puntos de vista de forma convergente, las expectativas de los miembros de las organizaciones en juego sobre sus intereses y el trabajo ocupando todo el día de todos ellos hace que se confirmen las propuestas de unos y otros por ellos mismos como perfectas. El diálogo es cosmético y las muestras de querer convenir con los demás pura retórica o intenciones vacías -y no es siquiera por las malas intenciones sino porque no aceptarán nada de fuera como mejor a no ser que fuera algo que ya se haya ocurrido a ellos mismos claro. ¡Por supuesto, por estas razones y por el fracaso del diálogo lo mejor son los gobiernos absolutos! Vaya peso que tenemos encima… Flexibilidad de mentes es lo imperativo de aumentar…