Una contribución al debate.
Indignados. Acuarela de Raúl TristánDos años después de aquel mayo histórico del año 2011 el movimiento de indignación sigue vivo pero no crece la participación ciudadana en sus convocatorias, a pesar de que cada vez tenemos más razones objetivas para la indignación.
La iniciativa surgida a raíz del 25-S logró poner en la agenda de los indignados de este país llamado España la cuestión del proceso constituyente. Ahora sí parece que el movimiento 15-M tiene claro el gran objetivo político a corto/medio plazo: un cambio de régimen. Se asienta la idea de que no es posible parar al neoliberalismo sin transformar profundamente el actual sistema.
No sólo hay que luchar contra los desahucios, contra el progresivo empobrecimiento de la mayoría, contra el desmantelamiento del Estado del bienestar, contra el escandaloso desempleo que crece y crece sin parar,…, además, hay que luchar por un cambio político general de gran envergadura, sin el cual será muy difícil ganar aquellas luchas parciales.
El reciente fracaso del 25-A demostró que hay que reivindicar siempre el pacifismo, que hay que usar un lenguaje inclusivo, que no sea agresivo. Debemos ser moderados en las formas pero radicales en el fondo. Si reivindicamos la democracia real, un cambio de sistema, pero siempre mediante métodos pacíficos, somos radicales en los objetivos pero no en las formas. Esta lección no debemos olvidarla. La revolución no será posible si no participan activamente en ella muchos más ciudadanos. Una cosa está más clara que el agua cristalina de los ríos: necesitamos aglutinar a la mayoría de la población alrededor de la causa democrática. Es imperativo que las distintas mareas converjan en un único y coordinado tsunami. Poco a poco vamos avanzando hacia la imprescindible unidad de las clases populares. Pero la revolución tampoco será posible si no llegan con suficiente fuerza a las instituciones políticas partidos que aboguen por cambios sistémicos. Hay que alcanzar el poder político. El cambio debe hacerse desde dentro y desde fuera del sistema. Los distintos frentes de lucha deben complementarse, realimentarse mutuamente.
Así pues, resurge con fuerza el “viejo” debate que ya surgió en su día en las plazas donde se produjeron aquellas históricas acampadas del año 2011; ¿debe el 15-M presentarse a las elecciones o no, formar un partido político o no?
Lo primero que hay que tener claro, en mi modesta opinión, es que es imprescindible que las movilizaciones en las calles, además de crecer sustancialmente, tengan su traducción política en las instituciones. Como hemos comprobado en la práctica, de poco sirven las manifestaciones, las acampadas, las huelgas generales, si los principales partidos del actual régimen siguen recibiendo el apoyo de la mayoría de la gente en las urnas. Muchos indignados ya no participan en las movilizaciones callejeras pues piensan que no sirven de nada. Muchos ciudadanos todavía siguen apáticos. Es evidente que hay partidos políticos del actual régimen que apoyan más al 15-M que otros. También es obvio que algunos de ellos juegan al oportunismo, dicen unas cosas cuando están en la oposición y hacen otras cuando gobiernan. Debemos recordar siempre que hablan más los hechos que las palabras. Lo que está claro, en cualquier caso, es que debe haber en los parlamentos algún partido o coalición de partidos que contribuya a transformar el sistema desde dentro. La cuestión a dilucidar es cuál o cuáles. A mi modo de ver, ahora mismo (a nivel estatal) sólo hay una formación política capaz de encauzar las ansias transformadoras de los indignados, a pesar de sus errores, carencias y contradicciones (los cuales deberían ser corregidos cuanto antes): Izquierda Unida (IU).
Sin embargo, como muchos miembros de dicha coalición reconocen, si bien, probablemente, IU subirá bastante en votos recibidos, no alcanzará los suficientes como para gobernar, para liderar el histórico reto al que se enfrenta nuestro país: la transición hacia un nuevo régimen. Desgraciadamente, por ahora, muchos ciudadanos siguen presos de prejuicios, siguen pensando que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, siguen dominados por el pensamiento único capitalista incrustado en sus mentes diariamente por la abrumadora mayoría de medios de “comunicación”. No podemos despreciar el hecho de que muchos trabajadores, muchos pensionistas, votan a los grandes partidos, a sus verdugos. Debemos contribuir todo lo posible a que esto deje de ocurrir y, por desgracia, muchos ciudadanos siguen viendo a IU, a la izquierda del PSOE en general, como algo radical y trasnochado. Están equivocados, el mayor error es seguir apoyando en las urnas a quienes nos han llevado a la actual situación. Es un profundo error no dar una oportunidad a otras organizaciones. A todo esto sumemos los errores cometidos por la izquierda transformadora.
Por otro lado, existe, entre otros, el serio riesgo de que si el movimiento 15-M se presenta a las elecciones, no obtenga los resultados necesarios para convertirse en una fuerza suficiente como para cambiar el sistema desde dentro. Esto nadie puede saberlo con certeza, pero esa posibilidad existe. No puede despreciarse el hecho de que en el actual sistema no todas las agrupaciones políticas acuden a las elecciones en igualdad de condiciones, de que a unas se les da mucha más voz que a otras. Es obvio que los grandes medios de comunicación harán propaganda a favor de unas y en contra de otras (como siempre han hecho), harían todo lo posible por desprestigiar a ese hipotético partido del 15-M, lo presentarían ante la opinión pública, como, en el mejor de los casos, un grupo de personas bienintencionadas pero incapaces de gobernar y sacar al país de la profunda crisis que vive. Tampoco puede obviarse la actual ley electoral que beneficia a los grandes partidos en detrimento de los más pequeños o los nuevos. Existe, además, el riesgo de dividir el voto entre IU y el 15-M, en caso de que se presentaran por separado, dando así más fuerza a los partidos tradicionales pro-sistema. Es decir, existe la posibilidad de que si el 15-M se presenta bajo las siglas de la izquierda, muchos ciudadanos presos de prejuicios no le apoyen (a pesar de interesarles hacerlo objetivamente), pero también de que si el 15-M se presenta como tal, independientemente de la izquierda, muchos votos de la izquierda no fueran a parar a él. En el primer caso, se espantaría a muchos votantes de la derecha, en el segundo de la izquierda. ¿Cómo resolver este entuerto? ¿Cómo aglutinar a la mayoría social alrededor de una fuerza política en el parlamento? ¿Cómo superar los prejuicios, la falsa conciencia, de gran parte de nuestros conciudadanos? Á‰stas son las preguntas a las que debemos intentar responder para dar con la estrategia política adecuada.
Imaginemos que el 15-M convoca a la ciudadanía en general, incluidos partidos políticos de toda índole, incluidos sindicatos, incluidas organizaciones sociales, a un gran pacto para regenerar la democracia. Que se prescinde, por ahora, de los conceptos de izquierda y derecha, que, “simplemente” se fija como objetivo básico desarrollar la democracia política. ¿Por qué debe hacerlo esto el 15-M? Porque según las encuestas (si bien hay que tomarlas siempre con mucha prudencia), la mayor parte de la gente simpatiza con él, tanto la gente de derechas como de izquierdas, aunque no en la misma proporción. En la actualidad, no parece haber nadie capaz de aglutinar a la inmensa mayoría social, salvo el movimiento 15-M. Existen diversas iniciativas encaminadas a formar un amplio frente político pero tienen el “lastre” ideológico, giran en torno a formaciones de izquierda, o personajes de prestigio, vinculados a determinados partidos políticos, por lo que muchos votantes de la derecha, probablemente, no votarían a dicho frente, o tendrían muchas reticencias para hacerlo, por lo menos mientras sigan presos de prejuicios, de la falsa conciencia. Sin embargo, el 15-M no tiene tanto lastre ideológico, es el único movimiento popular donde muchos votantes de la izquierda y la derecha convergen. Es alrededor del 15-M donde es posible aglutinar a más ciudadanos, dicho movimiento debe ser el epicentro del frente político ciudadano. Defendiendo las ideas “desnudas”, prescindiendo de etiquetas ideológicas, llegaremos a más gente. Lo importante son las ideas. El 15-M traspasó fronteras ideológicas, superó sectarismos y dogmatismos, precisamente, por esto mismo, por centrarse en las ideas. El 15-M ha ayudado a muchos ciudadanos a liberarse de prejuicios, a redescubrir que en verdad son de izquierdas. Debe seguir haciéndolo mucho más. Por lo menos, poniendo en evidencia a los partidos actuales para que tengan que mojarse ante las ideas propuestas.
Imaginemos que para dicho “pacto” se establece un programa básico de reformas políticas en el que se incluyera, como mínimo: una ley electoral justa (“una persona, un voto”), referendos más frecuentes y siempre vinculantes, una profunda y verdadera separación de todos los poderes, revocabilidad (que el pueblo pueda expulsar del poder a cualquier cargo público electo mediante referéndum sin esperar a las siguientes elecciones), mandato imperativo (que los programas electorales sean de obligado cumplimiento). Tal vez, también podría incluirse en dicho programa que el pueblo pueda decidir mediante referéndum, precedido de un amplio debate donde todas las opciones puedan ser conocidas en igualdad de condiciones, la cuestión República vs. Monarquía. En cualquier caso, habría que buscar un programa mínimo que pudiera ser apoyado por la gran mayoría de nuestros conciudadanos. Esto puede implicar, por ahora, renunciar a ciertas cosas, las cuales sí serán asumibles por el conjunto de la ciudadanía en cuanto se desbloquee la actual situación, en cuanto el debate se generalice y profundice.
De lo que se trata, por ahora, insisto, es de lograr el apoyo ciudadano suficiente para ayudar a provocar cambios sistémicos desde el propio sistema, para lograr un gran vuelco electoral. Dicho programa básico podría girar en torno a la siguiente idea central: la democracia dista mucho de ser perfecta y puede ser mejorada notablemente de manera continua, empezando (pero no terminando) con ciertas medidas concretas, como las mencionadas. ¿Cuántos ciudadanos no estarían de acuerdo con este programa mínimo de regeneración democrática? ¿Cuántos partidos políticos podrían permitirse el lujo de rechazarlo ante la opinión pública? Nosotros, desde la izquierda, sabemos perfectamente quiénes están a favor y en contra de la verdadera democracia, pero muchos de nuestros conciudadanos no. Nuestro objetivo fundamental inmediato es superar prejuicios, unir a la ciudadanía alrededor de una idea central, la cual debe ser defendida de manera concreta por cierto frente político. Un frente amplio en el que puedan participar todos los ciudadanos, incluso todos los partidos, al menos potencialmente. Aún queda cierto tiempo para las siguientes elecciones (no es previsible que el actual gobierno las adelante) y el posicionamiento de los diferentes partidos políticos respecto de dicho programa básico del 15-M podría ayudar a muchos ciudadanos a abrir los ojos, a darse cuenta de quiénes están de su lado y quiénes no, a romper las ataduras mentales con el pasado, a superar esos prejuicios de los que hablábamos. Indudablemente, como mínimo, se generaría un debate, mejor dicho, el debate se generalizaría.
El 15-M necesita, además de seguir vivo en las calles, además de seguir en la lucha del día a día, alguna acción política global que le sirva de revulsivo, que suponga una salida a la actual situación de estancamiento mental en la que se encuentran muchos ciudadanos desencantados con los grandes partidos pero que no saben aún a quién votar en las próximas elecciones, o que aún piensan en votar a los de siempre porque no ven alternativas, o que no participan en las convocatorias públicas del 15-M a pesar de simpatizar con ellas. Y esa acción podría ser la que acabo de mencionar: un pacto propuesto al conjunto de la ciudadanía. Frente al pacto de Estado que intentan montar los partidos del régimen para salvarlo, nosotros debemos reivindicar un gran pacto social abierto a todo el mundo, a los ciudadanos en primer lugar, pero también a todos los partidos políticos, para superar el actual régimen decadente. Dicho pacto debe ser llevado a cabo por un frente político que aglutine a los ciudadanos y a todo tipo de organizaciones que estén de acuerdo con sus objetivos básicos (más y mejor democracia) y estrategias (el pacifismo y la propia metodología democrática).
Pero para ello, cuanto antes, el 15-M debería tener una red de portavoces coordinada a nivel estatal, elegida en las asambleas y controlada por ellas en todo momento. Á‰sta es una de las grandes lacras que arrastra, a nivel organizativo, el movimiento 15-M. En caso de decidir, en determinado momento, presentarse a las elecciones, dicha organización básica podría ser el germen del partido del 15-M. Para ello, por el momento, el movimiento ciudadano debe irse preparando, dando un gran salto organizativo, pero diferenciándose radicalmente del resto de partidos políticos. Si alguna vez el 15-M aspira a recibir en las urnas el apoyo de la mayoría de la ciudadanía que simpatiza con él, primero debe demostrar que es capaz de organizarse mejor, pero que también lo hace de manera radicalmente distinta: dando el máximo protagonismo posible a las bases, a los ciudadanos. Si la gente ve a un nuevo partido organizado a la vieja usanza (es decir, de arriba abajo, en vez de al revés) entonces no confiará en él, o, lo que es peor, dicho partido se traicionará a sí mismo. No es lo mismo simpatizar con cierto movimiento que apoyarlo en las urnas para que nos gobierne. Que el 15-M tenga la simpatía de la mayoría no le garantiza el voto de la mayoría. Las mejores encuestas son siempre las votaciones. Para que la mayoría decida apoyarlo en las urnas, el 15-M deberá demostrar que tiene un programa claro para la transición a la democracia real, deberá aspirar a la responsabilidad de gobernar o ayudar a gobernar el país, sin complejos. El ciudadano corriente debe percibir que dicho movimiento puede gobernar, construir, además de protestar. Hay que hacer una intensa labor de propaganda para, no sólo denunciar la falsa democracia actual, las políticas antipopulares ejercidas por gobiernos elegidos popularmente (ésta es la gran contradicción de la actual “democracia” que hay que superar), sino que también para explicar que hay alternativas concretas y factibles para salir de la crisis con más dignidad, que otro sistema es posible, además de necesario. El ciudadano de la calle debe tener claro que es imprescindible desarrollar la democracia para lograr gobiernos que gobiernen para el pueblo, y no para ciertas minorías, que de poco sirve elegir a los gobiernos si luego éstos no responden ante el pueblo. La solución es la democracia real.
A modo de conclusión, en mi humilde opinión, todavía no es el momento de constituir un partido político del 15-M, pero el movimiento popular sí puede y debe irse organizando más y mejor para, dado el caso, dar ese salto. Cuando se dé (en caso de que se decida dar), habrá que ver si convendrá coaligarse con ciertas formaciones políticas ya existentes (en particular de la izquierda) o no. Pero mientras, ese frente ciudadano que podría constituirse a corto plazo, así como un importante salto cualitativo en la organización interna del 15-M (la formación de una red de portavoces coordinada a nivel estatal, una coordinadora 15-M), sembraría el terreno para que la indignación ciudadana alcanzase alguna vez con fuerza las instituciones políticas. También cabe la posibilidad de que IU (la cual debe, en paralelo, hacer un gran esfuerzo para formar un amplio frente de izquierdas, aglutinando a toda la izquierda anticapitalista) suba lo suficientemente en votos como para poder gobernar (esto sería lo ideal pues el 15-M mantendría su apartidismo), si sabe abanderar acertadamente la causa democrática, si consigue vencer los prejuicios de muchos ciudadanos que, por ahora, ni se plantean votar a dicha coalición. Y, en esto, el 15-M, de manera indirecta, y manteniendo siempre, al menos por el momento, su independencia respecto de los partidos políticos, puede ayudarla mucho con el pacto ciudadano mencionado en este artículo. Si alguien tiene alguna idea mejor, bienvenida será. Si alguien cree que lo planteado en este artículo no es factible, que explique por qué, que dé alguna alternativa. El debate está abierto.
Lo que ocurra en los próximos meses o años en nuestro país dependerá de quién lleve la iniciativa: la ciudadanía o las élites actuales. La revolución no es posible sin una estrategia adecuada. Frente al pacto de Estado, pacto social. El frente ciudadano (o como se quiera denominar) podría contribuir mucho a pasar de la indignación a la revolución. En la unión está nuestra fuerza. Debemos dar prioridad a lo que nos une frente a lo que nos separa. La democracia real interesa a la inmensa mayoría. Unámonos en torno a la lucha por ella.