El “por qué” de la ayuda humanitaria no puede circunscribirse a los intereses estratégicos de los países donantes. El sentido de la cooperación está en las necesidades de los que sufren, sin esperar nada a cambio. Sólo así construiremos un mundo más justo.
La ayuda humanitaria llega tarde y mal a donde se necesita. Es la conclusión principal que se desprende del Ándice de Respuesta Humanitaria 2009, publicado por la Fundación DARA, el primer mecanismo mundial que evalúa cada año la actuación de los países donantes.
A menudo, los intereses estratégicos que se derivan de la política y la economía internacional son más relevantes en la administración de la ayuda que las verdaderas necesidades de las poblaciones afectadas por una catástrofe natural o por una guerra. De este modo, según explica el informe, no resulta sorprendente que las principales potencias militares ocupen puestos bajos en la clasificación en función de la cantidad y calidad de la ayuda.
De los 23 puestos que conforman la lista encabezada por los países escandinavos, ninguno de los diez primeros, a excepción del noveno lugar que ocupa el Reino Unido, es para las principales economías occidentales. Estados Unidos, Francia o Alemania, tres de las naciones más fuertes del planeta, gestionan su ayuda considerablemente peor que otras menos señaladas en el mapamundi como Luxemburgo o Nueva Zelanda. Por último, en la cola continúan enganchados países mediterráneos como Italia, Grecia y Portugal.
Los datos que determinan una u otra posición en la tabla se obtienen tras el examen de indicadores cuantitativos como los obtenidos de las bases de datos del CAD (Comité de Ayuda al Desarrollo) o de la ECHO (Oficina Humanitaria de la Comunidad Europea), entre otras. El apartado cualitativo es el resultado de unas 2.000 encuestas respondidas por miembros de ONG receptoras de fondos estatales en zonas de conflicto. La suma de toda la información testada determina launa serie de puntuaciones sobre diez en la que ningún país supera una nota de ocho. La media general se sitúa algo por encima del seis, lo que deja en evidencia que la acción de los países donantes tiene todavía un largo camino por recorrer y en el que mejorar.
El futuro de la ayuda está lleno de claroscuros. Los impedimentos no sólo se manifiestan en un extremo de la cadena como puede ser la mala planificación de la ayuda en el “primer mundo”. También en el otro cabo existen trabas, muchas veces insalvables. El principal problema con el que se encuentran los cooperantes es la gran cantidad de dificultades que entraña su trabajo en el terreno. Las enormes cortapisas interpuestas por Israel durante su ofensiva en Gaza o la actitud de Sri Lanka contra la guerrilla tamil son dos de los ejemplos más sangrantes de los últimos tiempos. Sudán, Somalia, Timor Oriental o la República Democrática del Congo son otros enclaves conocidos donde la cooperación es una tarea complicada. Paisajes diferentes, necesidades distintas, conflictos dispares pero regidos por un factor común: sensibilización y denuncia insuficientes.
Es necesario un cambio de rumbo en la proyección de la ayuda humanitaria. Una manera nueva de entender el mundo con la que más que los intereses particulares importen los humanos y con la que se ofrezca una respuesta auténtica al dolor y a las necesidades de los que sufren. Para ello es fundamental que los actores internacionales encargados de organizar la ayuda comprendan mejor las fortalezas y debilidades de quienes la reciben. Que se consolide una integración sólida entre ésta y el desarrollo de las comunidades asistidas. Y, sobre todo, que se implementen los principios rectores transnacionales capaces de consolidar la Buena Donación Humanitaria (GHD).
Sólo entonces, mediante la transparencia y la rendición de cuentas, podremos contestar a los verdaderos porqués de la ayuda humanitaria. El siguiente paso, por utópico que parezca, se dará cuando, al fin, deje de ser necesaria.
Ante nosotros comienza una nueva década que nos brinda la oportunidad de cauterizar las heridas que la mala praxis de la cooperación ha abierto en los países receptores. El establecimiento de la primera piedra que sirva para construir un nuevo concepto de solidaridad internacional ya tiene una fecha marcada con tinta roja en el calendario. Es en 2010. El desafío de un mundo mejor repartido y más justo no puede esperar.
David Rodríguez Seoane
Periodista