“Compren tierra pues no se fabrica más!” El irónico comentario de Mark Twain sobre el boom de la adquisición de tierras en América del Norte a finales del siglo XIX sigue siendo tan pertinente hoy como lo fue entonces. Más de 100 años más tarde, la magnitud de las compras actuales de tierra a nivel global y la apropiación de las tierras de los pobladores locales no tiene precedentes desde las adquisiciones coloniales de tierras del siglo XIX y principios del siglo XX.
Estimulados por el repunte global en el precio de los alimentos hacia finales de la primera década de 2000, varios países ricos, que dependen de las importaciones de alimentos, empezaron a comprar grandes extensiones de tierra en el mundo en desarrollo a fin de alcanzar su propia seguridad alimentaria. Además, con el surgimiento del mercado de biocombustibles, las plantaciones para la reforestación y la creciente expansión de los cultivos comerciales como la palma aceitera, el control de grandes extensiones de bosques en el mundo ha sido transferido del Estado a propietarios privados, destruyendo en el proceso valiosos recursos forestales, especialmente la madera.
Los motores económicos de esta conversión de tierras han sido ampliamente documentados. Los gobiernos con grandes extensiones de tierras se verán favorecidos con la expansión de la producción agrícola, a pesar del impacto inmediato sobre sus poblaciones rurales, que con frecuencia no se benefician de este tipo de desarrollo económico y enfrentan más bien la anexión de sus tierras consuetudinarias.
Mientras que el fenómeno del “acaparamiento de tierras”, como se lo ha llegado a conocer, continúa sin parar, un movimiento, crecientemente más sutil y cuestionable desde el punto de vista ético, ha cobrado impulso. A nivel global, grandes extensiones de tierras están siendo apropiadas por la agenda ambiental, un proceso que ha encontrado gran acogida entre influyentes ONG internacionales de conservación. El periodista del diario inglés The Guardian, John Vidal, describió este nuevo enfoque a la conservación como “el acaparamiento verde”.
Esta apropiación de tierras, basada en el medio ambiente, no es un concepto nuevo. A finales de 1980, el entonces fondo Earthlife ofrecía a compradores privados la oportunidad de adquirir un acre del recientemente creado Parque Nacional de Korup en Camerún para garantizar su conservación a largo plazo. El esquema fracasó por diferentes razones, pero a pesar de las limitaciones iniciales que esta iniciativa representaba, la comercialización de la naturaleza se ha ido convirtiendo en el enfoque dominante hacia la conservación.
Un ejemplo claro es la propagación de portales como Ecosystems Marketplace, entre otros, que sostienen que los mercados para los servicios ecosistémicos proporcionados por la naturaleza se integrarán en un futuro completamente a nuestros sistemas económicos actuales. Y, como John Vidal manifestó, la adquisición de tierras con fines de conservación se ha convertido en dominio exclusivo de los adinerados, interesados en inversiones exclusivas y supuestamente éticas.
En un documento de síntesis publicado en una reciente edición especial del Journal of Peasant Studies, James Fairhead y sus colegas muestran el creciente predominio del “acaparamiento verde” y cómo el sector del medio ambiente está influyendo en la forma que percibimos y gestionamos la naturaleza. Estos investigadores presentan un análisis revelador que muestra hasta dónde ha llegado el sector ambiental para aceptar la economía de mercado, ya sea para servicios de carbono, biodiversidad o servicios al ecosistema.
Fairhead y sus colegas argumentan que la mercantilización de la naturaleza ha reflejado una tendencia global hacia el neoliberalismo, en donde el mercado define y supuestamente dicta lo que debemos y no debemos valorar. Por ello, los esquemas de Pagos por Servicios Ambientales (PSE), la Reducción de las Emisiones de Deforestación y Degradación de los Bosques (REDD) y otras iniciativas basadas en el mercado han sido incluidas en la agenda de conservación.
Cada vez más, la naturaleza se ha convertido en una fuente de ganancias económicas, generando inesperadas alianzas entre empresas, gobiernos con grandes extensiones de tierras, la industria bancaria, ONG de conservación internacionales y la comunidad de donantes. A la luz de la reciente pérdida de confianza en la industria financiera global y la resultante recesión global, sorprende quizás que nuestras preocupaciones ambientales se vean influenciadas por la necesidad de integrar mercados para carbono y otros productos naturales a nuestras economías. Todo parece indicar que el dinero habla. ¿Pero es esto cierto?
Lamentablemente, los enfoques basados en las finanzas, por más bien intencionados que sean, tienden a pisotear los derechos de la población local. La apropiación de tierras sin un reconocimiento completo de la tenencia consuetudinaria que los pobladores rurales han disfrutado por siglos tendrá sin lugar a dudas consecuencias negativas sobre los medios de vida. Aunque los enfoques basados en derechos para “infringir el menor daño posible” a la gente local están bastante desarrollados desde el punto de vista conceptual, la realidad en el campo es con frecuencia bastante diferente. De ahí la bien documentada resistencia a las iniciativas PSE/REDD por parte de las poblaciones indígenas que ven sus derechos avasallados y sus medios de vida seriamente afectados.
El principal resultado de Rio +20, donde las “economías verdes” fueron consideradas fundamentales en la agenda de desarrollo sostenible, ha aumentado la percepción de que las soluciones basadas en el mercado son la panacea para los problemas ambientales del mundo. Como resultado, algunos argumentan que el valor intrínseco de la naturaleza y el respeto por los medios de vida y los sistemas de conocimiento locales se han perdido frente a enfoques influenciados cada vez más por enfoques de mercado.
El sistema global enfocado en el mercado ha estado supuestamente encargado de supervisar la transformación de casi todos los ecosistemas y biomas de la tierra. Por ello, buscar en la misma fuente soluciones sostenibles y equitativas a nuestros problemas ambientales podría parecer cuestionable. Las millones de personas que pronto se quedarán sin tierras probablemente estarían de acuerdo.
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