Los análisis rigurosos parten de verdades a las que aferrarse mientras que los informes al dictado surgen de los intereses creados. Como ningún interés guía mi análisis partiré de dos verdades irrefutables desde el rigor aunque discutibles desde la demagogia: la subida de impuestos era necesaria y cualquier incremento en la presión fiscal afecta, principalmente, a las clases trabajadoras.
La subida de impuestos era necesaria porque el Gobierno español ha alcanzado un nivel de endeudamiento que corre peligro de convertirse en insostenible en breve, en gran parte por sus propios errores, con lo que un incremento en la recaudación fiscal era indispensable.
Cualquier incremento en la presión fiscal afecta principalmente a las clases trabajadoras porque los otros, los más ricos, los que no dependen exclusivamente de sus rentas salariales conocen los vericuetos legales necesarios para reducir su carga fiscal. Nosotros, los que estamos sujetos a un salario, no podemos evadir nuestra responsabilidad fiscal y soportamos gran parte de la carga.
Por tanto, la reforma fiscal que presentó el sábado el Gobierno era necesaria y tenía que recaer necesariamente en los trabajadores. Ahora bien, ¿se podía haber hecho de otra manera? Sin duda, pero analicemos los aciertos y los errores del Gobierno.
¿Qué se ha hecho bien en la reforma fiscal?
1. Eliminación de los 400 euros deducidos en el IRPF: Esta fue una medida electoralista, carente de progresividad y distorsionadora de la realidad económica. Creaba una ilusión monetaria en el ciudadano que sólo ha servido para incrementar el agujero de las arcas públicas sin solventar los principales problemas económicos.
2. Reducción del Impuesto de Sociedades a las PYMES: Esta es una medida acertada, que apuesta claramente por los empresarios pequeños, la verdadera fuerza dinamizadora de nuestra sociedad y lo hace con un requisito de mantenimiento de empleo que debería de servir como estabilizador laboral.
¿Qué se ha hecho mal en la reforma fiscal?
1. Incremento del IVA: El IVA es un impuesto indirecto, que grava el consumo, y que es proporcional no progresivo, con lo que recae con mayor fuerza en las rentas medias y bajas que en las altas. Por tanto, cualquier incremento en un impuesto indirecto daña a las rentas más bajas y beneficia a las altas, en contra de lo prometido por el gobierno. En todo caso, se debería de haber incrementado el IVA general y haber dejado intacto el IVA reducido, que grava productos de mayor consumo genérico.
2. Incremento del gravamen a los intereses de capital: En este impuesto el gobierno ha querido marcar la diferencia entre los ricos y las clases medias, pero ha cometido un error de apreciación y no ha marcado las diferencias como debería haberlo hecho. Ha marcado una diferencia de 2 puntos porcentuales de incremento entre los primeros 6000 euros y el resto, con lo que acaba gravando a la mayoría de ahorradores que no sobrepasan esos 6000 e incrementa, más nominalmente que de forma real, el impuesto sobre los grandes capitales, en una medida claramente de cara a la galería.
En definitiva, una medida que era necesaria por los errores del Gobierno, pero que no se ha realizado de la manera más correcta porque se ha buscado el afán recaudatorio sin más, sin aprovechar la ocasión para fomentar la redistribución de la renta.
El gran engaño del gobierno ha sido intentar maquillar esta reforma fiscal bajo un prisma de ricos y pobres, favoreciendo a los segundos en contra de los primeros, pero, una vez más, todo ha quedado en palabras vacías, sin una correlación real con lo efectivamente reformado.