“Hoy la ciencia es más amplia y profunda de lo que era a principios de siglo XX, pero también más especializada, compartimentada y menos osada”, señala Javier García-Martínez a SINC. Además de su actividad en la universidad, es vicepresidente del Consejo de Tecnologías Emergentes del Foro de Davos y cofundador de la empresa Rive Tecnology, con sede en Boston.
¿En qué consiste la innovación disruptiva?
La innovación disruptiva es una idea que se estudia en las escuelas de negocio y que introdujo Clayton Christensen en su libro El dilema del innovador, que con los años se ha convertido en un clásico. En este libro, Clayton señala que las grandes empresas tienden a ignorar las innovaciones disruptivas y se centran en lo que perciben como las demandas de sus clientes actuales. Se olvidan de que el valor real reside en la creación de nuevas oportunidades de mercado. Las innovaciones disruptivas crean demanda de productos y servicios que los clientes todavía no saben que necesitan. Estos mercados nuevos fueron denominados ‘océanos azules’ por los profesores W. Chan Kim y Renée Mauborgne en su libro Blue Ocean Strategy.
Recientemente ha publicado un artículo en Science en el que propone aplicar esta idea la ciencia.
Así es. En el artículo hablo de este concepto que lleva años estudiándose en las escuelas de negocio para fomentar la innovación en las empresas. Yo creo que podría aplicarse también a la ciencia con el fin de favorecer el descubrimiento de soluciones radicalmente nuevas. La ciencia que se hace hoy en día es más amplia y profunda de lo que era a principios de siglo XX, pero también más especializada, compartimentada y menos osada. En muchos casos, es una investigación acumulativa sobre temas que ya se conocen. No hay casi nadie haciéndose grandes preguntas; aquellas que podrían definir el conocimiento y estimular la tecnología dentro de 20 o incluso 100 años. No debemos olvidar que las ideas disruptivas son también el resultado de la creatividad de los grandes científicos. La teoría de la evolución por selección natural de Darwin y la de la relatividad de Einstein son ejemplos de ‘océanos azules’ creados por científicos geniales.
¿Y cuáles son los motivos de haya tan poca ciencia disruptiva?
Las causas son variadas. Antes la ciencia la hacían una o dos personas que discutían sus ideas y desarrollaban nuevas teorías, las de los grandes genios. Ahora la ciencia la hacen equipos formados por muchas personas que tienen que pedir financiación y publicar cuantos más artículos científicos mejor. Por eso ahora tenemos planes de investigación muy bien descritos con etapas y objetivos, lo que sin duda tiene aspectos positivos, pero, al mismo tiempo, las investigaciones son cada vez menos arriesgadas y cortoplacistas y, en muchas ocasiones, solo son variaciones de lo que hacen otros.
Pero en el momento actual, en el que los ciudadanos están pasando dificultades, ¿cómo explicarles que se está investigando para cuestiones de dentro de 20 años?
Como decía en el artículo de Science, necesitamos una ciencia acumulativa. Las preguntas que se han hecho otros deben ser respondidas de forma precisa y rigurosa. Pero es poco probable que el pensamiento gradual nos lleve muy lejos en la solución de los mayores desafíos. Desde la generación de energía limpia a la vacuna contra malaria, el cambio climático o el agua potable accesible a todos, necesitamos que nuestros mejores científicos piensen de manera disruptiva para encontrar soluciones radicalmente nuevas. De otra forma, la ciencia que hagamos será irrelevante.
¿En la investigación aplicada se está haciendo más innovación disruptiva?
Incluso la investigación aplicada puede beneficiarse de innovaciones disruptivas. En el campo de la energía, por citar un ámbito que me es cercano, hay muy poca gente que abra nuevos caminos y, sí, demasiados investigadores trabajando en temas incrementales. Por ejemplo, será muy difícil sustituir el petróleo por energía solar si nos limitamos a aumentar la eficiencia de los paneles solares actuales, con mejoras incrementales. Para que esta energía se convierta en una alternativa real, el incremento debería ser muy superior. Solo cuando alguien da una idea totalmente nueva, como las células solares Gratzel, que utilizan un material totalmente distinto, ya que están basadas en titanio en vez de silicio como las actuales, se da un salto cualitativo.
¿Cómo fomenta la osadía entre sus alumnos?
Intento fomentar el pensamiento crítico, la creatividad y los valores individuales. Al principio del curso les planteo una serie de preguntas para que me digan qué esperan de la asignatura. Esa información me permite hacer una asignatura más focalizada a los intereses de cada alumno. También dirijo un grupo de investigación y, por ejemplo, a los que están preparando el doctorado les doy tiempo para que trabajen en temas que les interesen, por los que sientan curiosidad y que sean algo diferente al contenido de sus tesis. Luego todas esas ideas se discuten en grupo y de ahí han salido nuevos proyectos que han dado más diversidad al grupo.
¿Un ejemplo concreto?
En el Laboratorio de Nanotecnología Molecular de la Universidad de Alicante que dirijo trabajamos normalmente con materiales de silicio, como las zeolitas en catalizadores para la industria petroquímica. Uno de nuestros alumnos tenía interés en probar con catalizadores basados en titanio, que no habíamos utilizado antes. Probamos y vimos muy buenos resultados. Y ahora estamos trabajando con ese material que además es fotoactivo. Así que no solo lo podemos aplicar a energía basada en petróleo, que es nuestro campo, sino también a energía solar.
Usted es vicepresidente del Consejo de Tecnologías Emergentes del Foro Económico Mundial de Davos. ¿En qué cosiste su trabajo en ese foro?
El Foro Económico Mundial me eligió como Young Global Leader en 2009, como reconocimiento a mi actividad emprendedora por haber creado la empresa Rive Technology, que comercializa la tecnología que desarrollé durante mi postdoctorado en el Massachusetts Institute of Technology, en el ámbito de nanomateriales aplicados a catalizadores para la industria petroquímica. Al Foro le interesa ese perfil de científico y emprendedor. El año pasado me nombraron vicepresidente de Tecnologías Emergentes. Nuestro trabajo consiste en aconsejar a los gobiernos y a las grandes empresas sobre las tecnologías más prometedoras, las que pueden generar más empleo y mejorar la competitividad, imaginando los escenarios en los que se moverá el mercado en cinco o 10 años. Este año se han seleccionado una lista, en la que destacan la informática para dar valor añadido a la información; la revolución verde 2.0: las tecnologías para incrementar alimentos y biomasa; el diseño de materiales a escala manométrica; la utilización del dióxido de carbono como recurso energético, etc.
¿Cómo se trabaja con escenarios?
Las grandes empresas tecnológicas utilizan los escenarios para decidir sus líneas de investigación y nuevos productos y servicios. Apple, Nokia y Telefónica son ejemplos de empresas que trabajan de esta forma. Se imaginan escenarios de cómo serán las necesidades de los usuarios de telefonía móvil en 2020 y empiezan a desarrollar las herramientas de sus consumidores futuros. Es la única forma de avanzar, como decía antes, se trata de crear demanda de productos y servicios que los clientes aún no saben que necesitan. Y en ciencia deberíamos hacer lo mismo, trabajar sobre escenarios y hacernos las grandes preguntas que podrían definir el conocimiento y las tecnologías del próximo siglo.
¿Qué escenario tendrá la nanotecnología en 20 años?
En mi opinión, el gran reto de la nanotecnología es la transferencia de tecnología y la comercialización. En los últimos años ha habido muchísima inversión pública y privada y una investigación de gran calidad que se ha traducido en incontables artículos científicos y patentes, pero el impacto de todo ello en la creación de empresas ha sido mínimo. Tal vez con la nanotecnología ocurra lo mismo que con la biotecnología, algo de lo que se hablaba cuando yo era pequeño y que ahora es uno de los sectores con mayor capacidad para crear empresas y generar empleo. Pero para que esto pase será preciso que los científicos que están haciendo esa magnífica investigación se conviertan en emprendedores, en los protagonistas de la transferencia tecnológica de la universidad a la empresa.
Ana Hernando / SINC