“Si queremos recuperar, por lo menos, una parte de nuestra humanidad, tiene que prevalecer el imperio del Derecho”. Morris West.
“Un sábado, Jesús atravesaba unos sembradíos, y sus discípulos cortaban espigas, las desgranaban en las manos y se comían el grano. Algunos fariseos les dijeron: ¿Por qué hacen lo que no está permitido hacer el día sábado?”.
Entre sus respuestas, una fue que el Hijo del Hombre es Señor y tiene autoridad sobre el sábado, y la otra, que el sábado es para hacer el bien y para salvar una vida, no para destruirla o para hacer el mal (Lc 6 y ss.).
Los fariseos procedían apegados a la ley, que estaba vigente, la ley del descanso o del Sabbat o descanso.
Jesús no vino a abolir la Torah. El vino a decirnos que la ley debe estar al servicio del hombre, de la vida suya dada por el Padre, de su libertad (Dios lo creó libre), de la justicia, del amor y la solidaridad. Que lo que esté en contra de esos principios y valores, no debe ser respetado por un cristiano, porque va en contra de la dignidad humana.
Las leyes deben estar en sintonía con la creación divina y con el derecho natural, con la fe y la razón. Deben ser sabias y pocas, porque así de esta manera, son más fáciles de acatar y de cumplir, y porque, además, se garantizan valores sociales, como la honestidad y la transparencia.
Un “contexto jurídico sólido” (Juan Pablo II), tanto en lo interno de los países (artículo 2 de la CRBV) como en el plano internacional, debe tener como características el respeto a la libertad, a la verdad y a la justicia, ésta más allá de su concepción clásica de dar a cada suyo lo que le corresponde, acogiendo la justicia social nacional e internacional.
La fuerza del Derecho debe ser la razón y no la fuerza de las armas.
El Derecho con las características prealudidas, es garantía de justicia y paz en el mundo, hoy más urgido que nunca de su imperio para salvación de toda la humanidad.