Uno cree que lo ha visto todo; pero, según salen otras imágenes a la luz, en presunto apoyo, acaba se entender mejor el «show» de la manipulación psicológica y cómo los agresores en piel de cordero se comportan. Estoy pensando sobre cómo las empresas tiran, o colocan la cáscara, de húmeda y pegajosa banana, para que el desprevenido resbale.
Meditaba, hace unos días, en torno a cómo el telenoticierista de Univision Jorge Ramos, que es hombre inteligente, induce con su interrogatorio a la cantante Paquita La Del Barrio, a que opine sobre asuntos en la que ella obviamente es tan ignorante como la elección misma de ese repertorio, o tendencia a componer música «hilvanando» estereotipos. El mensaje de Paquita La del Barrio es puro resentimiento anti-veronil, no crítica social inteligente. Se construye con estereotipos, aprovechando cómo le ha ido en su vida privada. La tolerancia social en la farándula se lo permite, porque el rostro e imagen de ella inspira cierta compasiva empatía.
Pensaba sobre cómo siempre la prensa de entretenimiento busca a gente inadecuada para expresarse con objetividad para enfatizar un punto sensacionalista, o crear una polémica ficciosa. Ciertamente, el juego de la propaganda se nutre con la técnica del mentir por omisión. Cuando no se selecciona a una persona adecuada para que opine sobre un punto serio de determinado problema sucede que una cantidad significativa de verdad queda escondida y uno se pregunta quién es más mentiroso, si el que propone el tema y selecciona al entrevistado, o el entrevistado que presta su concurso a debatir sobre lo que no sabe.
Ocurre también con ideologías menos frívolas. Como a Jorge Ramos, ni le cae en gracia Daniel Ortega ni Hugo Chávez, ni mucho menos Fidel y Raúl Castro, él puede correr hasta Luis Enrique, el cantautor nicaraguense, para que opine como si fuese una «autoridad» politóloga sobre asuntos centroamericanos. O se acude a un sicario pintoresco, como son los congresistas cubanos del exilio, o antes Celia Cruz, o Willie Chrino, para que embarren a los cantantes de la Nueva Trova y el régimen cubano.
Ciertamente, cada persona está en su «derecho» a pensar como le pegue la gana, pero, cuando una audiencia televisiva, cautiva en un canal, espera que un programa noticioso o de análisis le eduque, o le ofrezca opciones inteligentes de información, no es lo más conveniente que el Gordo y La Flaca sean los que discutan temas que exigen una dedicación y trayectoria analítica a sus complejas evoluciones. Carpintero a sus zapatos.
Me gustaría, en esta misma línea de análisis, tocar algunos cosillas que según me entero me inquietan porque impera en su trasfondo éso que George K Simon en su libro «In Sheep’s Clothing: Understanding and Dealing with Manipulative People» (1996) llamó «manipulación sicológica», a través de cierto tipo influenciaje social de la percepción o conducta ajena en que se utilizan las tácticas engañosas, abusivas, sinuosamente secretivas, a fin de priorizar los intereses del manipulador. Mentir por omisión o racionalización que oculte la culpa o la mala intención.
El caso de Paquita La del Barrio, la que se come los hombre crudos y sin sal, castigando a los machistas con sus letras de «ratas de dos patas», es deprimente y sombrío. No sé por qué le jugaron esa mala pasada como para sacarla de esa ilusión que vivía como espanta-machistas. A consecuencia de que le cambiaron las fichas de su tablero, Paquita, la sufrida y llorona de la tele, sacó las uñas y echó un zarpaso brutal como la peor de las «machistas». Ha tenido que pedir disculpas al público y a la comunidad homosexual, pasar por el cedazo de los pensamientos suicidas y «ubicarse» realmente en lo que piensa, tras haber dicho que más vale niño muerto que criado por un hogar de homosexuales. Por lo menos, ante la comunidad «gay», a Paquita se le cayó el teatrito.
Sin embargo, si bien yo digo que ella fue una víctima de manipuladores (que en aras de sensacionalismo y controvesialidad, la entramparon para que desembuchara una que otra «pendejada»), ella también es, como intérprete, una artífice de manipulaciones. Lo interesante es que, en el arte como con los consejos de la religión o del médico, la manipulación es inocua. No hace daño. La influencia social de sus «letras (musicales) contra ellos», en lenguaje tan gráficamente peyorativo («rata de dos patas»), respeta el derecho del influenciado a «creerle» o no, a «ofenderse» o no. En el arte, como en el consejo del médico, que te dice «deja el cigarro», no hay coerción.
¿Hay coerción o maldad en una empresa tabacalera que, entendiendo que el cigarro es cancerígeno y crea narcodependencia por la nicotina lo produce, lo vende y lo promueve? Seguramente, más mala influencia que las letras de Paquita la Del Barrio. Si bien Paquita, cuando escribe o interpreta canciones como las suyas, articula su manipulación emocional para impactar el clima emocional que la circunda, hay quien «pelea más suciamente» como creadores de culpa.
Una de las cosas que concuyen las sicológas Sandra L. Brown, MA y la Dr. Liane Leedom, MD, en su libro Women Who Love Psychopaths es que toda manipulación emocional es peligrosa. Los mismos manipuladores suelen ser víctimas e inspiran a otros una sensación de que necesitan cierto apoyo, cuidado y nutrición. La sensibilidad de Paquita, su imagen sobre el escenario y su modo de hablar, no parece la de una mujer sociópata ni anti-social al punto de que se le identifique como manipuladora emocional; pero lo es. Es de las que viene en piel de cordero. Brown y Leedom explican que los «guilt mongers» hacen sentir culpables a otros y no siempre se sienten tentados a batallar con sus problemas, o cumplir con su propio trabajo sucio. «Emotional Manipulators seldom fight their own fights or do their own dirty work». Esto es debido a que, como explica George K. Simon, la manipulación sicológica se disfraza con vestiduras de piel de cordero y,
esencialmente, hay dos tipos de manipulación agresiva: una descubierta y otra encubierta («overt-aggression» and «covert-aggression»).
En la televisión en español de los EE.UU., se abren como escenario público para jugar y entrenener a los voyeristas de las manipulaciones sicológicas dos tipos de programas. Unos de competencia por ser celebridades por la belleza y el talento (e.g., Certamen Señorita Latina), otro de discusión sobre las privacidades, en formato de «talk-show», como son los de Cristina Saralégui, Don Francisco con sus «Confidencias», «El Gordo y la Flaca», o el de un sin fin de «sexólogas», que dizque pondrán paz en hogares disfuncionales. En los últimos programas mencionados, la manipulación interpersonal que propicia la anfitriona provoca el afloramiento de la agresión encubierta. Se obliga a los invitados a utilizar los mecanismos de defensa, automáticos o inconscientes, que divierten al espectador cuando atestiguan, con frecuencia, las inhabilidades de algunos de los invitados a protegerse de las amenazas de dolor emocional de las que desean
defenderse. Ciertamente, es humano que no se quieran auto-imágenes de culpa o de vergÁ¼enza; pero, inducidos ante la teleaudiencia y el cinismo de quienes les invitan, sale la conducta en sus dos facetas: como el ser «defensivo» que lucha por mantener una posición «enmascarada» y la «víctima» que suele tener para su desquite quien se enmascara y ejerce, tras una piel de oveja, su ego de agresión.
Volviendo a Paquita la Del Barrio, amante de proyectar culpas en otros, el pasado incidente evidenció que su personalidad agresiva encubierta no es tan difícil de detectar. Sus máscaras son vulnerables. En el macho, ella creyó que tuvo un chivo-espiatorio, a quien podría zaherir como «rata de dos patas» y recibir aplausos; pero, sacada al ruedo, ella tiene insuficiencias emocionales y de comprensión que la vuelven hembrista (machismo al revés). Para que ésto se viera más claramente, utilizando un recurso, una serie de empresas agresivas, o sus representantes, le aplicaron la táctica de la «desatención selectiva», jugaron con ella a la preguntita idiota, cuando sabían que la iban a tirar de nalgas. Las empresas agresoras, en aras de su propia agenda sensacionalista, sabían muy bien lo que iban a hacer, «distraerla», «seleccionarla», hacerle pensar que no conocen lo que ella proyecta, y ponerla a llorar y salpicar a otros con sus resentimientos más privados (porque es lo ella mejor hace).
Las empresas agresivas, dizque buscando la parte soñadora y positiva de otros, saben que no pueden cumplir ese objetivo sin primero hacer eliminaciones y destruir momentánea a otras, las más débiles. En psicología, se dice que muchos agresores juegan tácticamente a hacerse los tontos («plays dumb», «or acts oblivious») con los sentimientos ajenos. Así, por ejemplo, una empresa que administra un Certamen de Belleza y Talento tiene que actuar forzadamente cuando hay que decir a muchas chicas: «Tú no puedes quedarte y ganar». No es fácil decir a otros: «Te cierro la puerta de tus esperanzas», «Estás eliminada», «Si te suicidas, o te traumatizas, no es mi problema». De hecho, los manipuladores psicológicos utilizan la agresión desencubierta entre las mismas chicas para facilitar la solución e intensificar lo sensacionalista del espectáculo.
Tener éxito en la vida tiene que ver mucho con dominar y controlar, no siempre de modos sutiles. En la manipulación agresiva, hay que utilizar como maniobra la «intimidación» y la intimidación es divertida y dramática. Las niñas bonitas y talentosas (para no verse con sus ilusiones traicionadas) deben aprender no solamente a encubrir sus agendas de auto-servicio y engrandecimiento de sus egos, dándolo con el disfraz de la causa más noble, sea ésta, llenar de orgullo a sus padres sacrificados, o representar a la «Mujer Latina», esto es, «playing the servant role», como diría Simon, entonces, tienen que sacar las uñas de la ambición y el dominio sobre otras para eliminar a las competidoras.
Recientemente, la televisión me hizo ver que la táctica de jugar al servicio («playing the servant role») como disfraz para el dominio agresivo fue bien aplicada por el sacerdote católico, el Padre Ecuté, inflado por la propaganda como un dechado de valores familiares y ejemplo para la juventud y luego crucificado por los papparatzis y la misma prensa que antes lo pintara como casi un santo.
El Padre Ecuté, prelado en la Diócesis de Miami, vocero nacional de Ministerios Hispanos y Comunicaciones, encarnó el rol del servicio y obediencia a la Iglesia Católica Romana, hasta que no pudo con su testosterona. El no sería la paloma sacrificial del celibato. Le urgía el sexo con una amante secreta que tenía, por años, en una doble vida moral.
En este caso, como en el Gloria Trevi, los manipuladores conocían las vulnerabilidades psicológicas de Ecuté. Un hombre guapo, carismático, con la testosterona alborada, víctima del celibato; pues, no extrañará que se le «entrampe» (y él se preste) a que los medios electrónicos lo convierten en una estrella de un mundo paralelo a Playboy. No dudamos que de él se hagan libros, películas y todas las parafernalias asociadas a lucrar con su escándalo.
Entre las diferencias entre su utilización por los imperios publcitarios y el caso de Gloria Trevi (humillada hasta lo indecible de sus encarcelamientos) y de Selena (con la experiencia de su asesinato) hay sólo grados, como si a veces para que renazca el ídolo, hubiese primero que sacrificarlo y blasfemarlo y por los mismos manipuladores que después lo auparán como símbolo de regeneración.
Estas agendas de manipulación no sólo están teñidas con un lucro económico; las hay con lucro político. Esto se indicia con el caso de las «Damas de Blanco» en La Habana, Cuba, tras la muerte en una huelga de hambre de un disidente cubano. En este caso, hay que utilizar la «agresividad encubierta», con la estrategia de la «seducción» y mentir por omisión. Hay que pintar la encantadora imagen de unas «luchadoras», en marcha pacífica, por la libertad de sus esposos. No hay que discutir sobre qué delitos puedan estar acusados sus esposos; sólo destacar que son mujeres en lucha por la libertad y que merecen nuestra confianza y lealtad. Para hacerlas atractivas, no es raro que venga Gloria Estéfan, cubano-americana, a darles un espaldarazo. La gente que se escandalizó de que Juanes, Miguel Bosé y otros, fueran a Cuba a cantar por la paz a la Plaza de la Revolución, hoy necesitan no ser menos y escogen a Las Damas de Blanco. Y es que hacerlo origina una atención que da poder a los manipuladores que, en esta caso, son los que frivolizan una discusión seria y profunda de las relaciones cubano-estadounidenses.
La prensa, como los medios informativos en general, saben aprovechar las vulnerabilidades psicológicas de ciertos tipos de personalidades (las maquiavélicas, las narcisistas, las histriónicas, etc.) y siempre buscarán hacer un show con ellas. Y la verdad, al tarro de la basura.