En una pequeña aldea vivía un ladrón que robaba a todos, pero al que nadie lograba atrapar. Era un experto en su arte. Sin duda que, cuando efectuaba un robo, se concentraba de tal manera que nada en el mundo le importaba más.
Era como aquel niño que jugaba con un barquito y un yogui que pasaba por ahí le habló, pero el niño ni le hizo caso. Entonces, el yogui se postró ante él y lo veneró como a un auténtico Maestro.
Pues bien, la comunidad de aquella aldea se reunió y acordaron nombrar a un policía, ya que no tenían ninguno en el pueblo, para acabar con aquella inseguridad creciente.
El alcalde hizo leer un bando convocando a quienes quisieran presentarse al puesto de policía. Estaban desesperados porque nadie se presentaba hasta que se presentó un candidato. Se trataba del ladrón, y fue elegido policía.
El Maestro les dijo sonriendo:
– El mismo ego posesivo puede convertirse en caritativo con todas sus capacidades; el ego que parece que sólo puede asir, también puede aprender a soltar. Se trata de orientar las habilidades, deseos y capacidades hacia un horizonte que le satisfaga plenamente. El ego nunca atrapará al ego. Se trata de liberarlo.
J. C. Gª Fajardo