(TRÁPTICO PARA LIBREPENSADORES)
I
¿EXISTE UN LÁMITE DEL CONOCER?… ¿CUÁL PODRÁA SER?
Si somos creyentes aceptaríamos gustosos que el límite superior del conocimiento es llegar a conocer a Dios, identificando a Dios con Verdad suprema. Si no lo somos, nos conformaríamos con metas mucho más humildes, tales como ser eruditos en alguna materia o simples y vulgares sabiondos a los que Larra calificaba en su tiempo como “eruditos a la violeta”, que en cuanto se profundiza en lo que dicen saber no se halla más que la fachada con que intentan deslumbrar. Estos son los hijos de la envidia, los oportunistas, arribistas, que desean sobresalir para alcanzar brillo social o profesional pero carecen de méritos y conocimientos para ello. Son artistas en el arte del disimulo y la pedantería.
El primer grupo, el de los que aspiran a conocer a Dios, creen que Dios es omnipresente y por ello se encuentra también en el interior de cada uno, en el fondo de su alma. Es el hálito de vida, la energía vital. El creyente parte de la base de creer que el Ser Supremo y fuente de toda sabiduría no tiene secretos, de lo contrario jamás se propondría el empeño de intentar acceder a la Verdad suprema. En este grupo se hallan los buscadores espirituales, místicos y profetas. A estos últimos, debido a su limpieza de corazón, les es concedido escuchar en su interior los mensajes de Dios para poderlos transmitir a sus semejantes. Defienden el principio del Amor, que es Dios, como el motor que conduce a la Verdad, que es Dios igualmente, por lo que es necesario cumplir las leyes divinas que purifican el alma, producen salud y alegría, y producen elevados estados de consciencia que hacen posible la sabiduría, uno de los siete peldaños de acercamiento a Dios (los otros seis serían orden, voluntad, -que son anteriores- y seriedad, paciencia, paciencia o bondad, amor y misericordia). En el cristianismo originario (actualmente obstaculizado y considerado secta peligrosa por las Iglesias mal llamadas cristianas pese a ser la enseñanza genuina de Jesús), se defiende que llevando a cabo una serie de aprendizajes y prácticas básicas ( un Camino Interno) se asciende desde el primer peldaño, el del Orden, hasta la Seriedad, que es el centro de Cristo en nosotros. Una vez llegados a este punto, Cristo mismo nos inspira en nuestro interior los pasos siguientes para seguir hasta la meta suprema de toda alma encarnada, que es último centro de conciencia- el centro de la misericordia- que nos conduce a la unión con Dios, y a poder contemplarLe directamente. Esta es la más alta meta de todo hijo de Dios. Al fin y al cabo, es natural poder contemplar el rostro del propio Padre.
El segundo grupo, a su vez, se halla dividido entre los que afirman que Dios es imposible de conocer porque tiene secretos (caso de los que creen en las diversas Iglesias, en sus dogmas y representantes) y los que niegan que Dios exista simplemente. Encuadran ambos grupos a muchos de los llamados intelectuales: clérigos, teólogos, filósofos, literatos, profesores, científicos, políticos y gentes corrientes de distintas profesiones o actividades. No es que entre estos sea imposible hallar a buscadores espirituales, pero se hallan en minoría dentro de un medio donde prima el intelecto sobre el corazón.
Con el término “intelectual” se hace referencia a las personas que creen que su intelecto es el instrumento superior y más fiable de acceso al conocimiento, y el razonamiento intelectual cuando se acompaña de los descubrimientos de la ciencia, el método normal de acceder al conocimiento que se busca. Como es natural, la vía elegida lleva a la meta que se pretende, o sea, al conocimiento intelectual, el cual se considera objetivo, real, imparcial, en la medida que se avale por los sentidos y la Ciencia, como juez supremo de la verdad.
La Ciencia ha ido ascendiendo en importancia desde hace dos siglos hasta haberse convertido en una especie de nueva religión: la Religión del Conocimiento. Desgraciadamente ha caído en manos del sistema. Y como las otras religiones de intelectuales al servicio del Sistema tiene sus dogmas, sus misterios, sus gurús y sus asuntos inconfesables. A través del llamado método científico se produce una especie de circuito cerrado intelecto-ciencia-intelecto con el que sin embargo se aspira a conocer no solo el universo tal como es, sino cómo y por qué causa se inició. Utilizando neuronas o aparatos muy costosos, según corresponda, coinciden los intelectuales de todo tipo en la creencia de que nada es digno de confianza sin haber penetrado por las ventanas de los sentidos y sometido al tribunal de la razón cartesiana en primer lugar. Se rinde culto a los sentidos y a la diosa Razón como fuentes fiables de verdad. Así dicen “solo creo en lo que veo”, y los más escépticos aún aconsejan: “de lo que veas, la mitad te creas”.
(Continuará)