Me asquea lo que en estos días hemos visto, leído y oído. Prensa, radio, televisión: todos a una y durante todo el día. No había escapatoria posible, excepto la de esos monos de Buda que se tapan los ojos y las orejas. No me refiero al coñazo de Pekín, sino al zafarrancho de carroña organizado en torno a la hecatombe de Barajas. Sólo cabe excluir de él a los familiares y amigos de las víctimas, y tampoco a todos, pues algunos han arrimado la jeta al afán de notoriedad. Yo, si un ser querido estuviera de cuerpo presente, no me prestaría a hacer declaraciones para la galería. Cuestión de estómago. Pero son otros quienes acaparan el medallero de los metales viles en los juegos olímpicos de la putrefacción. La muerte como espectáculo, negocio, vanidad y ocasión de trepa. Bandadas de avechuchos carroñeros que baten las alas y dan saltitos alrededor de la casquería, moscas que acuden al muladar. Empecemos por las gentes del común. ¿A quién diablos aplauden los pasmarotes que guardan inútiles minutos de silencio en las plazas públicas? Públicas, digo. En privado no lo harían. Quieren presumir de buen corazón. Pura pamema, la del minutito de silencio o la de las velitas cursis, que para nada sirven, y estúpida costumbre la de despedir con aplausos a los muertos. ¿A quién diablos aplauden? ¿A quienes mueren, por hacerlo bien, a la Muerte, por matar como Dios manda, o a los deudos del difunto, por pasarlo mal? No. Se aplauden a sí mismos: ¡mirad qué buenos somos! ¿Por qué, ya puestos, no ovacionan a los que mueren en las carreteras, en los hospitales, en Iraq o en Afganistán? ¿Qué pasa? ¿Que solo debe rendirse homenaje audiovisual de hipocresía a quienes lo hacen aquí cerca, de repente y en montón? ¿Abucheamos a los otros? Ya decía Jardiel Poncela, mordazmente, que los muertos, por muy mal que lo hagan, siempre salen a hombros. En cuanto a los periodistas, ¿a qué tan inmisericorde fisgoneo, tan reiterativo lujo de detalles? ¿Es necesario aburrir a la gente o excitar sus bajos instintos con pormenores sádicos o técnicos que sólo deberían conocer, porque a nadie más interesan, los miembros de las comisiones y estamentos encargados de investigar lo sucedido y actuar en consecuencia? ¿Es ético y estético agredir a bocajarro con alcachofas de metal, apuntar con cámaras indiscretas o formular preguntas impertinentes a quienes acaban de perder a alguien querido? Telemierda, radiobasura, prensamugre. VergÁ¼enza daba ver a los presentadores de los telediarios vestidos de luto. Fui a La Noria el sábado y quisieron ponerme en la solapa un lacito negro. Me negué. El dolor, si no va por dentro, es histrionismo de plañideras. De luto iban también los políticos que acudían al pudridero para salir en las fotos. No sentían pena. La daban. Vomitivo paripé. Buitres. Buscaban votos. Quédense para mañana.
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Sobre el Autor
Jordi Sierra Marquez
Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.