a Francesc Ferrer i Guardia
«Soldados, vosotros no tenéis la culpa. Apuntad bien. ¡Viva la Escuela Moderna! Muero inocente y feliz de…» No terminó, «¿feliz por qué?» La fusilería acalló la declaración de su triunfo y su alegría, después que fue sacado del foso de Santa Amalia, perteneciente a la prisión del Castillo de MontjuÁ¯c, el 13 de octubre de 1909. Murió sin vendas, con los ojos abiertos, sonriendo.
¿De qué fue culpable ese hombre? ¿Qué le imputaron la monarquía, el gobierno y la Iglesia, para declararlo su enemigo y darle muerte? La Iglesia lo acusó, sin pruebas, de un incendio en el Convento de Premiá. Pidió la pena capital. Ese mismo año, el gobierno de Barcelona lo detuvo, acusándolo de instigar una rebelión obrera y popular contra la Guerra de Marruecos, incidentes que se nombran como la Semana trágica. El 9 de octubre de 1909 se constituyó el consejo de guerra para juzgarlo.
«¿De qué es culpable ese hombre?», se preguntan los corillos monárquicos. Y allá en Alella, Maresme, donde naciera, hay aire de luto porque el fusilado es de familia católica, pro monárquica. «Esto sí que es una putada de milicos». Sus padres han sido payeses / agricultores / acomodados y, por lo menos, catorce hermanos han de llorarlo. «¿Quién puede ser el auténtico responsable de este atropello?», interrogación que se hacen ellos.
Mateo Morral, partidario de la acción directa, es un comecandela que se llenó la boca sugiriendo que Ferrer Guardia es un débil de espíritu, uno de los que todo lo quiere cambiar con discursos o leyedo a Pi y Margall, Reclus, Malato y Kropotkin.. Cree que el suyo, lo que ha hecho, sin consultar al maestro, es el verdadero ejemplo. Cree que más poder hay en sus manos que en las de Manuel Ruiz Zorrilla, cpn su gobierno republicano en el exilio. De viaje en Madrid, el bibliotecario de marras echó una bomba al paso de la comitiva real cuando iba por la calle Mayor y provocó la muerte de veintitrés personas. Y era la boda del rey Alfonso XIII, el 31 de mayo de 1906, y la sangre la deslució con luto. Y cayeron las chinches sobre la izquierda.
«Me echaste mierda encima», fue lo que dijo Ferrer i Guardia al bibliotecario. «Entonces, a poner pecho a la muerte porque nos van a asesinar como a unos perros». A morir como mártires, unos y otros, por culpa de este cochino morral de mil temeridades. Se cerrarán las treinta instituciones de la Escuela Moderna, su proyecto práctico de pedagogía racionalista, igualitaria, laica y ácrata, no coercitiva, «la esperanza de justicia en España», «la novetat de l’Escola Moderna, l’aplicació de mÁ¨todes moderns i científics de pedagogia, humanitÁ ria i antimilitarista».
Total, por este protagonismo insensato de Mateo, a partir de la Semana Trágica, Narciso Portas, el Teniente de la Guardia Civil, en Barcelona, satisface su crueldad con todo el liderazgo de la masonería catalana. Las torturas que ordenan son indecibles… y ya supo que el Maestro Ferrer ha de caer en sus manos. A quien se hizo marxista en Francia, incorporado al Partido Obrero de Jules Guesde, piensa pilarlo verde en la Fortaleza de Montjuic. Pero Francis Ferrer es un mártir de conciencia tranquila: morirá sonriente…