Posibles ofensivas contra otros países, restos de niños desaparecidos, ventas multimillonarias de armas.
Me pregunto si la humanidad está sufriendo una especie de esquizofrenia general.
Un gesto de tristeza se dibuja en mi cara.
Por más que lo intento, no puedo llegar a comprender tanta barbarie. Para mi es tan sencillo vivir en armonía que me parece totalmente absurdo leer estas noticias cada día. No sé por qué nos empeñamos en arruinar la vida del prójimo cuando, en este mundo, existen recursos suficientes para que todos vivamos decentemente.
El poder, la avaricia, la corrupción. Estados naturales del ser humano. ¿Qué pasa? ¿El uso de la razón no es un estado natural también?
Cada día escucho más la afirmación: “Al fin y al cabo, somos animales”. De verdad, me asusta que estemos aceptando de una manera tan optimista que, únicamente, somos animales, precisamente lo que nos diferencia del resto de los animales es el uso del cerebro. ¿Cuándo narices vamos a comenzar a usarlo?
Desde el principio de la historia, las matanzas y las invasiones han sido el plato principal del menú del día debido a varias razones, una de las que me causa mayor asombro es la diferencia de ideas.
Una idea, al fin y al cabo, es algo producto de nuestra imaginación, no es real. Nosotros somos los que las llevamos a cabo. Deberíamos recordar que ningún sistema o credo es la verdad universal, y por ello, siempre deberíamos llegar a un consenso entre todos. ¡Claro!, esto es precioso, pero utópico. Porque nosotros, considerados seres racionales, siempre buscaremos alguna excusa para canalizar nuestro odio. La mejor manera es usar la violencia con los demás, humillarles, para así sentirnos un poco menos desgraciados. ¡Qué deprimente!
Al reflexionar sobre todo esto, inevitablemente, mi mente me lleva a intentar comprender el origen del mal. Tarea que, como todos sabréis, es como intentar dilucidar si existe un Dios, es decir, algo totalmente imposible. Pero como todo este tipo de cuestiones me atraen demasiado, voy a intentar sacar algún tipo de conclusión de todo ello.
Comenzaremos por ese cuento de Tolstoi acerca del origen del mal. El gran escritor plantea una bonita fábula con unos animales y un ermitaño. Todos ellos se reúnen para conversar sobre el tema. Para el cuervo, el origen del mal se sitúa en el hambre, para el palomo, el origen se sitúa en el amor; La serpiente opina que el mal proviene de la ira, y para el ciervo, el origen está en el miedo.
El ermitaño escucha pacientemente a todos los animales, cuando éstos han acabado, expone su teoría. Para él, el mal es intrínseco a nuestra naturaleza. Es decir, que nacemos con él, al igual que nacemos con la capacidad de amar y un día determinado en el que nuestro corazón dejará de funcionar.
El hombre es el único de los animales que sabe que va a morir, y además, su propia existencia se encuentra dominada por este hecho. Todas las culturas y tradiciones se encuentran abocadas a retrasar su propia muerte (Gebauer y Wulf, 2009). Según esta perspectiva podríamos hablar de factores como el propio oxígeno que respiramos, el cual afecta al envejecimiento de nuestras células con la producción de especies reactivas como los Radicales Libres y Peróxidos. Ese proceso de oxidación celular es llamado Estrés oxidativo, y está directamente relacionado con enfermedades como el Párkinson o el Alzheimer.
Hoy en día, con el tipo de vida tan estresante que llevábamos, solo conseguimos que las propias defensas de nuestro organismo ante tales especies reactivas, se vean saturadas; de ahí, el incremento en la producción de alimentos que contienen antioxidantes. Es evidente, que el estrés, es una de las causas más frecuentes de discusiones, enfados y un gran productor de ira y frustración. Sin darnos cuenta, pagamos ese estrés producido por el tráfico, las facturas o nuestra autoestima enfrentándose a una sociedad increíblemente competitiva, con las personas que están a nuestro alrededor. Podríamos decir que este es el “mal” que todos, en mayor o menor medida, solemos producir.
Ahora bien, existen individuos predestinados genéticamente a un comportamiento violento, el cual, viene determinado, según recientes estudios realizados en el California Institut of Technology, por variaciones en el gen MAO-A o “Gen del Guerrero”, encargado de codificar las enzimas Monoamino oxidasas, a su vez, con la función de catalizar la oxidación de monoaminas y la degradación de los neurotransmisores-aminas (Serotonina, Noradrenalina). Los individuos con modificaciones o carencia de este gen presentan una disminución en la actividad del Cortex Frontal Orbital y de la Amígdala cerebral.
Si estos individuos han estado sometidos en sus vidas a un estrés mucho mayor en su infancia, lo cual, suele ser directamente proporcional a su nivel de frustración; Con un entorno familiar complicado, con violencia, abusos sexuales, problemas económicos o drogodependencia, son los que mayores posibilidades tienen de orientar su vida a la delincuencia. Solo hace falta echar un vistazo a las biografías de los individuos más peligrosos para darse cuenta de ello. Lo más importante de todo es que para estos individuos no existe una diferenciación moral emocional, es decir, no sienten de una manera diferente cuando se les habla de asesinato o de un pastel, por lo tanto, no presentan sentimiento de culpa alguno cuando realizan una acción destructiva hacia otro individuo.
Por el contrario, cuando han tenido una infancia agradable y feliz, y aún cuando siguen presentando la misma indiferencia hacia la moral, no tendrán tantas posibilidades de realizar algún tipo de acción violenta. Lo cual me hace plantearme, de nuevo, cuán importante es la frustración a la que nos veamos sometidos en nuestro entorno para que orientemos nuestra vida hacia el extremo más positivo.
A pesar de todo, una persona que haya tenido una infancia en un entorno más cálido, no estará exenta de sufrir altos niveles de estrés-frustración. Existen multitud de circunstancias en la vida que nos pueden llevar a presentar algún tipo de trastorno de conducta. De cómo manejemos esos niveles de frustración, dependerán los actos que realicemos. Indudablemente, los individuos con trastornos en el “gen del guerrero, seguirán más predispuestos a no canalizar esa frustración, debido a su indiferencia hacia la moral.
Según mi experiencia, todo depende del autocontrol, la autoevaluación y, primordialmente, de la educación. Si no tenemos unas bases de respeto hacia los demás, de dominio de nosotros mismos, y nos dejamos llevar por nuestras emociones en todo momento, sin percatarnos de por qué estas son producidas, no nos daremos cuenta, prácticamente, de ninguno de nuestros actos. De hecho, no analizaremos si nuestros actos son moralmente correctos o no. Pero esta autoevaluación es realmente difícil, la mayor parte de los individuos, hoy en día, no se paran a pensar por qué reaccionan de una manera u otra. Obviamente, este proceso requiere de unas ciertas facultades que en el libro: “Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences”(Howard Gardner,1983) son llamadas Inteligencia Intrapersonal, es decir, la capacidad de verse a sí mismo. Esta inteligencia unida a la Inteligencia Interpersonal, o la capacidad de ver a los demás, son las que facilitarían de una manera exponencial la convivencia entre los seres humanos.
Después de esta reflexión, se me ocurre que sería muy interesante un estudio neurológico acerca de cómo afecta la asertividad, la empatía, y por otro lado, la frustración; en el estrés oxidativo. En cualquier caso, creo que todos nos damos cuenta que nuestro nivel de estrés-frustración afecta sobremanera nuestra relación con los demás y con nosotros mismos. Es decir, la frustración y el estrés, modifican nuestra química cerebral de una manera considerable, al igual que lo hace el amor que recibamos en nuestra infancia y en nuestro entorno.
Obviamente, tras esta argumentación, me inclino a pensar como Tosltoi; Que el origen del mal se encuentra en nuestra naturaleza, y que quizá, sea debido a que, al mismo tiempo que vivimos, estamos muriendo. Al mismo tiempo que nuestras células se regeneran, se deterioran y sufren de apoptosis y necrosis. Todo esto es un proceso constructivo-destructivo que, al fin y al cabo, se le podría considerar una analogía con el bien y el mal.
Ahora bien, como he tratado antes el tema de la moral, me gustaría desarrollar un poco más este concepto desde el punto de vista religioso, debido a la atracción que me causa esa frase de Nietzsche: “Hemos matado a Dios”.
Pérdida de la moral religiosa
La impresionante evolución de la ciencia unida a la explicación empírica de los acontecimientos, por un lado, y las “bonitas hazañas” realizadas por todas las iglesias, independientemente del credo, en nombre de la fe, por otro; Han dado lugar a que el ser humano crea, cada vez menos, en fenómenos paranormales o extrasensoriales y, por consiguiente, a que se vayan perdiendo los valores aportados por la moral religiosa.
Anteriormente, con el temor a la “ira de los Dioses”, los seres humanos se prevenían de usar esa parte destructiva que todos tenemos, y las autoridades religiosas se jactaban de tener el poder para realizar este tipo de castigos, actuando impunemente, basándose en que ese poder había sido concedido por alguna autoridad divina.
Con la aparición del Logos, tras el mito, y con él, muchos pensadores tales como Epicuro, los cuales, comenzaron a pensar que serían mucho más felices si eliminaban el temor al castigo Divino y basaban su vida en el placer y la eliminación total del miedo, incluida la muerte. Ese magnífico pensador griego, allá por el año 300 a.C proponía la prudencia como control de los placeres que, a la larga pueden producir sufrimiento.
Bajo mi experiencia, he llegado a comprender que si basamos nuestra vida, únicamente, en el placer, nos encontraremos con que sufriremos una natural dependencia a ese placer; Y a la larga, ese placer, vendrá dado por la satisfacción a esa dependencia. Lo cual es, del todo, una percepción errónea de nuestro propio cerebro, es decir, nos auto engañamos. Creamos una “falsa” felicidad entorno a la satisfacción de esa dependencia. Mientras satisfacemos esa dependencia, sentiremos placer, pero ¿Qué ocurre mientras esperamos que esa dependencia sea satisfecha? Sufrimiento, estrés y frustración. Por lo tanto, no viviremos continuamente en el placer. De hecho, pasaremos la mayor parte del tiempo deseando ese placer, y si no lo conseguimos. Mayor frustración.
Durante mi vida, he experimentado con todo tipo de placeres y he conseguido llegar a entender cuál es el placer más duradero, y este, sin ninguna duda, es no ser esclavo absolutamente de nada, ni tan siquiera de tus propios conceptos. Siendo así, decidiré cuándo y cómo disfrutaré del placer. Ya que, básicamente, el placer te lo produce el romper con la rutina a la que estás expuesto.
Para darte cuenta de ello, debemos educar nuestro maravilloso cerebro, en el caso contrario, será una máquina descontrolada que hará lo que quiera con nosotros.
Entonces reflexiono sobre las máximas de las religiones y me doy cuenta de que todas ellas dedican un importante espacio al auto control hacia la dependencia del placer y del deseo y que, hoy en día, estamos basando nuestra vida, en satisfacer todo tipo de placeres sin plantearnos, tan siquiera, cómo estos son producidos. Y que sin darnos cuenta, en muchas ocasiones, lo que parece ser un placer, en realidad es dolor. Ahora bien ¿Podríamos decir que el dolor está cercano al placer? Al menos, en ocasiones, una ligera dosis de dolor te puede llegar a recordar que estás vivo. Ahora si ese dolor se convierte en una dependencia más, obviamente se convertirá en rutina. Con la consecuente frustración si no se satisface.
Como he escrito en otras ocasiones, estamos basando nuestra vida en el ideal americano de la libertad. Y nos olvidamos de analizar de qué manera somos más libres. En mi caso, la mayor sensación de libertad viene dado cuando elijo lo que me place sin ser esclavo, absolutamente de nada, salvo, en ocasiones, el propio autoanálisis, el cual se puede convertir, como cualquier otra cosa en un hábito y a la larga generar frustración. Por lo que ese será el momento en el que variaré mi rutina y disfrutaré de otro tipo de placer y punto de vista.
Como he reflexionado antes, la frustración es la causa principal de acciones destructivas contra los demás individuos de nuestra especie y contra nosotros mismos, y esa frustración viene dada por la insatisfacción de un deseo o una necesidad básica que, indudablemente, nos produce placer. Aunque existan multitud de factores, tanto genéticos como ambientales, que puedan influir en nuestro comportamiento, existe otro factor, en este caso, positivo que influye de una manera grandiosa en nuestra fisiología. El amor. Este factor se está olvidando y transformando de una manera considerable en una sociedad que se base en placeres físicos y materiales. Lo curioso es que produce tanto o más placer que todos los demás. El problema es que, después de haber estado expuestos a la moral religiosa durante mucho tiempo y, tras darnos cuenta de todas las calamidades producidas en la humanidad a causa de la misma, la manera de concebir ese amor se ha ido transformando. Pero, sobre esa transformación, escribiré en el siguiente artículo.
Para concluir éste, me gustaría recordar, de nuevo, que ninguna de las “verdades” son la universal, y que cada uno somos libres de tener el punto de vista sobre la moral que nos dé la gana. En ocasiones, tendremos que vivir lo “malo” para darnos cuenta después de lo que es más constructivo para nosotros, incluso eso, que primeramente parece ser destructivo, en realidad está construyendo algo positivo.
En cualquier caso, todo entra dentro de ese gran proceso que se llama vivir, el cual se basa principalmente en elegir. Quizá con un poquito más de respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás, podremos conseguir una convivencia mucho más placentera.
PAZ