Se ha hecho público que Amancio Ortega, el dueño de Inditex, ha donado 20 millones de euros a Cáritas, “para las necesidades en materia de alimentación, ayuda farmacéutica, servicios de vivienda y material escolar”.
La noticia no va más allá del hecho de confirmar tres realidades ya conocidas: que Amancio Ortega es uno de los hombres más ricos del mundo; que en España hay cientos de miles de personas que lo están pasando muy mal; y que el tan cacareado Estado del Bienestar es totalmente incapaz de cubrir sus necesidades, con lo que resulta decisiva la labor de organizaciones como Cáritas, Cruz Roja, y muchas otras.
Lo que llama la atención es la reacción de gran parte de la “progresía” (me resisto a emplear la palabra “izquierda” en referencia a esta clase de individuos), que se han lanzado a la yugular del empresario. Que si es para desgravarse impuestos; que si es para hacerse publicidad; que si crea trabajo fuera de España…
Es el panorama cervantino: la generosidad de Don Quijote y la mezquindad de Sancho Panza. El odio que nace de la envidia hacia el que destaca. La adoración de la mediocridad. El sesgo ideológico y la tendencia al totalitarismo. Estos progres hubieran preferido que fuera el Estado el que confiscara los bienes de Ortega para con ese dinero crear un organismo público con muchos funcionarios para repartir el resto entre asociaciones afines. Tampoco habrían protestado si el empresario gallego hubiera entregado los 20 millones a los refugiados palestinos, o a movimientos feministas latinoamericanos.
Están tan convencidos de la maldad de la derecha, tan imbuidos de que ellos son los únicos buenos de la película, que les sale un sarpullido cada vez que se produce algún hecho que contradice esa creencia irracional, por otra parte más propia de los integristas musulmanes que de unos demócratas occidentales modernos. Pero es evidente que una cosa es proclamarse demócrata y moderno, y otra muy distinta es serlo.