Las voces más agoreras se han levantado con el rescate a Irlanda previendo, como suelen, el final de la moneda única europea y con él la caída paulatina de todos los países que lo conforman provocándose una hecatombe europea de dimensiones siderales. Y esas mismas voces, cargándose de supuesta autoridad moral sobrevenida, reclaman el regreso a las soberanías nacionales ante el linchamiento de los mercados.
Pues bien, son esas voces, y no los mercados, los que están poniendo en peligro al Euro. Porque son esas visiones soberanistas, que todos los países de la Unión Europea sufren, las que están provocando la falta de progreso de la Unión hacia una mayor integración que garantice la estabilidad y la sostenibilidad del crecimiento económico.
Ante los ataques de los mercados sólo cabe una respuesta, integración. Hasta ahora hemos sobrevivido ocho años haciendo castillos en el aire, con una moneda única y una política económica nacional provocando asimetrías claras que han facilitado el trabajo a los especuladores.
En estos meses hemos vivido ejemplos evidentes. Grecia, con su política económica propia, se ha venido abajo; Irlanda, con su liberalismo exacerbado, también se ha venido abajo; y Estados Unidos, en una situación similar a los dos países europeos, se ha mantenido a flote, ¿por qué? Porque Estados Unidos está integrado, todos sus Estados Federales se someten a la política económica de la Administración Central, y ese, y no otro, es el camino.
Deberíamos de aprovechar esta crisis que nos afecta a todos para realizar una huida hacia adelante, caminando juntos de la mano hacia una política económica común que sirva de paraguas protector a la moneda única. La tentación de aislarse para proteger lo que se tiene es muy grande, pero las consecuencias del aislamiento es la pérdida, por el contrario la integración es la salida, y su consecuencia es el crecimiento.
Hay que entender las crisis como oportunidades y la Unión Europea nunca tuvo una oportunidad como la actual para olvidarse de pretensiones nacionales y construir cimientos serios para su grandeza.