Izquierda Unida: autocrítica del revisionismo
Izquierda Unida fue el éxito de un fracaso, el intento de social-democratizar el PCE, y el anuncio de una derrota, el abandono de la ideología revolucionaria por un plato de lentejas: la integración de los comunistas y del conglomerado de fuerzas políticas, que la conforman, en el Estado capitalista. Aunque reformado, a la fuerza por la amenaza de la lucha de clases durante “guerra fría”, en Estado de bienestar. Derrotada ésta, volveremos a las cavernas de la miseria. I. U. vive en un estado de confusión ideológica en el que se sienten más atraídos por los “valores” católicos que por los valores humanos; por el humo de los incensarios que por las hogueras de la revolución; por el quietismo que por las revueltas callejeras. Tan honestos como puritanos cabalgan hacia el cielo rechazando todo hedonismo humano. Desde entonces, I. U. no han muerto, agoniza en la periferia del conflicto social.
Se lamentan, se rasgan las vestiduras, en un ejercicio estético auténticamente patético, porque “Podemos” les ha quitado la cosecha que creían ser suya, las masas populares. No acaban de entender que “Podemos” no es otra cosa que las masas populares. Su producto. ¿Dónde estaban ellos, I.U., cuando las masas tomaban las calles, en las instituciones o en los barrios, en las universidades o en las academias, en las fábricas o en el Parlamento…?
En los orígenes de la socialdemocracia está el debate entre la teoría revolucionaria y la práctica reformista. La socialdemocracia prefirió la reforma frente a la revolución y se transformó en un pilar sustentante del Estado capitalista.
La escisión entre teoría revolucionaria y práctica reformista nos ayudará a entender la escisión entre I. U. y el movimiento social conocido como “Podemos”. Este es la práctica revolucionaria, I.U. la teoría. La escisión está servida. A qué lamentarse como si “Podemos” fuera su enemigo o el ladrón que le ha arrebata a sus potenciales masas. Cuando lo que en I. U. deberían hacer es eso que hace tantos años solía decirse como parte del abc del progresista: la autocrática.
Aquí todos se equivocan pero nadie hace una autocrítica. Como si para construir algo nuevo, como una constitución ciudadana, se pudieran utilizar los mismos mimbres. Autocrítica es reflexionar crítica y constructivamente sobre los propios errores. Cuando uno se aísla del ritmo del movimiento, no es éste el que se equivoca. Es como si los bolcheviques se hubieran cabreado porque los soviets surgieron a partir de las propias reivindicaciones de soldados, obreros y, más lentamente, de los campesinos.
¿Qué tiene que hacer el pueblo, esperar a que la clase política tome conciencia de su propia realidad para ponerse en marcha?
¿Debe desmovilizarse el movimiento “Podemos” para que la izquierda institucional tome conciencia de los problemas populares y poner ella en movimiento a los ciudadanos?
Desde las instituciones no se puede hacer autocrática, porque las instituciones están integradas en el Estado capitalista. La autocrática se hace contra las instituciones, desde la calle, desde las fábricas, desde las universidades, desde los institutos, desde los barrios…
Mientras socialistas e I. U., ¿con qué calificativo debemos dirigirnos a los miembros de I. U. si evitan ser llamados comunistas y no se llaman progresistas?, mientras estas fuerzas políticas de la izquierda institucionalizada siga dirigiéndose a “Podemos” como su enemigo porque les ha arrebatado a “sus” electores, es que no han entendido nada. Ni aceptado la realidad social, tan dialéctica como la lucha de clases.
No han entendido lo fundamental, que “Podemos”, aunque lo proclamaran sus actuales representantes, no es el enemigo de la izquierda sino un aliado real y por tanto necesario para enfrentase al franquismo y clericalismo social que está en fase contrarrevolucionaria en nombre del “neoliberalismo” para seguir acumulando capital a costa de la desintegración del Estado/Sociedad de bienestar.
Que se dejen de protagonismos y que entiendan que ya ninguno de ellos podrá ser hegemonía porque la hegemonía sólo podrá construirse sobre ellos, socialistas, I.U. y “Podemos”. Ni éstos van a ganar por mayoría absoluta las elecciones, ni las izquierdas institucionales y tradicionales podrán conseguirlo nunca solas. Es una cuestión sociológica. De que 2 más 1 más 1 son cuatro.
Para sumar cuatro tienen que asociarse los cuatro unos. Y para asociarse en torno a un proyecto común ni tan si quiera es necesario sentarse en una mesa para ponerse previamente de acuerdo en nada. Si los objetivos son comunes: Defender y potenciar el Bienestar social, en torno a ellos se formarán las unidades de acción. En el Parlamento y fuera de él.
“Podemos” fantasea cuando aspira a ganar las elecciones por mayoría. Ese no puede ser su objetivo estratégico porque es sociológicamente inalcanzable. Su principal aportación, su aportación estratégica es que ha destruido el corrupto bipartidismo. Su razón de ser es necesaria sólo por haber conseguido romper la corrupción bipartidista. “Podemos” es necesario. Lo que dure lo decidirán las movilizaciones de masas mientras éstas se mantengan movilizadas. Cosa difícil.
A partir de la pluralidad, cualquier intento de hegemonización por las izquierdas, aunque quieran recurrir a Gramsci, un anacrónico argumento de autoridad, que ya estaba enterrado, será un fracaso.
La hegemonía es siempre una amenaza a la libertad. La democracia asamblearia o de los consejos es una garantía de libertad. La convergencia parlamentaria de las fuerzas de izquierda y progreso como una “tercera fuerza”, sin necesidad de compromisos previos, será el ambiente en el que deben a acostumbrarse a colaborar sin disputarse hegemonías totalitarias. Actualmente, el que gobierne no será el que tenga el Poder. Este lo tendrán las fuerzas políticas que apoyen a un determinado gobierno porque éste siempre las necesitará. Esa será la solución para frenar la ofensiva franco-clerical que estamos padeciendo.