En España, el 23,7% de los adultos de entre 15 y 29 años ni estudian ni trabajan, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE). La mitad de los menores de 25 años está en paro. A estos jóvenes se les ha bautizado como Generación nini, un término que invita a la depresión.
Tengo 24 años y soy periodista. Estoy dentro del grupo de riesgo, pero me niego a pertenecer a esa generación de la que hablan. La economía no atraviesa sus mejores momentos. La crisis ha destrozado las ambiciones y los sueños de millones de personas en nuestro país. Pero los jóvenes estamos ante una oportunidad única para transformarnos, reinventar nuestras profesiones, para experimentar y para crear sin miedo nada.
Empecé la universidad con gran expectación. Entre una masa de personas y materias entumecidas, aparecieron oportunidades en forma de compañeros y de profesores que avivaban la inquietud y el espíritu crítico. Uno de ellos, el Profesor, habló en clase de un taller de redacción en el que varios alumnos se reunían los jueves a la hora de comer para corregirse los unos a los otros artículos de 700 palabras sobre temas que me fascinaban. Los doscientos alumnos que atendían la clase escucharon el mensaje, pero sólo unos pocos buscamos la manera de formar parte de ellos. Allí comenzó una gran aventura que me permitió viajar y publicar artículos en otros continentes y que despertó la curiosidad y la ambición que me han definido como profesional, como persona y como joven en medio de una crisis. “Abrid la mente, aprended chino y árabe, empapaos de lo que pasa más allá de nuestras fronteras”, repetía con razón ese profesor.
Desde entonces, las aventuras se han ido entrelazando. Primero fue un Erasmus en París, donde llegué sin decir más que Bonjour. Mis compañeros dominaban cuatro idiomas, como mínimo. Y yo con un inglés que dejaba mucho que desear y un francés que no servía ni para comprar el pan. Tenía que seguir formándome. Tras pelear con papeles y oficinas de intercambio, obtuve un segundo intercambio a Australia, donde terminé mis estudios.
Tocaba volver a España, con un título en la mano y sin trabajo. Dediqué mes y medio a pensar, a poner las ideas en orden y a buscar oportunidades. Comencé unas prácticas junto a la corresponsal de la BBC en España. Unos meses únicos en los que la búsqueda no se detuvo. Escuché hablar del Programa de Primer Empleo que ofrece la Asociación de la Prensa de Madrid a recién licenciados y así empecé, en ABC Punto Radio, mi primera experiencia profesional.
Mi contrato anual terminaba y como la crisis al fin y al cabo es una realidad, no podía renovar. Pero soñé de nuevo. Sabía que faltaba un corresponsal en París y las elecciones presidenciales estaban al caer. Propuse al director de informativos lanzarme a esta aventura como freelance y aceptó el reto. Una respuesta que se tradujo en dos meses de mítines, votaciones y colegios electorales que finalizaron en la Plaza de la Bastilla. Y cuando la aventura parisina terminaba, y las preguntas sobre el futuro aparecían de nuevo, una amiga y ex compañera me habló de una oferta como voluntaria de comunicación en India, con la Fundación Vicente Ferrer. Y desde Anantapur, en el estado de Andhra Pradesh, escribo estas líneas.
No soy una persona brillante ni con una suerte especial. En esta historia hay escondidos, por cuestión de espacio, muchos intentos fallidos y muchas puertas que no se han abierto. Las oportunidades pasan, sólo hay que ser avispado y estar alerta, afilarse los ojos, como decía otro de mis profesores de la facultad, y cogerlas al vuelo. En estos años he aprendido que la curiosidad es la mejor aliada, que los obstáculos que se cruzan por el camino conducen siempre hacía nuevas oportunidades y, sobre todo, que los amigos y conocidos son quienes abren la mente a posibilidades y lugares impensados. Y ante todo no permitir que las cifras o los titulares de los periódicos eliminen esas ganas de comerse el mundo con las que entramos en la vida adulta.
Olga Sarrado Mur
Periodista con base en Anantapur, India
Twitter: @CCS_Solidarios