Los últimos estudios del CIS demuestran que la principal preocupación de los españoles en este momento es la clase política que nos “gobierna” desde una posición difusa y estratosférica, sin saber muy bien dónde se sitúan en el limbo de esto a lo que hemos dado en llamar democracia.
Hasta hace no mucho tiempo nos preocupaban problemas no tan banales como el terrorismo, la falta de seguridad en las calles y el desempleo que crece como un fantasma asesino a nuestro alrededor. Sin embargo, ahora, aquellos en quienes un día confiamos, defraudan de continuo nuestras expectativas, tanto de futuro como de presente. Y sólo hay que echar un vistazo a un informativo de cualquier cadena para darse cuenta de que esos aventajados que nosotros mismos hemos colocado allí, se sitúan del otro lado de la mesa de la administración, de esa mesa inalcanzable y férrea en donde se deciden nuestros designios (y también los suyos de modo unilateral, puesto que son ellos quienes detentan esa potestad) y que divide como un foso lleno de cocodrilos la realidad de la gente de la calle de esa otra muy distinta que vive la clase política.
Viene muy al caso el dicho ese de “dame pan y dime tonto”, o granuja, o sinvergÁ¼enza; les da igual. Aquellos que deberían ser los adalides de nuestra causa se han convirtiendo por méritos propios en el enemigo a batir, porque en cuanto se sitúan del otro lado de esa mesa codiciada, sus ansias se transforman en infinitas y ese libre acceso que poseen de esa caja golosa que todos nosotros hemos trabajado para llenar, transforma sus manos en insaciables, sus ojos en pozos vacíos e infinitos de engaño e indolencia y sus oídos en tapias sordas ante los gritos desconsolados de todos nosotros, olvidándose para siempre de quienes les hemos ayudado a llegar hasta donde están.
Ya no hay ideas, ni paradigmas, ni principios, ni posiciones verdaderas. Somos esclavos de sus afanes.
Sólo hay que reconocerles un mérito: han conseguido que todos desprecien profundamente a aquellos que nos gobiernan y que hayan llegado a constituir el principal problema de la democracia (independientemente de su ideología política), mucho más que en cuarenta años con el antiguo régimen.