Hubo un tiempo en que se pensó que la batalla contra los patógenos estaba ganada. Con las vacunas, antibióticos, insecticidas … se creyó que en poco tiempo la humanidad estaría libre de enfermedades infecciosas. Sin embargo, el gran reto que plantean estas enfermedades es que están producidas por seres vivos que evolucionan y por tanto se adaptan a los cambios de su entorno. De la mano de Santiago Merino, profesor de investigación del CSIC y gran conocedor de las interacciones entre parásitos y hospedadores, penetramos en el fascinante mundo de los parásitos y su papel en el desarrollo de la vida.
Los parásitos son una parte importantísima de la vida en el planeta. Pueden desarrollarse en cualquier lugar, se encuentran hasta en los sitios más inhóspitos. Prácticamente todos los taxones de seres vivos tienen algunos parásitos entre sus filas hasta el punto que se calcula que aproximadamente la mitad son parásitos en alguna fase de su ciclo vital; incluso existen parásitos de otros parásitos. Aunque los virus son la esencia del parasitismo, el espectro de parásitos es amplísimo y abarca prácticamente todos los grupos de seres vivos: bacterias, protozoos, invertebrados, vertebrados, hongos y plantas.
Durante mucho tiempo se pensó que la selección natural actuaría favoreciendo una buena convivencia entre el parásito y el hospedador. Sin duda, esto ha ocurrido en muchas ocasiones: un ejemplo son las bacterias que colonizan nuestro intestino que nos permiten digerir el alimento mientras ellas obtienen el suyo. Pero esta relación no siempre es buena y muchas veces los parásitos son muy virulentos: es el caso del protozoo que causa la malaria, una enfermedad conocida desde el tiempo de los faraones y que sigue matando cada año cerca de un millón de personas en África.
Una de las características de la mayoría de los parásitos es su pequeño tamaño en relación con el de los hospedadores. Aun así su biomasa puede llegar a ser considerable y superar en algunos ecosistemas, como los estuarios, a la biomasa de aves y peces. Resulta difícil imaginar que entes microscópicos como los virus sean las formas vivas más abundantes de los océanos y que desempeñen un importante papel en sus procesos biogeoquímicos.
Hay estudios que demuestran una relación evidente entre las infecciones y la probabilidad de ser depredado, lo que confirma la importancia que tienen los parásitos en las relaciones entre depredadores y presas. Del mismo modo, las enfermedades podrían haber jugado un papel en la evolución de los ornamentos sexuales, que indicarían a las posibles parejas que los individuos más ornamentados o con mayor colorido tendrían una menor cantidad de parásitos y, por tanto, gozarían de buena salud, un aspecto de suma importancia a la hora de emparejarse.
La enorme influencia de los parásitos en la evolución por selección natural parece llegar hasta el mismo origen del sexo. Hay ejemplos que evidencian que la reproducción sexual es beneficiosa frente a los parásitos, lo que lleva a pensar que el sexo pudo ser una estrategia reproductiva muy importante para luchar contra el ataque de los patógenos, hasta el punto de que tal vez no habría sexo si no fuera por esta ventaja.
Frente a cualquier ataque hay que plantearse una estrategia de defensa, lo que nos lleva a hablar de la evolución del sistema inmune. En el caso de los vertebrados, la respuesta inmunitaria es tan compleja que los creacionistas opinan que se necesita un diseñador capaz de crear semejante complejidad. Lejos de tales planteamientos, carentes de todo soporte científico, lo cierto es que el sistema inmune ha evolucionado muy rápidamente y es el resultado de la coevolución entre patógenos y hospedadores.
Una forma alternativa de defenderse de los parásitos es evitar la infección, para lo cual se han desarrollado diferentes comportamientos y estrategias. Algunas aves llevan al nido plantas con propiedades bactericidas o insecticidas. Otras, como las abubillas, extienden por su plumaje una sustancia aceitosa segregada por la glándula uropigial, que contiene sustancias bactericidas que evitan que los huevos se infecten con bacterias dañinas y que los pollos recién eclosionados se contagien. Otra forma de liberarse de los parásitos que ha derivado en un comportamiento social es el espulgamiento que se da en los primates, pues al tiempo que elimina ectoparásitos de la piel de otros individuos contribuye a la cohesión social del grupo.
En ocasiones los parásitos se hacen invisibles al sistema inmune, por lo que el asunto se complica. Es el caso de los tripanosomas, unos protozoos sanguíneos que infectan a los distintos grupos de vertebrados, desde los peces a los mamíferos. En el hombre produce dos enfermedades muy graves: la enfermedad del sueño, en África, y la enfermedad de Chagas en América, que infectan anualmente a 20 millones de personas y cuestan la vida a 100.000.
Aunque nuestra relación con los patógenos está cambiando gracias al desarrollo de la tecnología, no hemos dejado de estar bajo la influencia de las enfermedades a lo largo de la evolución. El alcance de esta influencia puede llegar al terreno espiritual: ¿Afectan los parásitos a nuestras creencias? El hecho de que las religiones sean mucho más diversas en los trópicos, donde también hay más riqueza de parásitos, que en las áreas templadas, sugiere que la evolución de comportamientos para evitar el contagio puede ser la causa de la diversificación de las creencias religiosas.
Con este libro, Santiago Merino pretende «llevar al lector a las fronteras del conocimiento en el área de la evolución de las interacciones parásito-hospedador con la intención, no de convencerle de que ya lo sabemos todo, que no es así, sino de presentar la ciencia como lo que es, una búsqueda continua de la verdad a través de los hechos». Y sin duda lo consigue, con un lenguaje cercano y su pasión por explicarnos un mundo que conoce bien.
Referencia bibliográfica:
Merino, S. 2013. Diseñados por la enfermedad. El papel del parasitismo en la evolución de los seres vivos. Ed. Síntesis, Madrid.
Fuente: www.mncn.csic.es