Según parece, España es el único país del mundo donde afloró un tipo de novela que retrataba con especial realismo las costumbres y usos de sectores marginales. Cervantes, entre otros, mostró este cosmos complejo del hampa. Nombrado Comisario General de Abastos, vivió largos periodos en Sevilla, cuyo puerto servía de atraque a los barcos procedentes de América. Recibía, pues, las ingentes riquezas procedentes del Nuevo Continente. Sin embargo, sólo una élite disfrutaba de gran opulencia. Al resto, la inmensa mayoría, le abrumaba una miseria impuesta.
El famoso manco nos relata la vida y milagros de personajes variopintos que se reunían al cobijo de Monipodio, un truhan entrado en años. Rateros imberbes, timadores, prostitutas, junto a otros rufianes estrictos cumplidores de una ética ad hoc, conforman un gremio curioso bajo la protección del viejo “maestro”. Allí, buscando la discreción del patio -ese lugar fronterizo- pululaba el lumpen que genera toda riqueza inhumana, pervertida por envilecimiento. Sospecho, estoy convencido, que pícaros hay o se dan por todo el orbe. Quizás la idiosincrasia sea su verdadero germen, razón y causa del relato picaresco. Gustamos, más allá del hecho, aventar defectos al tiempo que silenciamos virtudes. Otros venden justo lo contrario. Tal escenario, empero, no nos hace peores que los demás. Somos, simplemente, unos pillos torpes. ¡Qué atroz paradoja!
Han pasado cuatro siglos y ese patio simbólico sigue intacto; aguanta inmarcesible el correr del tiempo. Si hoy viviera don Miguel tendría un entorno idéntico para describir las mismas historias e idénticos personajes. Dejarían de llamarse Monipodio, Cariharta, Gananciosa, Chiquiznaque, Maniferro, etc. para adoptar sobrenombres con resonancias políticas, sindicales, financieras y empresariales. Si me obligan, hasta judiciales. Cambiaría el biotipo a favor de la ejecutoria -a veces usurpada- con menos pedigrí pillo pero de superior bajeza. Cuando a uno le asignan el papel de pobre es legítimo (aun cristiano) buscarse la vida incluso robando. Cualquier otro cometido de los expuestos en esta encomienda, queda ilegitimado para el trinque en sus diferentes modos, la prepotencia, el abuso y la corrupción. Al menos, debiera. Eso queremos y pedimos los contribuyentes, antes ciudadanos. Nos da igual. Todo son oídos sordos y agua de borrajas. Así está el patio. Aquel de Monipodio era una bagatela.
Sí, España ha pasado a ser una enorme platea por donde bullen sinvergÁ¼enzas, chorizos, estafadores, rameras, macarras. Aventureros sin medida ni límite, corruptores de mentes y voluntades, desaprensivos ayunos de principios morales, llevan treinta años subvirtiendo el sistema. Han trocado la espera en frustración. El pueblo acepta inconsciente el innoble papel de un Monipodio consentidor, cabrón; una suerte de mamporrero por amor al arte; un imbécil definitivo. Constituye la puta lisonjera que encima pone la cama. Exhibe un excelente oficio sin requerir estipendio alguno. Concentra, sintetiza, al pícaro campanudo, satisfecho, pero majadero. Inimaginable tiempo atrás. El patrón se desvanece mientras la cofradía alienta las artes del fraude hasta alcanzar lo preocupante. Su insaciable voracidad está a punto de engullir la gallina dorada.
Nada les detiene ni tampoco nadie, a juzgar por su rendimiento. La sociedad, este Monipodio de pega, empieza a advertir -ya era hora- el hambre infinita de tanto golfo. A mayor abundamiento, no sabe cómo ponerles coto. Ha perdido el control poco a poco, a la chita callando. No obstante, se aprecian débiles signos de hartazgo. Ignoro si quedan ganas y tiempo para encarrilar de nuevo la situación. Tengo demasiadas dudas al respecto. El amo protector del patio peca de flojera. La cohorte -crecida, dueña del momento- se siente impune. Queda como único aliento que se haga realidad ese proverbio de: “más vale vergÁ¼enza en cara que dolor de corazón”.
Con bastante optimismo, podemos apreciar un pequeño cambio. Inferior al que propaga este gobierno que trasiega la quimera. Percepción y abuso han abierto una ruta expectante; todavía ambigua. El desafecto al marco ignominioso que soportamos va transformando las conductas. Aparecen siglas ilusionantes y el cobijo cambia de protagonista. Partidos, limpios por ahora, diversifican y captan apoyos significativos. Quienes ocupaban el patio, casi en exclusiva, ven peligrar su bienestar espurio. Felipe González -inteligente, hábil, pragmático- formuló hace unos días el itinerario que deben recorrer PP y PSOE si no quieren perder la montura. Excusó los verdaderos fines con esa argucia recurrente, infalible, del sacrificio doctrinal (ese dejar pelos en la gatera) para beneficio de España y de los españoles. Vendrá a posteriori el ahogo financiero de quienes pretendan disputarles un ápice de poder. Se repetirá la historia del pasado siglo. Viviremos otra inoperancia regeneracionista imputable a políticos e intelectuales con el beneplácito popular. La sociedad ocupa un lugar preeminente en el advenedizo honor de ser columna vertebral que sustenta los desastres por irreflexiva, crédula, dogmática y terca.
A principios de abril, en un artículo intitulado “Signos, interpretación y ausencia”, vaticinaba lo que mes y medio después propone sin aspavientos un González previsor. Preocupa, cómo no, que individuos ajenos al entramado -espontáneos unos, adláteres quisquillosos otros- terminen por “birlarles” una parte notable del suculento pastel. Quizás les importe en mayor medida que les descubran su infecta glotonería. Del Rinconete y Cortadillo hemos pasado a la Democracia Podrida, título aún sin editar pero clarividente y real. Ambos tendrían en común (con matices cronológicos) el patio de Monipodio.