Con el final del siglo XX y la caída definitiva de los regímenes comunistas hemos asistido a la muerte definitiva de las ideologías políticas y económicas y a la implantación de una única verdad intelectual.
El libremercado se ha abierto camino en nuestras vidas y ha conseguido apoderarse de todos los ámbitos de la sociedad, desde los estamentos políticos de mayor altura hasta el trapicheo más simple de cualquier barrio desestructurado.
Los políticos ya no nos venden sus ideologías, sino que nos venden lo que queremos escuchar, aquello que sus asesores se han afanado en averigÁ¼ar a través de estudios de mercado, los cuáles estaban fuera del alcance de la política hasta finales del siglo XX.
Y es que ahora los ciudadanos ya no somos votantes que elegimos a nuestros regidores en función de lo que piensen, sino que nos hemos convertido en consumidores que seleccionamos aquel programa político que mayor satisfacción nos promete.
Como otros muchos economistas más eruditos que yo han anunciado, hemos realizado el trasvase de los Estados-nación a los Estados-mercado, ésos en los que ya no votamos lo que pensamos, sino que votamos lo que queremos.
La política se ha apoderado de axiomas propios de la Economía y ha hecho suyas sus leyes y sus reglas. El libremercado es ahora una realidad tanto en la una como en la otra, y ya no se discute su validez como la mejor forma de organización social.
Incluso en estos tiempos de aguda crisis económica nadie se plantea la eficacia, o no, del sistema en el que estamos inmersos. El único objetivo es la sempiterna refundación, el rediseño de las reglas de juego para que el sistema siga funcionando en base a la única verdad.
Y no pretendo criticar el libremercado, al que considero, efectivamente, la mejor opción para la gestión de los recursos escasos a los que estamos condenados los habitantes de este planeta, sino que pretendo criticar, y critico, la inexistencia de una ideología económica alternativa.
¿Dónde están los partidos comunistas? ¿Por qué no alzan la voz y exigen un replanteamiento de las estructuras internacionales? ¿Por qué no reclaman sus consignas tradicionales?
Siempre he pensado que estaban equivocados, pero también considero que no hay nada más dañino para una sociedad que el pensamiento único.