Ácaro, con sus alas de cera y plumas que el sol quemó, moría al fin del mismo modo que algún día lo haremos todos los presentes, sin haber alcanzado muchos de nuestros deseos. Es el hecho más repetido en la literatura y en la realidad, pues es verdad que son muchos los que han pretendido imitar a los pájaros, cuando ellos ya lo son, aunque sin las deseadas alas voladoras. Incluso el gran Leonardo Da Vinci lo intentó, sin conseguirlo, crear un artilugio al que llamó ornitóptero.
En España no falta dinero, sobran ladrones… Foto: Rafael Robles L.Muchos siglos después, continúan apareciendo, en la geografía mundial, personas que no desean volar sino a ras de tierra, con la sola intención de ser todopoderosos y cuyo fin, el de caminar por encima del resto de los mortales. No con alas de cera y plumas, pues a estas ellos ya saben que las quema el sol.
Aunque tampoco tendríamos que ir tan lejos. No hay necesidad de poner ejemplos del “mundo mundial” ni nada eso. Los tenemos aquí, cerca, en España: Madrid, Barcelona, Sevilla… Mallorca… etc. No importa el lugar, claro que no; cualquiera es bueno. Lo importante es la pasta.
Y todo, porque hay mucha mala gente, gente a la que le gusta caminar por encima de las cabezas de los pobres, una vez que los han desvalijado, que los han despojado de las cuatro monedas de mala muerte que tenían para subsistir, sin importarles que cualquier día se los pueden encontrar bajo un puente o, lo que es aún peor, muertos en una chata casucha abandonada.
Esta caterva de “hombres importantes” sin escrúpulos -carroñeros de exquisiteces, siempre lejanos del humanismo y de la caridad- están, sobre todo, entre la clase política y la empresarial, entre los aparentemente más destacados por determinados medios de comunicación, y un día nos enteramos de que son ladrones de guante blanco, a quienes las monedas –como las de la metáfora que empleáramos antes- les importa bien poco. Saben que la calderilla no hace rico a nadie. Y se niegan a contar lo que no sea por millones. Amigos de los “paraísos fiscales” y de la corrupción más desenfrenada, han visto que este es un tipo de negocio muy rentable, y por ahí se mueven como pez en el agua.
Sabemos que el fósil más antiguo que se conoce tiene 395 millones de años. Pero no sabemos cuándo se inventó el robo. No el robo de gallinas para matar el hambre. Ni el de los antiguos carteristas. Esos son también pura calderilla. Me refiero al robo con mayúscula. A la oscura corrupción, o lo que sean millones. Y todo, claro, absolutamente fuera de la ley.
Y hablando de ley y de orden, os cuento que estoy escribiendo un libro de ortografía española. Y, obviamente, una de los temas que más ampliamente trato es el de la coma, donde me extiendo un poco más que en otros asuntos ortográficos, solo porque considero que tiene mucha más importancia de la que suelen darle. Y cuento esta pequeña historia (o leyenda), pues no se sabe a ciencia cierta si el asunto forma parte las leyendas urbanas o, por el contrario, es real como la vida misma. Parece que fue Carlos V quien protagonizó esta mínima historia, aunque de gran importancia, al menos para mí. El asunto fue que a Carlos V le presentaron, para que estampara su firma, la orden de pena de un condenado a muerte. La parte que más me interesa del texto es la que decía: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. Pero, gracias a la magnanimidad y “gran corazón” del rey, hizo cambiar la coma de lugar, y así quedó la frase finalmente:
“Perdón, imposible que cumpla su condena”.