Los caprichos del destino,
instantes inefables de desatino.
Los hombres locos,
esperando, extasiados, la llegada de sus propias intenciones desesperadas.
Los hombres locos.
Los instantes disparatados donde la nada cobra sentido,
donde la razón se convierte en ave de paso, en águila.
Los instantes eternos donde refugiarnos y, únicos, sentirnos,
desesperadamente. Alejados del estereotipo, de la máquina.
Los hombre locos,
deshaciéndose entre píldoras para dormir y pasiones desenfrenadas.
Los hombres locos.
El mundo gira en si mismo, abrazando el Sol; Y las eras se suceden, alternándose entre caóticas y enternecedoras.
Como consecuencia, las sociedades evolucionan, regocijándose en la sombra, en la oscuridad, en el abismo. Para poder comprobar, una vez más, las luces estroboscópicas que iluminan el universo.
Todo este proceso se va grabando en el código genético del ser humano que, como peonza, se debate en la inmensa profundidad de si mismo. En el lienzo infinito.
A su vez surgen nuevos sistemas ideológicos como identificativo cultural de ese viaje. La moda.
Después desaparecen.
Y debido a que la memoria colectiva es un tanto limitada, reaparecen, para completar el proceso de los extremos una vez más.
Lo mismo sucede de manera individual en cada uno de nosotros. Como el día y la noche tenemos que ir atravesando periodos de oscuridad y claridad en nuestro propio universo. A lo largo de nuestra vida.
Enfrentarnos a pasiones desenfrenadas, a momentos de soledad. A momentos fructíferos y a momentos desoladores.
Algunos deciden quedarse sentados en su sillón viendo el fútbol o la telenovela, pero en su interior los mismos procesos se van sucediendo.
No existe absolutamente nada que pueda detenerlos.
Tampoco existe una ecuación determinada para sobrellevar tales procesos.
Algunos hablan de mantener el equilibrio del ínfimo eje que soporta todo el sistema.
Otros, en cambio, deciden experimentar al máximo cada balanceo.
En cualquier caso, supeditados estamos a tales fuerzas físicas.
A día de hoy, la humanidad está repleta de tales conceptos. Por lo que la mente del hombre busca su camino ente millones, busca su filosofía entre millones.
Y no encuentra nada.
Porque ninguna idea existe en realidad, todo es creado por nosotros mismos en nuestro infatigable proceso.
Por este motivo, después de haber atravesado tantas y tantas situaciones en la vida.
Después de haber investigado sobre la religión, sobre la ciencia, el pensamiento. La física. La pasión del ser humano. Su instinto.
Por este motivo, después de haber atravesado los más profundos abismos de mi mente.
La sencillez.
Me encuentro que ya no pertenezco a nada.
A nadie.
Por lo que mis respectivas millones de ideas comienzan a desaparecer, dejando paso al radiante sol de esta maravillosa tarde de abril.
Decido tumbarme cerca del mar a disfrutar de ella.
A los pocos minutos se sienta junto a mí este poema de Mevlana:
¿Qué puedo hacer, oh musulmanes?, pues no me reconozco a mí mismo.
No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán.
No soy del Este, ni del Oeste, ni de la tierra, ni del mar.
No soy de la mina de la Naturaleza, ni de los cielos giratorios.
No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego.
No soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la entidad.
No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia.
No soy del reino de Irak, ni del país de Jurasán.
No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del Infierno.
No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni de Rizwán.
Mi lugar es el sinlugar, mi señal es la sinseñal.
No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno;
Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno llamo.
Estoy embriagado con la copa del Amor, los dos mundos han desaparecido de mi vida;
no tengo otra cosa que hacer más que el jolgorio y la jarana.
Invitándome a permanecer en esa sensación con la que siempre firmo mis artículos.
PAZ